Revista poética Almacén
Colaboraciones

[Los raros]


El hombre camaleón

Sebastián Garduña
sgarduna@bigfoot.com

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Vi Zelig, la película de Woody Allen en su estreno en España en 1983. Salí del cine totalmente apabullado y estremecido: acababa de ver lo que para mí era una de las más grandes películas de la historia del cine. Llovía, y parapetándome con la gabardina escribí con un bic la siguiente frase en el ticket partido que aún conservo: "Sólo la ficción puede crear una realidad tan maravillosa". Con "maravillosa" no me refería, claro, a la angustiosa vida de Leonard Zelig, siempre huyendo de sí mismo, sino a la obra de arte que Allen hacía con esa vida; al bullicio intelectual que generaba en mí el poso de las imágenes que acababa de presenciar. Obviamente me equivocaba en mi juicio apresurado y húmedo.
Por si alguien no ha visto la película extracto una sinópsis de un crítico cualquiera:

«El neoyorquino fabula en esta película una imaginativa historia, la de Leonard Zelig, el "hombre camaleón", un singular personaje que en la norteamérica de los años veinte y treinta tiene la facultad de adaptarse a los ambientes en que se halla. Así, es indio entre los indios, presidente en una convención o soldado entre las filas nazis [...] Zelig encontrará la solución a sus problemas en el amor de la psiquiatra que le atiende»

Tres años más tarde lo encontré. Se llamaba Eusebio Sánchez y cómo después pude comprobar toda su vida fue un intento casi siempre logrado de mediocridad: una aspiración constante y exitosa de pasar desapercibido por el mundo; una obsesión recurrente por mezclarse en una simbiosis total con el ambiente que le rodease en cada momento; un pánico indeleble a ser señalado, a sentirse mirado, a separarse un solo instante de una línea trazada a lo largo y ancho de la medianía, lo normal, la ortodoxia.

En realidad no lo encontré a él: nunca lo he visto. Lo descubrí en una hemeroteca, en una noticia de un periódico del 14 de abril de 1962 que leía, -pasión de raro- breve y perdida entre los sucesos: seguramente el único momento de su vida en que su trabajoso plan de pasar desapercibido se quebró. Esto es lo que he podido reconstruir:

Eusebio Sánchez nació en Madrid en 1915. Su padre, médico de profesión, gustaba de cambiar de destino cada dos o tres años, ignoro si por placer de cosmopolita o por huir de algún suceso pasado. El caso es que la infancia de Eusebio transcurrió en Barcelona, Zaragoza, Melilla, Córdoba, León o Bilbao, y en cada ciudad un colegio distinto, compañeros distintos y profesores distintos, con diferentes costumbres, acentos y ropas. En ellos Eusebio nunca fue un extraño, ni uno más tampoco. Pese a que a algunos colegios se incorporó a mitad de curso, jamás llamó la atención ni se hizo notar: ni uno sólo de los compañeros ni profesores (sólo dos) con los que he podido hablar lo recuerdan: Eusebio vestía como ellos, andaba como ellos, hablaba como ellos, y daba cada paso con la precisión del funambulista sobre el hilo de acero. Estuvo en clases avanzadas y en aulas con notas mediocres y las suyas nunca se salieron de la media: si para ello había que obtener nueves, los obtenía y si lo mayoritario era un cinco, conseguía el cinco. De los 16 a los 21 años trabaja: se mezcla entre los 800 empleados de una fábrica textil, descarga pescado en los muelles de Barcelona y durante año y medio coloca una pieza de dos centímetros a una bomba de una fábrica de armamento en una cadena de montaje. Curiosamente, el trabajo de minero en Asturias le dura dos días, el tiempo suficiente para darse cuenta de que allí las relaciones que se establecen son demasiado estrechas para mantener el anonimato. La Guerra Civil le sorprende en Valencia donde Eusebio Sánchez desaparece por completo sin dejar rastro, hasta que su nombre forma parte de la lista de legionarios destacados en el África Occidental en 1957. Este fue su primer error, aunque no tuvo mayores consecuencias que las de permitirnos gozar de su historia. La atracción del uniforme debió de ser demasiado fuerte para él, a la vez que le recordaba su etapa de escolar; y la legión era perfecta por su dureza y por el hecho de que la mayoría de los alistados también huían. Sin embargo, igual que con los mineros, las situaciones de extrema dureza crean lazos estrechos entre los que las viven y a eso Eusebio malamente pudo escapar. Carlos Aranzana, compañero de sección de su Bandera, me lo relata.

El 13 de Enero de 1958 Fadrique Castromonte, a la postre laureado por la acción, dirigía a 31 hombres, Eusebio entre ellos, en misión de reconocimiento por el lecho seco del río Saguia el Hamra cuando las tropas enemigas les atacan por sorpresa. Los legionarios se defienden como pueden, pero llega un momento en que las bajas son tantas que se ven obligados a replegarse. El retroceso se hace muy lentamente porque han de ir arrastrando a los heridos y se paran muy a menudo para repeler los embates. Cuando están muy cerca de la posición de partida, donde se podrán refugiar tras las ametralladoras, en una de las escaramuzas Eusebio y otros 6 soldados se quedan cortados y se inicia una lucha cuerpo a cuerpo. Carlos Aranzana ve cómo sus compañeros van cayendo uno tras otro y opta por derrumbarse y hacerse el muerto. Entonces, lo jura y lo perjura, ve cómo entre las bayonetas y los cuchillos, entre el enemigo y la arena, Eusebio Sánchez se levanta del suelo vestido como uno de ellos y, muertos todos lo suyos, se retira corriendo entre los africanos, como uno más.

Oficialmente se le dio por muerto en un primer momento y como desaparecido después. ¿Dónde surge de nuevo? Pues en Guinea Ecuatorial, trabajando no sé en qué puesto de una de las múltiples plantaciones de cacao que el General Carrero Blanco poseía en la colonia española. Allí, en 1962, comete el error que permitió que lo descubriese: se vuelve aparentemente loco y es encerrado en un hospital-manicomio en Biafra por recorrer el mercado desnudo, agitando los brazos y hablando en fang, con todo el cuerpo untado de una pasta marrón oscura. La tensión de una vida de constante ocultación y angustia; o la lucidez de entender que el manicomio era, seguramente, el sitio donde más fácil le sería borrar definitivamente su existencia.
La adaptación llevada a sus límites. Vivir como pasión interna el ser translúcido al exterior, como un huracán que nace y muere en una cueva. Es plausible pensar que Eusebio alcanzó la paz en los manicomios; hasta donde yo supe fue trasladado tres veces. Ahora ni siquiera sé si está muerto o es un anciano oculto entre sus pellejos y canas. Esa ignorancia es la mayor de sus victorias.


A Eusebio Sánchez, esperando que nunca lea esto


sgarduna@bigfoot.com


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Comentarios

Realmente existió ese hombre camaléon que intervino en asuntos Papales y nazis.

El relato de Eusebio Sanchez tiene fuentes de confirmación?.

Agradeceré comentario.

Saludos

Comentado por manuel calix el 14 de Septiembre de 2004 a las 01:33 AM