Revista poética Almacén
Entrevistas de Almacén

Ramón Buenaventura

Ramón Buenaventura (Tánger, 1940) es un poeta extraño, en el buen sentido de la palabra. Publica primero Cantata Soleá (Hiperión, 1978); le sigue Tres movimientos (Hiperión, 1981); en Vereda del gamo (Hiperión, 1984) amalgama dos libros, una antología de juventud, Los papeles del tiempo, y Vereda del gamo propiamente dicho. Le siguen El abuelo de las hormigas (Hiperión, 1986), Eres (Plaza y Janés, 1989) y Teoría de la sorpresa (Libertarias, 1993), para terminar, hasta ahora, con Los poemas de León Aulaga, el más extenso de sus poemarios e inmerso entre un mar de prosa llamado El año que viene en Tánger (Debate, 1998). [Pueden descargarse casi todos sus libros de su esclarecedora página en la red]

Marcos Taracido: Ninguno de estos libros pueden incluirse en grupo o generación alguna. Ni poesía social, ni novísimos, ni culturalismo. Más bien pareces nadar a contracorriente, y, en algunos casos, y estoy pensando en Tres movimientos, la oposición a las modas imperantes es frontal (véase «Billete dulce a los poetas»).


Ramón Buenaventura: No me he fomentado jamás un planteamiento «competitivo» de la escritura, de modo que tampoco tengo la sensación de haber nadado a contracorriente. Por otra parte, digamos que ya he vivido unas cuantas modas literarias y que ninguna me ha impresionado. Lo mío es ignorancia, incultura: llego a enterarme de que este mes priva la Poesía Glaseada, pongamos por caso, pero nunca me informo lo suficiente como para entrar en su zona de contagio. Qué le vamos a hacer.

Marcos Taracido: Has traducido y editado a Rimbaud (Una temporada en el infierno, Iluminaciones y la biografía Arthur Rimbaud, todos en Hiperión). La frase «il faut être absolument moderne!» [«hay que ser absolutamente moderno»], que encabeza Teoría de la sorpresa, parece ser una premisa en tu obra poética: ninguno de sus libros se repite, en todos hay un estilo, una manera o un motivo distintos.

Ramón Buenaventura: Si quitamos Cantata Soleá -que respondió a provocaciones concretas y que se me salió de la norma-, hay una línea más o menos estable y repetitiva, muy repetitiva, hasta Tres movimientos. Es decir: desde 1953 (que es cuando empiezo a escribir poesía) hasta 1981, casi treinta años. Luego vienen los «cuatro libros raros y desparejados», en efecto: El abuelo de las hormigas, Eres, Teoría de la sorpresa, Los poemas de León Aulaga.
Pero es que no creo que la necesidad de ser absolutamente moderno implique la obligación de renovarse a cada rato. Lo único moderno es la tradición, la corriente que desemboca en la actualidad y la constituye. Parafraseando a d’Ors, podríamos decir: «Todo lo que no sea tradición es demasiado antiguo».
Hay que tener en cuenta, además, que la tradición carece de sentido sin proyección hacia el futuro. En resumidas cuentas: ser moderno es situarse hacia el futuro.
Por cierto que mis versiones de Rimbaud, y también la biografía, están a disposición del primero que llegue en http://www.geocities.com/rbsp1940


Marcos Taracido: Viajemos al origen. Los primeros poemas de Los papeles del tiempo datan de 1956. Cuéntanos, si puedes, cómo empezaste.

Ramón Buenaventura: Supongo que empezamos a escribir porque nos gusta ser escritores, nos gusta la imagen de ese tipo de «artista» o «genio» o sencillamente «persona» que nos hemos hecho en la cabeza. Luego, imagino que también empezamos a complacernos en lo que hacemos, porque nos parece válido, ajustado a la norma, comunicable a los demás. Así se va uno liando…

Marcos Taracido: En el prefacio a Vereda del gamo dices ser un «retrasado editorial». En algún otro sitio confiesa haber empezado tarde y lejos de todas las corrientes que le tocaban por edad.


