Revista poética Almacén
El conservero

[Alberto Majoral]

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Museo de Historia Natural

(Antes de empezar, he de mandar un par de saludos, como en la tele.
De antemano, pido disculpas por esta falta de pudor. Hola, Paredes. ¿Pasa
algo si me doy por felicitado? Felicidades a ti también. Y hola, Ijalba.
Bruñó me dijo que hablabas de mí en tu artículo de julio, y eso me llevó a
la penosa necesidad de romper la regla que me he impuesto: la de no leer
tus artículos jamás. Días más tarde, cenando con Colom, discutimos
gravemente, largo y tendido sobre la posibilidad de disecar un mosquito.
He capturado algunos y los tengo a secar en un frasco. Lo de la
recuperación, aunque sea metafórica, de la sangre va a ser más difícil.
Quizá la respuesta es hacerle la prueba del ADN al mosquito y si resulta
culpable, ponerse una careta de Bush Jr. y ejecutarlo. Eso sí, con la
conciencia limpia.)

La vez pasada hablaba de la posibilidad de que cada quien pueda
poseer, en la intimidad de su hogar, un cadaver personalizado y
personalizable, gracias a un proceso de neo-momificación muy parecido al
que es sometida la mayor parte de nuestra sociedad a diario. Usted sólo
tiene que ir a que a su reciente difunto le inyecten un fluido especial
antidescomposición, como el que llevan los coches en el radiador, y puede
volver a casa con el ser querido para siempre sonriente y amoldable a la
situación que sea. También habrá que sacarle el polvo de vez en cuando
(sacárselo no está mal visto).
Hoy en día, por fortuna, todo es personalizable. Las casas, los
coches, hasta la puesta de sol: pero hay que coger antes un avión. En las
agencias de viajes, todo es personal también. Puede ir usted a preguntar y
le dirán que el viaje se hace como, cuando, adonde usted quiera, salvo
huelga de transportes. (Por cierto, ¿se ha fijado usted que en los
telediarios siempre nos cuentan todas las huelgas, pero nunca nos cuentan
por qué se ha llegado a ese extremo? Imagine que usted está cansado de que
le den por culo a diario y a todas horas e intenta cambiar la situación,
por lo menos para que le dejen que le guste la sodomía. Imagine, por lo
tanto, que se pone un tapón en el ano y no permite que se la metan hasta
donde amarró los burros don Cleto. E imagine que por eso, todo el mundo se
queja y dice que es usted una persona insolidaria con el turismo sexual de
los demás. Pues que les den por culo, ¿no? Como ejemplo de este tipo de
demanda de solidaridad sexual, recomiendo la relectura de la historia de
Lot).
En fin. La otra vez parecía que había huelga de tertulianos, o por
lo menos del Taxidermista, porque La Ideal estaba cerrada y nadie daba
señales de vida. Y vaya trompa la que cogí, a base de manhattans, mientras
esperaba por si aparecía alguien y escribía el último artículo. Creo que
se nota. Más tarde me enteré de que se habían ido todos de vacaciones, y
como yo no había pasado por la tertulia pasaron de avisarme. Lo que
ocurrió es que la mujer del kiosquero se sacó un viaje a Santiago de
Compostela, para dos personas, y que todos los tertulianos y sus
respectivas, de haberlas, se apuntaron. Creo que tal masificación no da
para un viaje muy romántico.
Al día siguiente de llegar a Compostela, los tertulianos mandaron a
sus señoras de compras y turismo y se fueron a la facultad de Químicas,
donde está el Museo de Historia Natural. Ahí se encontraron con otros
visitantes, que celebraban la presencia en el museo de animales en vías de
extinción, todos disecados. Este placer ya lo hemos experimentado en otras
crónicas del Conservero.
Al Sr. Martínez le gustaron mucho unos quetzales (pharomachrus
mocinno) cargados de polvo. Chiner disfrutó de lo lindo con una maqueta en
la que aparecía un turón disecado matando a un conejo disecado. También
dudó en cambiar su testamento, para que su cuerpo disecado fuera puesto en
este museo, en lugar de en el de Banyoles, como en un principio había
dicho. Jacinto Cordel, impresor, elonqueció con un ejemplar de cayena, una
especie de ave unicornio. Jaime Gansell, ante un calderón, especie de
delfín que fue traído a remolque por un pesquero de Cedeira, se puso a
hablar, casi siempre solo, de una serie de sellos dedicada a los cetáceos,
que le habían enviado de nadie sabe qué potencia petrolera del Medio
Oriente,.
