Revista poética Almacén
Colaboraciones

Lectura de Antonio Gamoneda

Marcos Taracido


A Antonio Gamoneda me lo encontré.

En Junio o Julio del 97 Roger Colom me habló elogiosamente de su Libro del frío, pero yo no tenía el tiempo ni la cabeza en los libros en ese momento, así que supongo que no le presté demasiada atención. Dos meses después, entré en una pequeña librería-papelería de Muros, pueblecito costero donde pasaba un par de días y vi un libro verde de la editorial Siruela con el sugerente título de Libro de los venenos; al leer el nombre del autor me sonó y lo relacioné vagamente con la recomendación de Colom. Lo compré y lo leí en esos días, tumbado al sol de una playa inmensa, solitaria y con una laguna trasera plagada de pájaros, ranas y yerbas. Me fascinaron de tal modo los juegos de identidades autoriales, las historias del frío Kratevas, el lenguaje agarrado a la belleza arcaica del léxico y la sintaxis del Humanismo, la amalgama de ciencia y poesía, y las hermosas descripciones de las propiedades de las sustancias venenosas, que al volver a la ciudad me lancé a la búsqueda desesperada del ahora ya recordado título de Libro del frío. No fue fácil el viaje, pero sí significativo. La primera librería era de las que nacieron como papelería pero cuyo fondo libresco fue creciendo hasta ahogar a las reglas y los lápices. Se produjo allí el siguiente breve diálogo teatral:

Yo: Buenas tardes, ¿tenéis el Libro del frío, de Antonio Gamoneda?

El tendero piensa, mira al techo (el almacén lo tiene en el primer piso), me mira, mira al techo de nuevo, se vuelve hacia atrás (el mostrador), se mesa la barbilla y finalmente me mira fijamente:

Tendero: ¿Frío industrial?

En otras tiendas de libros no me fue mucho mejor. Así, en la siguiente, la librería más antigua, amplia y dotada de todas las de la ciudad de Vigo (Pontevedra) me corrigieron el nombre del autor: no Antonio Gamoneda, sino Ramoneda. En fin, libro agotado y desconocido, me inicié con él en la práctica del pedido de libros, actividad indispensable desde que no existen las librerías en este país [1]. Con el ejemplar de Siruela [2] al fin en mis manos, me entregué a una lectura apasionada de sus versos: silente, primero, en voz alta después, lectura para terceros... Es el único libro que, fuera de la adolescencia, he leído con angustia y tensión, apegado a cada página por la belleza inigualable de sus imágenes, con esa ardor intelectual que dura y persiste horas después de cerrar la contraportada. Me despojo de todo rigor crítico o freno ruborizante: es el libro más bello que se ha escrito ―y yo he leído― en castellano en todo el siglo XX. Y no digo más.

Después vinieron el resto:
Edad, recopilatorio de toda su poesía anterior al Libro del frío, sólo adquirió para mí su auténtico valor en una segunda lectura, donde todo el universo que estalló en su último poemario está ya latente y emerge más a medida que se acerca en el tiempo: ya en el lirismo de Blues castellano (1966), poesía social (¿?) que deja en ridículo poéticamente a toda la generación que se inscribió en esa corriente, pero sobre todo en el hermoso y triste Descripción de la mentira (1976) y en Lápidas (1986).
El cuerpo de los símbolos (1997) también lo encontré casualmente en una estantería de un comercio libresco; es uno de esos libros indispensables para entender a un poeta y para comprender mejor su tiempo y sus ideas, claras éstas, inteligentes y, tal y como están las cosas, transgresoras en cuanto a la materia poética se refiere: la adscripción de la poesía al género adivinatorio, su comprensión sólo por nuestro destino mortuorio, la aprehensión de la belleza poética del lenguaje arcaico, o la franca desnudez de algunos pasajes:

En Descripción de la mentira hay una memoria refrenada ―y fragmentaria― que se manifiesta, sin embargo, con urgencia. Se me aparecen las primeras líneas y con ellas viene la música que va a dar cuerpo al poema. Un segundo texto tira de mí; la memoria aparece, desaparece y reaparece imprevisible. Pero ya están ahí unos núcleos obsesivos: tienen rostro, a veces; se funden dos o más en uno. El libro termina diciendo: «Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros». Parece que de nosotros queda algo. En el libro se lee más adelante: «Después del conocimiento y el olvido, ¿qué pasión me concierne?». Todavía no sé su nombre, pero esta pasión, posterior al conocimiento y al olvido, está ya pesando en mi existencia. [3]

