Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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El gabinete de un aficionado

"El gabinete de un aficionado (historia de un cuadro)", de Georges Perec (Editorial Anagrama), narra las peripecias de un lienzo perteneciente a la colección de Hermann Rafke, un cervecero alemán coleccionista de obras de arte, cuyas propiedades fueron expuestas por primera y única vez en Pittsburg, Ohio, en 1913. La peculiaridad del cuadro principal de dicha exposición, titulado “El gabinete de un aficionado”, radica en la reproducción hasta el infinito del mismo tema, esto es: el cervecero sentado en un sillón, en su gabinete, observando las obras de arte de su colección, y precisamente con ese mismo lienzo titulado “El gabinete de un aficionado” colgado de la pared en un lugar preeminente, como motivo central del grupo pictórico. Un cuadro que se contiene a sí mismo, en defintiva. Pero un matiz hace que la escena sea sobrecogedora: de una reproducción a otra, cada cuadro que forma parte de la escena varía en un pequeño detalle la pintura anterior, de tal forma que si en uno de los cuadros que observa el coleccionista se representaba un paisaje con diez ovejas, en la siguiente reproducción desaparece una, o si en otro un boxeador estaba recibiendo un golpe, aparece en el siguiente tumbado en la lona, etcétera.

Como en un juego de luces y sombras, Perec le regala un pequeño entretenimiento a la razón, con el que trata de despojarla de las estrictas reglas de la lógica y proyectarla por el siempre atractivo mundo de la fantasía. Tras una minuciosa descripción, que alcanza en ciertos momentos detalles tan insignificantes como grotescos, de la vida y milagros del cervecero alemán aficionado al arte de la pintura –por ejemplo al relatar, aparentemente sin venir a cuento, la extraña muerte de una tal Daisy Burroughs, al caerle encima una chimenea, a causa de un huracán, la noche del 19 al 20 de marzo de 1865, en Richmond– el autor del libro cierra el círculo del desconcierto al negar la identidad del autor del cuadro que es objeto precisamente de su libro.

La apelación al eterno retorno, citado por un crítico de arte llamado Lester Nowok, es ingeniosa por indicar siquiera lateralmente la sorpresa final del relato: al releer comprendes que la ficción sobre la ficción construye realidades –la lectura de este libro me trajo a la memoria otros leídos años atrás a Borges–. Un relato de ficción con tal abundancia de citas, fechas, autores, obras y acontecimientos históricos –y menos históricos– acaba siendo verídico en grado sumo: verdad producto de tu propia ignorancia que, asentada también sobre la ficción, delegas en el autor del libro para ser saciada, en un burdo ejemplo de lectura no crítica.

El detalle de no repetir en el segundo plano del cuadro acción idéntica a la reproducida en el primero, nos presenta al movimiento como idea matriz frente al no-movimiento, al estatismo de las figuras encerradas en el cuadro. La ficción sale reforzada: una pequeña variación en la observación de la realidad, que conlleva su reproducción siempre infiel y viciada por la anécdota del cuadro, alcanza un grado supremo negándose a sí misma: la variación sobre la variación de una variación de la realidad alcanza y supera a esa realidad, lanzándonos al infinito.

¿Y qué nos queda entonces? Decir que no nos queda nada es vaciar la vida de contenido, y por eso la razón se apresta a trazar complejas relaciones que nos dan la apariencia de que las cosas suceden tal y como las pensamos. Pero el cuadro que observamos nunca está quieto: siempre algún detalle escapará a nuestra percepción, y esa huida nos dará pie a concepciones falsamente realistas, con las que estaremos tentados a decir que la realidad tiene su propia vida, con independencia de lo que pensemos de ella. ¿En qué quedamos? Realidad e ilusión abrazadas en el gabinete de un cervecero aficionado y coleccionista de obras de arte, realidad e ilusión que nos atenazan los miembros y nos arrojan sin piedad al infinito, como en una habitación llena de espejos.

Con el personaje central de su obra, Perec nos plantea una interesantísima unión de cerveza y pintura, y desenmascara los comunes caracteres que definen a coleccionistas, marchantes y cerveceros, preocupados primordialmente en la inversión mercantil. Es chocante, por lo demás, su unión lateral con "La vida instrucciones de uso": al menos un personaje –un tal James Sherwood, enigmático tanto en uno como en otro libro– es repetido. Una lectura más reposada de los libros de Georges Perec debe sin duda rebajar la sorpresa que tales repeticiones provocan.


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Comentarios

Se puede probar como válido la existencia del Arte aficcionado ? Es decir plantear la posibilidad de emprender un programa que permita a los aficcionados por las Artes Plásticas expresar su Vocacíon creadora sin pretender ejercer el oficio de artista.

Comentado por Imelda Rincón el 31 de Octubre de 2003 a las 05:04 PM

Se puede probar como válido la existencia del Arte aficcionado ? Es decir plantear la posibilidad de emprender un programa que permita a los aficcionados por las Artes Plásticas expresar su Vocacíon creadora sin pretender ejercer el oficio de artista.

Comentado por Imelda Rincón el 31 de Octubre de 2003 a las 05:04 PM

Se puede probar como válido la existencia del Arte aficcionado ? Es decir plantear la posibilidad de emprender un programa que permita a los aficcionados por las Artes Plásticas expresar su Vocacíon creadora sin pretender ejercer el oficio de artista.

Comentado por Imelda Rincón el 31 de Octubre de 2003 a las 05:04 PM

Se puede probar como válido la existencia del Arte aficcionado ? Es decir plantear la posibilidad de emprender un programa que permita a los aficcionados por las Artes Plásticas expresar su Vocacíon creadora sin pretender ejercer el oficio de artista.

Comentado por Imelda Rincón el 31 de Octubre de 2003 a las 05:05 PM