Colom, que estaba en Galicia, de gira con el imperdonable contador
de historias Quico Cadaval, se enamoró de una colección de insectos
disecados en 1908 por la casa especializada en material científico, Les
Fils d'Emile Deyrolle, Naturalistes, Paris. A Colom le gusta expresar su
fetichismo con alborozo. Un día me mostró su colección de postales de
playa de los años 60 y 70. "Mira esta, mira esta"- me gritaba- y me
enseñaba una foto absolutamente anodina en la que aparecía la ruina de una
torre medieval y al fondo el Mediterráneo. En el medio plano había una
serie de rascacielos de apartamentos a medio construir. "Es lo mismo, la
ruina y el edificio a medias es lo mismo"- se entusiasmaba el poeta Colom.
También le gusta decir que España inició el camino de la verdadera Fe [o
sea de la juventud eterna, o sea de la posmodernidad, o sea del vacío
absoluto, o sea de lo mejor que nos podría haber ocurrido (gracias, don
Manuel Fraga) aparte de la Transición y la Constitución (que también son
posmodernas, lo cual se ve en su alto contenido irónico), o sea la absoluta
libertad individual precisamente cuando ya no importa (porque a nadie le
interesa lo que tengas que decir ni lo que hagas, sino que a todos interesa
decir algo y no oír nada, y entrar en la gran felicidad a repartir, porque
todo el mundo es libre para hacer y decir lo que le dé la gana, ¿no?), o
sea lo que se viene pidiendo desde hace siglos y hoy se llama democracia
aunque no tenga nada que ver] gracias a la legalización del bikini. Los
detalles de esta singular teoría del presente deberán quedar, por desgracia
y debido a que ahora no tengo ganas de meterme en el asunto, para otro
Conservero.
Los de La Ideal también disfrutaron mucho con el cóndor y con una
momia humana traída a España en 1883. O eso calcularon ya que la etiqueta
era incapaz de precisar la edad de la momia y sólo ponía que es anterior a
la fecha que cito arriba.
Pero el momento cumbre de la visita llegó cuando don Manuel Gil, el
kiosquero a cuya señora debían los tertulianos esta excursión a Santiago,
descubrió el esqueleto, perfectamente reconstruido, de una gallina común,
según la etiqueta, del siglo diecinueve. Como me contaron a la vuelta, se
trataba de la mismísima Perfección, o de sus huesos. Estaba de pie,
orgullosa, llena de brío y de la serenidad que trae la muerte cuando los
huesos no quedan dispersados en cualquier vertedero municipal.
Puedo imaginar ese día perfecto en la la historia de la Historia
Natural. El naturalista acaba de volver de la facultad a casa para el
almuerzo. Hoy hay pollo. Mientras lo devora, va poniendo los huesos a un
lado. De repente, se le ocurre que en su colección existen los esqueletos
o los ejemplares disecados de las especies más exóticas, pero no hay
ninguno de este animal común, casero, sacado de su propio patio (donde
precisamente hay varios ejemplares más, para beneficio y orgullo de él y de
su familia). Y el naturalista empieza a gritar que no le rompan los huesos
al pollo, que dónde está la cabeza. La familia, los sirvientes, no saben
si atribuir este ataque a la genialidad del patriarca o a un nuevo ataque
de una de esas fiebres tan raras, souvenir de sus viajes numerosos por los
confines del mundo conocido. Evidentemente, cooperan todos. Pronto, sobre
una hoja de papel de periódico, están los restos de la gallina. Hay que
hervirlos para quitarles la carne, el tuétano, todo lo que se pudra.
Unos días después, ya en la seriedad de su laboratorio, el
naturalista se pone manos a la obra: empieza la reconstrucción de la
gallina. Y gracias a él, hoy, nuestros niños y nuestros turistas tienen
acceso libre y gratuito al conocimiento, a la experiencia cercana de un
esqueleto de gallina común del siglo diecinueve.
Es una lástima que los museos de las ciencias, en nuestros días, se
decanten tanto por la virtualidad y por la (siempre falaz) interactividad,
cuando con unos cuantos esqueletos bien reconstruidos de los animales más
comunes se puede iniciar perfectamente, y a mucho más bajo precio, el
camino del conocimiento absoluto y de la sabiduría holística. ¡Viva la
Historia Natural!


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Comentarios

deseo saber como disecar un pollo no sobre un mudeo de ciencias


Comentado por Maria jOSÉ González el 8 de Noviembre de 2003 a las 02:08 AM