Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Confianza ciega

Confianza ciega en uno mismo es lo que hay que tener para ver este programa. Confianza para poder ver un programa TAN BUENO, el mejor, el más original de toda la televisión en abierto desde que llevamos euros en el bolsillo.

En la última emisión (es un decir) encontré algunas de las claves del éxito de Confianza ciega. PAR EXEMPLE, una de las concursantes se llama Nube. Esto explica por qué mi atención se volatilizaba como un insecticida en aerosol. Mi mano iba instintivamente al artilugio de canaleo, también conocido como mando y, ajena a mi más ferrea voluntad, se dedicaba a mostrarme lo que había en las otras cadenas (mucho fútbol, un par de películas de relleno, de esas en las que Demi Moore , antes de que estuviera buena, nos muestra una cabellera ochentera y absurda, un documental sobre cerdos salvajes en algún punto de las indias orientales o Extremadura — no lo sé porque mi mano instintiva también tiene la costumbre de quitar el volumen — y el programa del Aragón, a quien sólo de verle la cara ya me entran ganas de hacer el bien, o de votar a Izquierda Unida, dos actividades inútiles, mucho más perniciosas que, PAR EXEMPLE, hurgarse la nariz con un hueso de pollo, sobrante de la comida de medio día) (paréntesis largo, ¿eh?, a que os habéis olvidado de qué moluscos estábamos hablando).

A veces, mi mano autónoma, en lugar de alcanzar el mando y tomar dominio de la pantalla de plasma que recubre una de las paredes de mi palacete dulce palacete, me abre el pantalón y me alcanza el bastón de mando — mando por mando — y me manda una buena paja. Esta vez no fue así. Nada menos afrodisíaco que Confianza ciega. ¿Y mi chavala dónde estaba?, se preguntarán las excelentes personas lectoras. Pues haciéndoselo con el ordenador, sin siquiera dejarme mirar, porque, dijo, tenía que entregar un trabajo el lunes. Así que estábamos solos mi mano y yo frente al peligro. No hay dinero suficiente en vuestros bolsillos para pagarme este servicio, el de crítico de televisión, os lo aseguro.

En acto de servicio, como decía, capturé algunas verdades absolutas del diálogo confianteceguil, verdaderas perlas, que ahora paso a comentar:

Dijo un cachas de la casa amarilla: “No puedes controlar tus sentimientos.” Esto, como todo el mundo sabe, es cierto. Por ejemplo, si te encabronas en un bar y eres un policía nacional, sacas la pipa y se la vacías en la cabeza a cualquier cabrón que se te ponga delante. Cuando la juez te pregunte por qué lo hiciste, le espetas fragantemente: “No puedes controlar tus sentimientos.” Ella se da cuenta de la verdad e iluminada te suelta sin cargos como si fueses un capo de la droga o un jerifalte de Gescartera. Está claro.

Le dijo Nube a Carolina o viceversa: “Enamorada como yo estoy de él, tío, te lo juro, tío.” Otra verdad como un saco de patatas. Si hiciésemos un listado de las diez mejores verdades del universo, esta sería la número siete. Pero para que sea verdad de verdad, hay que decirla con el gangoso proceder glotal del pijerío. PAR EXEMPLE, cogemos a una funcionaria pija, de esas que llevan el pelo con mechas (suelen trabajar para la diputación) y kilo y tres cuartos de laca, la obligamos a memorizar la frase “Enamorada como yo estoy de él, tío, te lo juro, tío”, le prendemos fuego a la laca y que salga corriendo de la diputación diciéndola a gritos. Ya veréis como es verdad.

Juan Imedio se ha afeitado la barba. Lo apunto antes de que me olvide. Continúo.

Dice uno de los concursantes de la casa azul: “Joder, hay ratos que se pasa muy mal.” El sábado 23 de febrero, un Euromed atropelló una furgoneta, enviándola, a 200 kilómetros como iba, a tomar la comunión. Quiero decir: al oír la frase, yo me sentí como el conductor de la furgo. Así de duro te pega la verdad cuando la oyes. Así de violenta es. Por lo que sangrando y con un brazo roto corrí hasta mi chavala y le dije lo que me había ocurrido. Ella, sin levantar la mirada de la pantalla de su amante el ordenador, contestó: “Ajá.” Y yo volví más tranquilo al cobijo de mi pantalla de plasma con la ciega confianza de quien se sabe amado.

(Hablando de la verdad, en la casa azul dieron una fiesta dedicada al carnaval veneciano. Uno se pregunta si los productores del programa habrán elegido bien aquel día cuando se pasaron por el INEM en busca de guionistas. La fiesta fue todo un éxito. Se notaba a leguas que se habían gastado la pasta en los disfraces, unos diez o doce euros en total. Las máscaras eran realmente venecianas, unos antifaces del todo a 100, con su gomita y todo. Y era la goma del antifaz lo que le daba ese carácter veneciano a la fiesta. Sin la goma del antifaz aplastándote el pelo no se puede ir a Venecia. Venecia y la goma son sinónimos. La goma dice más que cualquier verdad.)

Y por último, la última perla del collar de verdades de Confianza ciega, dice otro concursante de la casa azul: “Yo a veces pienso que esto es innecesario.” Señoras personas lectoras, HE AHÍ LA VERDAD ABSOLUTA; el lema que Dios lleva bordado en la camisa del pijama; la frase que los cuatro evangelistas censuraron; lo mismo que dice Aznar cuando le preguntan por la reforma de la Constitución que ahora Fraga, nuestro Galileo, le exige; lo que va Hierro y le dice al árbitro al final de un partido que el Madrid acaba de perder; lo que nos distingue de los meros animales; lo que en un principio, no muy lejano, convenció al ser humano para que se levantara sobre las patas traseras y anduviese a manos libres, la misma revolución que ahora pretende Tráfico en lo de los móviles en el coche; lo que todos los filósofos llevan milenios buscando, ¡HE AQUÍ LA MÁXIMA LUCIDEZ!

A partir de esta verdad, amadas personas lectoras, ya sólo queda una cosa. El silencio.



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