Podría poner decenas de ejemplos extraídos de este libro de ensayos y artículos en los que habla de poesía, pintura, escultura, cine... y todo, como en sus libros de versos, enfocado desde la propia experiencia, desde su particular vivencia del arte y de la vida [4].
El problema de todo esto que les estoy contando está en que yo, en 1997, tuviera total ignorancia sobre no ya la obra sino la misma existencia de Antonio Gamoneda. Reconozco en ello una buena parte de culpa: es palpable mi impericia en materia poética actual y mi total desconocimiento del Parnaso que me rodea. Pero si algo he leído es manuales y listas de literatura española contemporánea, historias y clasificaciones de tendencias, movimientos y generaciones, antologías, y les puedo asegurar que Antonio Gamoneda no aparece, salvo como un nombre perdido entre cientos, en ninguna de esos libros, canónicos o no, que escriben/deciden la historia poética de este país. Por edad (Oviedo, 1931) debiera integrar la Generación del 50, junto a Gil de Biedma et alii, pero un abismo de belleza y burguesía los separan; tampoco entró en la Poesía social porque no entiende la poesía tan llana e ingenuamente; nada, en fin, le une a los Novísimos, porque su expresión independiente no necesitaba reaccionar contra periodos ni formas.
Ahora, cuando la Poesía de la experiencia se extiende como la basura por los terraplenes, y dicta quién es quién en los cócteles y premios, él sigue escribiendo poesía.
Cierto es que a raíz de la concesión del Premio Nacional de Literatura en 1988 y la publicación de Edad en Cátedra se empieza a dar a conocer, pero muy lenta y desigualmente, y hoy en día siguen sin encontrarse sus libros en la librerías y sin aparecer su nombre en las biblias poéticas. Quizás sea mejor así. Lo prefiero entre los heterodoxos. Yo ya sé que existe. Mi única intención es que alguno de ustedes no lo sepa y lo descubra: gozará de esa pureza en la lectura primera de, por ejemplo, el Libro del frío, con la que yo ya no podré regalarme nunca:

ya sólo hay luz dentro de mis ojos


[1] En todas las ciudades que he visitado en España, la única librería que de veras hace honor a su nombre y que regentan auténticos libreros es Michelena, en Pontevedra. Allí, Felipe ostenta todo la base de datos (comentada) del ISBN en su cabeza.

[2] Ha aparecido una nueva edición en la editorial Germanía que añade la sección Frío de límites, con una veintena de nuevos poemas. Su pésima distribución hace que siga esperando por él un mes después de haberlo pedido.

[3] Antonio Gamoneda, El cuerpo de los símbolos, Huerga y Fierro, Madrid, 1997, pags. 179-180.

[4] Al respecto es significativo el siguiente párrafo del prólogo a El cuerpo...: «Hay algo más de lo que también quiero curarme en salud. Estas paginas se refieren con demasiada frecuencia a mi propia escritura. Evidentemente, yo no he querido hacer un libro sobre A.G., pero sí ocurre que mis pequeños saberes se derivan, en la mayor parte de los casos, de estudio o reflexión aplicados a obra ajena, sino de mi propia experiencia creativa. Ni puedo ni quiero disimular esta circunstancia»


________________________________________
Comentarios

La primera vez que leí a Gamoneda fue en el almacén de poéticas, "poesía en perspectiva de la muerte", (hace casi un año apenas), me pareció cercana a las mil ideas de poesía que me rondaban vagamente y fue como despertar a una nueva forma de ver el objeto poético, el que provoca callar para contemplar su reconstrucción en el deseo y en el dolor de la pérdida.
Por cierto que me motivó a conocer su obra y hacerlo parte de mis poetas admirados. De ahí que cada aporte en la red, lo disfruto plenamente.

Pero mi experiencia de lectora en Chile, no siempre ha tenido algún hallazgo como el suyo en Pontevedra. Sólo me resta solicitar los libros al extranjero. Pero aun así.. vale la pena la espera por encontrarse con esa vida silenciosa que está siempre en movimiento en su poesía.

gracias por este espacio.
saludos!

Comentado por Solange Schiaffino el 22 de Septiembre de 2002 a las 04:12 AM

Estoy actualmente leyendo "El libro del frío".No puedo decir que mi primer encuentro con su poesía sea tan fortuito como el que expone, con la más entusiasta de las prosodias, Marcos Toracido.Soy, asimismo, asturiano y aunque sólo sea por eso, mi ignorancia sobre Gamoneda hubiera sido en exceso ignominiosa.Confieso, no obstante,a mi pesar que no lo había leído antes y que estoy, por tanto, subyugado por esta poesía enigmática, serena y despojada de oropeles.Para mí será ya, obviamente, un punto y seguido cuyo próximo destino estará en ese LIbro de los venenos.El comentario del Sr. Toracido me ha parecido sugerente e inmejorable; haría bien la editorial Siruela en contar con su pluma para ennoblecer las contraportadas de sus ediciones de la poesía de Gamoneda.
¿Quizá el marco incomparable del que habla fue el extenso y límpido arenal de la Playa del Aguilar, en Muros?

Comentado por Paulo Fernández el 29 de Mayo de 2003 a las 07:46 PM