Revista poética Almacén
El entomólogo

Crónicas leves

[Marcos Taracido]

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Teratología II

Vamos a ver:

Su cabeza refulge de espinas que usa en el agarre a sus víctimas, que una vez mordidas puede no soltar por 10 años. 10 metros también puede alcanzar su delgado cuerpo, que está hecho de tantas partes y trozos unidos que en cada uno tiene todo lo necesario para la vida de modo que si pierde algún trozo en la pelea éste utiliza sus órganos doblados para seguir con vida y busca otro cuerpo al que adherirse y lo muerde y crece de nuevo libando sus fluidos. El que caiga en sus garras se va yendo, pierde las grasas y los líquidos internos y acaba en el pellejo, que el monstruo todo se lo lleva.

Tiene seis extremidades delgadas y duras como el hierro, y muchos pinchos y punzones por el cuerpo, que el que se le acerque se ensarta como el pájaro en la flecha. Aunque no lo parece lleva alas y vuela, aunque pesadamente, y sus ojos espantan, que son negros y hechos como de miles de cubos, y nunca se sabe a dónde mira, y hay quien dice que no puede ver, sino que son sus brazos los que a modo de ojos palpan los suelos como un ciego utiliza su bastón. Con todo no perjudica, que sus garras dentadas sólo cortan las hojas de que se alimenta, y su fealdad horrenda se amortigua en los líquidos que bebe.

¿A qué monstruos describo? Pues el primero es una tenia (imagen de abajo a la izquierda) y la segunda un escarabajo (imagen de abajo a la derecha): comprobarán que su aspecto es tan pavoroso al menos como el de cualquier otro monstruo inventado por la imaginación y el miedo humano. Y es que los monstruos no son necesariamente seres de ficción:

¡Sería vana tu esperanza
porque su vista sola aterra!
No hay audaz que lo despierte,
¿y quién podrá resistir ante él?
¿Quién le hizo frente y quedó salvo?
¡Ninguno bajo la capa de los cielos!
Mencionaré también sus miembros,
hablaré de su fuerza incomparable.
¿Quién rasgó la delantera de su túnica
y penetró en su coraza doble?
¿Quién abrió las hojas de sus fauces?
¡Reina el terror entre sus dientes!
[...]
Echa luz su estornudo,
sus ojos son como los párpados de la aurora.
Salen antorchas de sus fauces,
chispas de fuego saltan.
De sus narices sale humo,
como un caldero que hierve junto al fuego.
[...]
Para él el hierro es sólo paja,
el bronce, madera carcomida.
[..]
Hace del abismo una olla borbotante,
cambia el mar en pebetero.
Deja tras de sí una estela luminosa,
El abismo diríase una melena blanca.
No hay en la tierra semejante a él,
Que ha sido hecho intrépido.
Mira la cara a los más altos,
Es rey de todos los hijos del orgullo.

Es descripción bíblica (Job, 40) del Leviatán, nuestra ballena, que en esa época era el montruo de monstruos, palpable y lo suficientemente huidizo como para crear una leyenda. Igual sucede a principios del siglo XVII, con el hipopótamo, animal exótico y cuya lejanía del Madrid de la época permitía que Sebastián de Covarrubias hablase de él en los siguientes términos:

«Esta es una bestia fiera que se cría en los ríos, y particularmente en el Nilo. Tiene dos uñas hendidas como buey; el cuello, crin y espalda o cerro, de caballo. Tiene su relincho, el rostro remachado, la cola torcida, los dientes como los colmillos del jabalí [...] Es el hipopótamo símbolo de impiedad y crueldad de los hijos contra los padres, y de irreverencia, ingratitud e injusticia; por cuanto en creciendo quiere tener acceso con su madre, y si el padre se lo defiende, le hace rostro y, si puede, lo mata.»

Monstruo, pues, es todo aquello que se desconoce; su aspecto no es extraño y no reconocemos sus formas teniacomo propias de la naturaleza que conocemos, su actitud es reprobable porque no actúa según se espera de los Escarabajo longicórneo preceptos morales de nuestra sociedad, o porque hace cosas que ni quiera hubiésemos pensado que podían hacerse;su definición, en fin, nos libera porque ubica en un ser dispuesto al escarnio todas aquellas cualidades que no queremos para nosotros o que no nos atrevemos a probar. La mayor parte de los bestiarios medievales y renacentistas eran tratados morales en los que se utilizaba la descripción del monstruo para adoctrinar con alegorías sobre el hombre; después llegó el cientifismo y se comenzó a ver el monstruo en las propias deformidades humanas. Pero eso lo dejaremos para la siguiente entrega.


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