Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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Jamás


Jamás es una palabra que jamás debería pronunciarse. Asusta como un chasquido fuerte y seco. Y es que decir jamás es decir nunca, y en el nunca se diluye toda identidad posible, pues en la nada que es todo nunca perecemos. ¿Qué nos queda entonces sino lo que ya tenemos? Para eso mejor no decir nada. Jamás se revela entonces como una palabra hueca, que nada dice, y que por no decir nada, huelga.

Ese chasquido del jamás es el mismo que se escucha cuando recibimos cualquier orden, cuando alguien, por ese arte militar y parafascista del ordeno y mando tan extendido en nuestra historia, nos manda hacer o no hacer algo desde una posición de poder, conminándonos a seguir sus deseos o “jamás lograréis ser algo en esta vida”, pandilla de inútiles. Y es que así hablaba el maestro autoritario a sus alumnos acobardados. Y así habla el que va sobrado de seguridad en sí mismo, el que todo cree saberlo sin detenerse siquiera a leer lo que otros podrían haber escrito, pues no le es útil, y en nada contribuye a ensalzar su engolada figura. Desde luego, para engolar una figura dudo que sirvan mis escritos. Antes bien le enviaría una copia de mi primer birlibirloque para que fuera enteteniendo sus ratos de ocio, y curtirse un poco en la práctica del dilema y la sospecha.

Jamás, curiosamente, significaba antes lo contrario de lo que hoy significa. El Diccionario de la Real Academia sitúa en su segunda acepción “2.ant. siempre”. Lo que desde luego otorga a este vocablo un aura de contradicción y misterio, pues enfatiza tanto al nunca como al siempre. Mejor sería, se me ocurre ahora, decir jamenos para el nunca y jamás para el siempre. Pues el más desde luego que no casa con el nunca. Son disquisiciones filológicas que os dejo apuntadas sin mayor reflexión, a vuela pluma. Curiosa la deriva que sigue este artículo a partir de un jamás de los jamases.

En fin, colegas, tratemos si acaso de identificarnos en positivo, buscando lugares donde resolver encuentros, y no dilapidemos tanta falsa seguridad detrás de palabras recias, que levantan fachadas de certeza donde esconder las dudas, en vez de sacarlas a la luz y orearlas. Pues sólo así se las lleva el viento, amigo. Y la duda que se esconde acaba por dañar la neurona, que de tanto picar en los sótanos de nuestra cabeza, acaba por horadarnos un boquete en el cráneo por donde escapar sin demora. Agudo Majoral, un saludo afectuoso de quien jamás osaría no leerle.


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