Revista poética Almacén
Impossibilia

[Marta Paredes]

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Las cartas de Milena

Yo no las he leído. En realidad, tampoco estoy segura de que existan. O quizás sí. Ahora que lo pienso, recuerdo haber hojeado algún suplemento dominical en el que se daba noticia de su próxima publicación. Me refiero a las cartas que Milena Jesénska, escritora y periodista checa, le dirigió a Franz Kafka durante buena parte de sus vidas. O al menos eso es lo que se deduce del epistolario de Kafka, que sí he leído con placer y atención, como quien entreabre de puntillas una puerta mal cerrada y disfruta en secreto de lo visto.

Porque leyendo las cartas de Kafka es posible leer entre líneas las cartas de Milena. Éste es el abracadabra de la literatura epistolar: quien dirige hacia otro el rumbo incierto de su escritura se construye a sí mismo y construye a su vez la presencia añorada. De ahí que al mirar lo que nos fue vedado en realidad veamos mucho más, y a veces (objetivo sin duda indeseado) incluso nos veamos a nosotros. Kafka escribe a Milena muchas veces en contra de sí mismo, y en esa grieta enorme que se abre entre los dos, o entre Viena y Praga, cabemos los espías. Qué sería del mundo sin la curiosidad.

Probablemente habrá quien se apresure a lamentar el destino de Milena, sombra pálida del hombre que la amó, condenada por nuestros prejuicios a un injusto segundo puesto en el pódium olímpico de la literatura universal. Yo, que estas semanas he hablado mucho con ella, en realidad la envidio. Como es tímida, se beneficia del consuelo de hallarse incorporada a una escritura ajena, la escritura de alguien que siempre la juzgó superior en talento. Como es vanidosa, sabe que haber perdido un puesto en el incierto ránking de la gloria le garantiza un destino más alto: el del olvido.

Les sugiero que, como yo hice, se sacudan en seguida la mala conciencia por detenerse a observar la intimidad ajena. En realidad, la intimidad ¾eso que unos llaman mundo interior y otros, con más fortuna, agujeros del yo¾ sólo puede ser ajena. Me figuro que eso es lo que diría Kafka si alguien se hubiera interesado en preguntárselo. Por eso eligió el fuego como destino póstumo para sus manuscritos, un destino que aquel amigo con nombre de payaso y apellido de pan decidió revocar sin consideración alguna. Kafka, como Pessoa, de complexión apátrida y vocación asmática, no dispuso de sí ni ante su propia muerte. Kafka, frente a Pessoa, había llegado al mundo en julio, bajo la protección incierta de la estrella de Sirius.

A quienes somos hijos naturales de la canícula todo nos aburre soberanamente y encontramos difícil acomodo en el vago transcurso de las horas. Amamos y tememos los cambios por igual, o tal vez los amamos precisamente porque los tememos. Ahora, mientras me salto el rígido horario de oficina escribiendo este artículo, batallo contra las miradas que me dirigen mis compañeros de trabajo y pienso en la tierra incógnita de la imaginación. Esa que ni siquiera el jefe más tirano le puede arrebatar a quien la pisa. Los nacidos en julio, horóscopo mediante, hacemos profesión de vivir en las nubes, cazar ciento volando y tener la cabeza atestada de pájaros. También Kafka tenía su oficina, su jefe e incluso su tuberculosis, pero ni los unos ni la otra minaron el solar de lo soñado, el huerto concluido de las fuentes que riegan lo que nunca se vivió porque se prefirió guardar para después. En la primera de las cartas que le envía, Kafka le escribe a Milena: "Al menos tiene usted una patria, posesión de la que no todos pueden preciarse". Sospecho que hoy casi nadie tiene patria. Felicidades, pues, a los nacidos en julio y a quienes, como ellos, sólo saben vivir entre fronteras de aire.


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Comentarios

La curiosidad y los caminos del ocio me han acercado a este texto. No sé cómo llegué hasta aquí y probablemente no recuerde el camino de nuevo. Sólo sé que estoy profundamente conmovido por lo que Marta Paredes ha escrito, con la sencillez - o más bien una secreta complejidad - que tienen las certezas: "al mirar lo que nos fue vedado en realidad veamos más...incluso a nosotros mismos". Yo una vez escribí a una enamorada la siguiente frase "la carta que no te escribo es la que más cosas dice". Y creo que es sólo hasta hoy que realmente he entendido su significado. Somos todos kafkas y milenas, porque quien escribe tiene la posibilidad de ser todo el mundo al mismo tiempo y vivirlo todo, como si la palabra redimiera nuestro destino finito. Gracias Marta.

Comentado por Rafael Velásquez el 26 de Abril de 2004 a las 10:53 PM