Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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Cuando las palabras se adelantan a las ideas

¿No hemos sentido a menudo, en estados de lucidez suprema -o de suprema embriaguez-, que nuestras palabras avanzaban a una velocidad superior a la requerida por nuestras ideas? ¿Qué llegaban incluso a trazar rutas jamás transitadas por la razón, azorada ante semejante reto, provocándole un inicio de sudor frío indescriptible? El lenguaje es una trampa demasiado sutil y perspicaz como para dejarse llevar por sus encantos. Pero es evidente que cuando las palabras se adelantan a las ideas, parece como si viajaran sin cinturón de seguridad por la vida, y como si fueran kamikazes del lenguaje, adoptaran actitudes suicidas, ansiosas por jugarse el sentido en cada esquina.

Cuando las palabras se adelantan a las ideas, su vuelo ágil sorprende incluso al que las articula. Y si el hablante es abierto de entendederas, estará tentado de dejarse llevar por ellas hacia lugares recónditos donde el habla se torne aventura. Poetas ha habido que hablaban de escrituras automáticas, expresión muy poco ágil pues induce a pensar en el frío maquinismo del autómata. Quizás a esos poetas se les escapaban las palabras de las manos, y no fueron o no quisieron ser responsables de tales imágenes mecanicistas. ¿Fue un automatismo del lenguaje el que decidió nombrar ese tipo de escritura como automática? Antes bien, cuando las palabras se adelantan a las ideas parece como si elevaran la temperatura de estas últimas, y en roces mágicos devolvieran al hablante el sentido que inicialmente creyó perdido.

Cuando las palabras se adelantan a las ideas, nos parece como si las ideas se hubieran tumbado a la bartola, durmiendo la última melopea, y a veces incluso dan señales de alarma, como si quisieran decirnos: necesitamos una temporada en un balneario idealista para recuperar la agilidad perdida.

Otras veces, cuando las palabras se adelantan a las ideas, la conversación se adentra por lugares inhóspitos y peligrosos, y el ademán de entenderte en tu contertulio se torna ademán de susto ante el torrente de palabras que sale de tu boca. Dispuesto a no salir empapado de la tormenta verborreica, tu sufrido compañero de conversación usa expresiones a modo de paraguas, tales como "tienes razón", "indudablemente", o "por supuesto, faltaría más", con las que trata de sortear los obstáculos que le surgen inesperados tras cualquier recodo, en su esforzada carrera por seguirte a esos lugares tan alejados a los que tratas de llevarle. Y es que no ha entendido nada de lo que tratabas de decirle, pero eso ya a nadie importa, a esas alturas...

Cuando las palabras se adelantan a las ideas, parece como si todas juntas se agolparan a la salida del colegio, y corrieran en tromba en busca de esa libertad tan añorada a lo largo del día.

Suelen ser explosivas las palabras que se adelantan a las ideas, pues llevan a veces bombas adheridas a sus cuerpos que le explotan a uno cuando menos lo espera, en medio de una fiesta, o en una conferencia, o en una entrevista laboral, o en una clase de ontología.

En fin, esas palabras que adelantan ideas por las carreteras del entendimiento deberían conducir con cuidado y hacer señales, digamos que por simple precaución, y mirar con cuidado a ambos lados, no vaya a ser que algún peatón despistado se cruce en su camino y lo atropellen. Entiéndaseme bien: no pretendo sino evitarles el mal trago de convertirse en palabras homicidas.


En este punto de nuestro recorrido, creo llegado el momento de que recuperemos el juicio y levantemos el velo. No derrapemos más por las curvas siempre viradas del lenguaje. ¿Acaso existen ideas sin palabras? ¿Podemos pensar sin lenguaje? Ilusos, adoptamos actitudes y expresiones que son burdas engañifas del intelecto. La imagen de unas palabras adelantando ideas es tan casquivana y recurrente que me sugiere un par de muletillas para andar por casa como persiguiendo ideas...¿o persiguiendo palabras?


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