Revista poética Almacén
Colaboraciones

IA, robots "blandos" e internet (una poética de la telaraña)

Francisco Serradilla


Internet es amada por unos, denostada por otros. Los nostálgicos evocan el tacto del papel en un mundo que se derrumba y que ya nunca volverá, mientras los tecnólogos se enorgullecen tanto de la Internet actual que son incapaces de ver la "Internet que debería ser".

Pero el hombre es un sistema procesador de información que encuentra placer en el mero hecho de procesarla, y lo que nadie cuestiona es que la disponibilidad de información ha crecido en los últimos años (y esto no ha hecho más que empezar) en varios órdenes de magnitud.

Y mientras los nostálgicos siguen aferrados al papel en su mundo que se derrumba, otros empezamos a sentir sobre nuestros hombros lo que yo llamo "la avalancha de información". Me gusta comparar Internet con el mito de Tántalo, condenado por Zeus a sufrir en castigo por su arrogancia hambre y sed eternas, a pesar de estar rodeado de abundante comida y bebida que se apartaban de sus manos cuando intentaba alcanzarlas.

¿Y qué puede hacer la computación para aliviarnos del problema que ella misma ha generado? Bueno, creo que la respuesta es sencilla aunque "ponerle el cascabel al gato" no es nada fácil. Pero, ¿cuando ha sido fácil ponerle el cascabel al gato?

Esta solución ha de venir de la mano de un conjunto de herramientas emparentadas con la Inteligencia Artificial, los agentes inteligentes y los robots software o sofbots (me gusta traducir este último término como robots "blandos", un tanto humorísticamente).

En definitiva, de lo que se trata es, como siempre en estos casos, de que alguien haga el trabajo por nosotros, al menos en parte. Ese alguien, o algo, debería ser capaz de interactuar con la Web como los humanos: navegar con descripciones aproximadas, rellenar formularios, extraer y validar la información recibida y combinar todo esto de modo flexible.

En mi grupo venimos trabajando desde 1998 en este tipo de herramientas, con resultados modestos pero a mi entender muy prácticos. Algunos de estos resultados pueden verse en http://baloo.eui.upm.es.

Así, mientras algunos nostálgicos se aferran al papel -al poco que va quedando- e insisten en los defectos y los peligros de este nuevo medio, otros intentamos de diversas maneras hacerlo más humano.

Pongo un ejemplo paradigmático: tener el Boletín Oficial del Estado en Internet es útil, pero eso no nos evita tener que leerlo si estamos a la espera de cierta convocatoria. Pero dicen que el ser humano está hecho para leer poesía (esto ya lo dudamos hasta los poetas), no para leer BOEs. ¿No sería posible que las máquinas hicieran esto último por nosotros, mientras nos dedicamos a leer, sin ir más lejos, el último libro de Ramón Buenaventura?

La respuesta es, naturalmente, que sí. Pero los tecnólogos están tan orgullosos de la "Internet como es" que a lo sumo alcanzan a querer hacerla más rápida, para meter por los cables -claro está- todavía más información ¡pobre Tántalo!

Es tan sencillo (o tan complejo) como crear un "perfil de usuario" que indique en qué esta interesado uno, y programar a la máquina para que nos avise si algún artículo del BOE "encaja" con ese perfil. Uno de los problemas es que algo tan sencillo para los humanos como "encajar" puede llegar a ser extremadamente complejo para una máquina. Eso sí, si conseguimos programarlo, la máquina lo hará miles de veces más rápido que el humano. Y sin cansarse.

Es la historia de la humanidad. Un continuo crear de nuevas cosas mientras las antiguas -las calles que conocimos, los valores que tuvimos, lo que aprendimos y lo que olvidamos- se derrumban.

Y allí quedaran, perplejos, aferrados al papel, algunos -paradójicamente llamados "analfabetos tecnológicos"- de los hombres más cultos. Leyendo libros de papel. Leyendo incunables. Leyendo el BOE. Es el miedo a lo nuevo. A no dar la talla. Pero tranquilo, si has llegado a estas páginas, no es tu caso.

Pues por más que ame las calles que conocí en mi infancia, esas calles se fueron, ya no existen. Cayeron en el pozo de lo que ya no es. Y negarlo no me ayudará a descubrir las calles nuevas, si las hay. Así que vamos a buscarlas. Cada uno a su modo.


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