Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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En la roca mi pala(bra) se retuerce

Una mañana me encontré en la calle un trozo de realidad que se había perdido. Intrigada, mi mente se acercó para preguntarle si podía ayudarla en algo, pues su cara denotaba cierto cansancio y agobio. Me contestó con un gesto de altivez que no, y opté por seguir mi camino. A veces, la realidad se comporta de forma bastante altanera y no conviene enfrentarse a ella, pues tu interior puede resultar dañado: la realidad siempre será más rocosa que la mente, más plomiza que las neuronas.

¿Seguro? Concentrado en mi mundo interior, dudo ahora de la dureza de la realidad, y me pregunto acerca de sus cualidades. Pero tras releer lo escrito, creo que antes incluso de plantearme esa pregunta debería dudar de la realidad de mis neuronas, transformadas de pronto en un ente inmaterial que juzga desde una supuesta lejanía la tozudez de esa realidad a la que se siente ajena. Pues si digo que la realidad es tozuda, debo admitir que yo también lo soy con ella, dado que pertenezco a esa misma realidad a la que califico de tozuda. ¿O no es así? ¿Alguien en su sano juicio, desde su pertinaz realidad, es capaz de negarlo?

Otra cosa es que parcele la realidad y la clasifique por partes, allí lo tozudo, aquí lo maleable, allá lo alto, más allá lo bajo, etcétera, para tratar de integrarme en una de ellas. Pero entonces habrá que preguntarse por el motivo de mi afán clasificador, y me responderé a mí mismo que ese prurito no es producto sino de mi propia realidad, que me empuja a saber más acerca de lo que me rodea –¿merodea aquello que me rodea? ¡Vaya juego tan realista el de las palabras!–. Inventaré géneros, especies, clases y subclases, y abarcaré así todo aquello que mi conocimiento alcance a discernir.

¿Nada más? No. En esa labor deberé prever lugares abiertos que permitan la clasificación de nuevas parcelas de realidad hoy ignotas, pues es de sentido común advertir que no conozco toda la realidad que me rodea, de otro modo estaríais leyendo a dios. ¿Pero acaso es dios parte de esa realidad? Los empty names –literalmente: "nombres vacíos", que carecen de un referente real en el que anclarse– llevan al parecer de calle a los filósofos anglosajones, y no voy ahora a enmendarles la plana. Pero debemos reconocer que cierto grado de insatisfacción sí nos queda cuando nos preguntamos acerca de lo que hay detrás de algunos nombres que nos plantean disquisiciones infinitas e infinitos dolores de cabeza. ¿Qué hacer con ellos? ¿Dónde ubicarlos? ¿En la clase de los nombres vacíos? ¿Acaso no es esa una de las clases con las que hace un instante queríamos parcelar la realidad? Admitamos que la clase identificada con la palabra "nombres" sí abarca una parcela de la realidad que me rodea. ¿Pero qué hacemos entonces con el calificativo "vacíos", que si bien es una palabra como lo es "nombres", al parecer carece de referente? (Y que nadie me diga que alguna vez percibió el vacío, pues entonces el problema saltaría varios escalones abajo –o arriba, según perspectivas– para empezar de nuevo, ya que deberíamos volver a dudar hasta de nuestras propias percepciones, como hizo un tal René en su contactos con los genios malignos).

Incapaz de seguir el trazo, un trozo de mi mente se ha largado a vagabundear, cogidita de la mano de ese pedazo de realidad errante que me encontré aquella aciaga mañana en la que decidí alterar brevemente el curso de mis pensamientos. Y es que a veces conviene perderse realmente, sin ficciones, dejándose llevar por la corriente de lo real, lejos de elucubraciones enfermizas que nos dispersen. No quiero con ello desterrar la ficción a los arrabales. Entendámonos. Todo esfuerzo mental tiene un límite. Y al igual que jamás correremos los cien metros en cuatro segundos –reconocerlo es la primera tarea del atleta– tampoco cabe esperar que nuestra pala(bra), llegados al límite de la duda, siga horadando la roca y preguntando eternamente el porqué de las cosas, pues llegará un momento en el que se retuerza y se repliegue sobre sí misma, como bien nos dejó dicho cierto filósofo vienés al que le debo la imagen, y en cuyo recuerdo la reescribo.


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