Revista poética Almacén
Colaboraciones

Un farol

Francisco Serradilla


Esa noche me senté contigo frente a la cristalera del balcón, con las luces apagadas. Te dije “este es mi farol” y después permanecimos largo rato en silencio. El farol arrojaba su luz blanca sobre las paredes, sus reflejos blancos sobre lo adoquines de la calle. La ciudad permanecía en silencio. En otro tiempo hubiera estado oyendo a Triana bajo esa luz, y la ilusión...

Esa noche fue en el pasado, o en un futuro hipotético en el que se vivía en cajas de cerillas y sin pensar en el presente, en una especie de ensimismamiento dulce, unas veces alegre y otras desesperado.

Es enormemente complicado construir sensaciones con esas pequeñas piezas de puzzle que son las palabras, puesto que el hecho de estar contigo mirando a través del balcón es irreproducible. Sobre todo si es verano y están las puertas abiertas con lo cual a ver si entra una salamandra y luego no sabemos qué hacer con ella, bicho inocente que no teme el peligro. Pero aunque los poetas alaben a la palabra o a las palabras, no deja de ser una herramienta manifiestamente primitiva. Todo buen obrero llega a saber cómo habría que mejorar sus herramientas para que fuesen más eficaces, por eso, aunque esté de moda hacerlo, no es buen obrero el poeta que alaba a la palabra. De todos modos, el hecho de que la palabra sea una herramienta primitiva es tal vez lo que haga posible la literatura, ya que si la palabra fuera un medio poderoso no haría falta retorcerlo tanto para decir algo medianamente interesante, y los poetas se morirían de hambre, aunque de hecho ya se mueren (cosa que no implica en absoluto que el lenguaje sea una buena herramienta -los cartesianos ya me entienden-).

Volvemos al punto de partida: estamos mirando a través del balcón a la luz del farol las viejas casonas de mi barrio, mientras el tiempo no transcurre, casi parece retroceder. En esa habitación, con la luz apagada, eres azul. Eres azul y sueñas con mis sueños, con los juegos perdidos, con los micrófonos colgando de la lámpara, con el momento del primer beso o la primera nota escondida bajo una chimenea. Ese momento del futuro nunca se borrará de mi memoria, aunque no llegue a cumplirse dentro del tiempo que los dioses nos han concedido para imaginar.


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