Revista poética Almacén
El conservero

[Alberto Majoral]

Otros textos de El conservero


Otoño en La Ideal

No sé por qué la taxidermia se me aparece en la mente como una ciencia otoñal. Cuando voy a los museos de historia natural – afición que he cobrado desde que cubro las tertulias de La Ideal – me da la impresión de que recorro museos del otoño. No sé si será la luz que ilumina a los cientos o decenas o miles de animales disecados; o si será la melancolía que me empieza a fluir por las venas al cabo de un rato en la exposición; o quizá se trate de la caducidad misma de esta ciencia, o instrumento de la ciencia, en estos tiempos en que para conocer a un animal de cerca ya no hace falta matarlo y disecarlo, sino sólo fotografiarlo y calcularlo estadísticamente, para que los informáticos hagan el resto.

Que un ministerio dote de fondos a un museo de historia natural parece, o les parece a muchos, un acto de nostalgia irreconciliable con las nuevas consciencias, más dadas a la lamentación que las del pasado. Se suele excusar la dotación, no como un dinero entregado a la ciencia, sino como ayuda a la historia de la ciencia: lo que también parece teñirse de otoño.

Presenté estas dudas y sensaciones a los tertulianos de la Taxidermia La Ideal un día de septiembre lluvioso y fresco, casi otoñal, ya.

Martínez: Quizá no es usted demasiado sutil, joven Majoral. Quizá usted, al verse rodeado de tanto viejo aquí en la tertulia ansía un poco de aire fresco, de juventud. Tal vez prefiera usted ir a donde están las chavalas.

Yo: No, no es eso. Me gustaría que se tomara usted mi pregunta un poco más en serio, Sr. Martínez.

Chiner: A Martínez, desde que lo jubilaron, ya nada le cae en serio, no se haga ilusiones.

Yo: El otro día estaba viendo unas fotos del Museo de Historia Natural de París. Ahí han puesto a los animales en fila, como en un desfile, con un precioso elefante al frente.

García Siniestro: El desfile de los muertos. ¿No había ningún ser humano en la foto?

Chiner: Deberían estar casi todos.

Gansell: Que conste que yo me rehuso a ser disecado y expuesto en un museo, ya lo he dicho en otras ocasiones.

Chiner: Usted es un gallina, y como gallina, no veo por qué no se lo va a disecar y exponer ante las generaciones venideras, que puede que no conozcan ese ave más que por los cubitos de caldo.

Gansell: Pues hágase disecar usted.

Chiner: Ya lo he dispuesto en mi testamento, pienso donar mi cuerpo, y antes ya lo he dicho, no a la ciencia, sino a la historia de la ciencia.

En eso estábamos cuando de la trastienda se oyeron unas risas. Pregunté quién había dentro, y Manuel Gil, el kiosquero, dijo:

Son sus amigos, los poetas de la revista esa donde usted publica lo que se dice por aquí, han venido a ver al Taxidermista. Por cierto, en mi kiosco no recibo yo su revista, y eso que la he pedido al distribuidor varias veces.

Yo: La revista sólo se publica en la Internet. No nos interesa hacerla en papel, con todo el fetichismo que conlleva. Incluso hay escritores que se cortan a la hora de publicar en Almacén, precisamente porque no hay fetiche. Lo que no piensan es que así los leería más gente. Y uno escribe para que lo lean, ¿no?

Martínez: Me parece justo lo que usted dice, sí. Pero la mayoría escribe por miedo a la muerte, al paso del tiempo, a la tremenda caducidad de las cosas. En internete se fija la palabra escrita y a la vez se la hace efímera, esa es su novedad. Aunque efímera ya lo era, recuerde usted todos los libros que se pierden o se queman, pero ahora lo es de una manera más clara. De todas formas, si alguien quiere escribir por cualquier otra razón…

Chiner: Que le den por el culo…

Martínez: …que se dedique a escribir novelas para el vulgo. Supongo que esa otra razón es una combinación entre el dinero y la fama, elementos que ya en otra ocasión hemos analizado como materiales indispensables para la taxidermia social, el embalsamamiento en vida. Una forma más de fijar nuestra impermanencia en el mundo, aunque sea por poco tiempo.

En este punto de la conversación me disculpé para entrar en la trastienda y saludar a mis amigos, Taracido y Colom. Estaban sentados con el Taxidermista ante la mesa de disección, donde un colibrí recién terminado se estaba secando. Tras los abrazos, Colom dijo:

¿No te parece maravilloso este colibrí? Es para mi colección.

Yo: Me parece maravilloso, claro. Pero me lo parecería más si estuviese vivo.

Risas de Taracido y contestación de Colom: Creo que tenemos a un traidor ante nosotros.

Yo: No, no es eso, creo que más bien se trata de la entrada del otoño, que me deja algo melancólico.

Colom: Pues por eso mismo, esta negatividad risueña nuestra.

Taracido: Aquí celebramos todos los aspectos de la vida, incluida la muerte, claro.

Yo: Se me ocurría la taxidermia como una ciencia otoñal.

Colom: Según mi horóscopo, el otoño es mi temporada favorita, aunque con el tiempo y la edad he empezado a amar el verano. Sin embargo, debo admitir que amo el verano con las mismas armas con las que amo este colibrí. O sea que lo amo desde una perspectiva otoñal, para seguir tu rastro. Recuerdo que de niño mi libro favorito era uno sobre las cuatro estaciones; tenía unas ilustraciones fabulosas a doble página, una para cada temporada. Y recuerdo que me podía quedar horas ante la del otoño, que venía con una vertiginosa variedad de ocres y amarillos; en ella el viento soplaba y levantaba las hojas caídas como tantos veraneantes de regreso a la oficina, y los niños del dibujo jugaban entre ellas. Yo quería ser uno de esos niños. Quizá lo consiga después de todo.

En eso, Taracido anunció que ya era hora de irse. El Taxidermista envolvió el colibrí con cuidado y los dos poetas salieron a la tienda para despedirse de los tertulianos.

Como lo que ocurrió el resto de la tarde no fue más que la sempiterna pelea sobre quién va a disecar a quién, guardo silencio hasta la próxima. Feliz otoño.


________________________________________
Comentarios