Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Canibalismo y televisión

Bueno, sí, he estado de huelga, ¿qué pasa?

Será porque el opio del pueblo ya no me pone ni el pie cerca de los calcetines. Porque la ducha fría desinfectante y obligatoria tras ver cualquier programa me deja en un estado de no-respuesta ante los embates lúdico-amorosos de mi chavala que me está llevando a la ruina de la incomprensión conyugal. En el palacete se oyen quejas contra su rey. El rey se pone en huelga. Nadie la secunda, nadie la fecunda. El rey cesa en su afán huelguístico. Todo sigue igual.

(Me dicen por el pinganillo que Majoral se sumó a la huelga; pero yo sé bien que el tío estaba de vacaciones, devorando bandejas enteras de pescaditos ilegales en algún puerto del sur.)

La ducha fría, y esto hay que explicarlo a los legos antes de que venga un niño y los desmonte, sirve no sólo para alivianar los ánimos ególatras y obesos de la líbido, sino también para entibiar los calores agresivos que son los que me mueven a la antártica ducha.

Porque uno se encabrita, se encabrona, se cabrea: se vuelve cabra, se pone como una cabra. Lo cual significa que a uno le da por masticarle la ropa al de al lado y/o echarse pal monte. Y todo por ver la tele.

Ya se sabe que pal monte hay que echarse pertrechado con trabuco y coqueta montera like la de Curro Jiménez; y esperar.

Esperar a que pase por uno de esos caminos de cabras que tanto le gustan al monte, un jefe de programación (reconocible por su parrilla), un ejecutivo de la comunicación (reconocible por su amplio dominio del espánglish aprendido a marchas forzadas durante su último máster en los Estéits), un productor televisivo (reconocible por el manos libres que lleva insertado en uno de los anos de delante). Y cuando pase, volarle el puto cráneo encefálico avec le trabuco, que para eso lo inventaron.

¿Ha subido ya la audiencia?

Luego uno recoge toda esa materia gris que quedó esparcida por las piedras y los arbustos, la guarda en una bolsita de plástico con cierre hermético y se la lleva a casa (en mi caso palacete) para hacerse un excelente revuelto de sesos y ajos tiernos, que a mí me queda como para chuparme los dedos de los ojos. (Esos que uno utiliza cuando por la calle pasa una guapa señorita de bellas y redondeadas formas y tetas y a uno le da por desnudarla con la mirada). (Otra ducha fría).

O sea que la tele no sólo promueve la violencia, como afirma la pacata sociología paquete, sino también el canibalismo. Y el canibalismo, cuando no es para sobrevolar los Andes, está muy mal visto.

Una vez vi un documental de bichos que iba sobre unos señores y señoras, niños y niñas, que viven en Papúa-Nueva Guinea. (También los hay sobre señores y señoras, niños y niñas, que viven en España y pertenecen a la familia real (comparada con la irreal, que es la suya de usted) y nadie se siente aludido, ni hay que decir que me pongo políticamente insurrecto, por haber llamado bichos a una gente que vive en una isla de los mares del Sur).

Pues esos que digo que vi en el sustodicho documental de bichos, que sería por La 2, eran caníbales. ¿A que ya lo sabíais? Pero no unos caníbales cualquiera, como tú, amada persona lectora, aunque te hagas llamar vegetariana. NO: eran caníbales conceptuales. Por eso diferencio su canibalismo, intelectual, del nuestro, indiferente. (¿No comemos corazón humano, tan rosa él, tan corazón corazón?)

¿Y en qué consistía ese canibalismo conceptual? ¿Dónde estaba el concepto?, os preguntaréis al tiempo que encendéis las velas de esa tarta de callos de futbolista con la que alimentáis los fines de semana. Fieles personas lectoras. Os lo diré porque me caéis bien: consiste en que sólo se comen a los muertos, o sea, sin matarlos, a los que se mueren solitos. Parece que la idea es completar la ración de proteínas de la tribu, y para que el alma del devorado no se vaya al carajo. (También puede que en algún momento haya subido mucho el precio del nicho en su zona y se hayan inventado esas razones como huelga de consumo).

El asunto es que para los productores del documental (malditos productores), el canibalismo practicado por esta gente era cosa mala, muy mala. ¿Guay bicós por qué? Pues because it era políticamente insurrecto. Y eso es muy malo, ya se sabe.

Resulta que las partes suculentas, el solomillo, el entrecot, las chuletitas, se las comen los hombres, mientras que a las mujeres, infantes y personas con tarjeta dorada de la RENFE, les tocan las partes baratas, la casquería. Por lo que a esta otra gente les entraba un canguelo conocido en nuestra amada patria como Síndrome de la Ministra de Sanidad U de las Vacas Locas.

Los primeros antropólogos pensaban que uno si es caníbal acaba quedándose pendejo. Pero NO, ahora ya sabemos lo que es.

En el caso del canibalismo que la tele produce, sin embargo, todavía no se ha probado que no apendeje. La otra opción es mucho más atractiva, ¿no?

No os olvidéis de apagar la tele cuando os quedéis fritos. Bon autoapetit.

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