Ramón Buenaventura: Sí, claro: por circunstancias que ya he explicado demasiadas veces, el primer libro que publico (no que escribo), Cantata Soleá, aparece en mayo de 1978, cuando me faltaba un mes para cumplir los treinta y ocho años, aunque su redacción datara del periodo noviembre 1975-noviembre 1976. Luego, tras la publicación en 1981 de Tres movimientos, me pareció imprescindible reunir en otro libro, Los papeles del tiempo, una especie de antología de lo anterior a 1975. Lo que pasa es que esta antología se publica en un solo volumen con un libro posterior, Vereda del gamo, para hacer bulto y abaratar. A partir de ese momento, las cosas van saliendo en orden. Conste que lo cuento así, de modo confuso, para producir más sensación de lío. Todo esto es un lío.
En cuanto a mi alejamiento de las corrientes, lo que en realidad quiero decir es que no pertenecí a ninguna de las bandas más o menos armadas en que fue constituyéndose la acción poética mientras yo escribía sin publicar ni incorporarme para nada al ambiente literario. Así, sin amiguetes de toda la vida, no se llega a ninguna parte, y ya ves: no he llegado a ninguna parte. Un poeta no puede permitirse el lujo de no conocer ni tratar a ningún otro poeta hasta los treinta y ocho años. Hay que tener camaradas de juventud. La poesía española siempre ha funcionado así, en pandillas. No en generaciones, como clasifica la policía cultural, sino en pandillas.


Marcos Taracido: ¿Lo dices como una crítica a cómo funciona la poesía oficial en este país, como una realidad o como una realidad criticable?

Ramón Buenaventura: Lo digo como observación pintoresca de una realidad más pintoresca aún. ¿Criticable? No. Los amiguetes son amiguetes porque tienen gustos comunes, o la amistad les ha criado gustos comunes, que viene a ser lo mismo. No hay nada que decir al respecto.

Marcos Taracido: A partir de Tres movimientos la forma, la disposición tipográfica del poema, empieza a cobrar una importancia que ya no te abandonará, y que se aparta de tus contemporáneos: lejos del clasicismo métrico o de la sencillez, buceas en los denostados vanguardistas de principios de siglo y de los simbolistas franceses.


Ramón Buenaventura: No, no es así, pero ni tú ni nadie puede saberlo. Yo empecé a utilizar esos famosos procedimientos tipográficos en los años sesenta, y no por influencia de ninguna vanguardia, sino porque me fascinaron las artimañas de la publicidad. Debo decir que la modalidad «gráfica» de las vanguardias literarias jamás me intEresó, porque suele privilegiar la forma, olvidándose de la palabra. La publicidad, en cambio, es comunicación llevada al óptimo por motivos de eficacia y rentabilidad. Esa misma norma pretendía yo aplicar a la literatura.
Ocurre, sin embargo, que en Cantata Soleá busco esa misma eficacia por acumulación, machacando al lector en un larguísimo poema donde sería contraproducente distraerlo con chorraditas gráficas. Así y todo, alguna hay en el texto. Cuando Cantata tiene un éxito notable y me introduce de sopetón en el ambiente literario, me sobreviene lo que podríamos denominar un manso espíritu de adaptación a la norma, y abomino temporalmente de mis métodos. En Tres movimientos hay alguna heterodoxia tipográfica, pero predomina la «normalidad», que se impone ya de modo absoluto en los libros siguientes, hasta Teoría de la sorpresa. Antes, me he traicionado en toda regla, porque he publicado Los papeles del tiempo, la antología de material antiguo, eliminando la composición gráfica. Muchos de los poemas que se incluyen en este libro estaban compuestos sobre cartulina, al modo de los originales publicitarios, utilizando un sistema de tipos adhesivos que se llamaba Letraset y que, supongo, ha caído en desuso con el triunfo del ordenador.

Marcos Taracido: Esta configuración tipográfica lleva directamente a una lectura silenciosa que dificulta la recitación. Sin embargo, la música, el ritmo son muy marcados.


Ramón Buenaventura: Es verdad. Me remito a lo que decía antes sobre mi desinterés por las vanguardias gráficas: el hecho de utilizar otros recursos de comunicación no nos obliga a descartar los recursos tradicionales de la poesía. Ni siquiera hace aconsejable ese descarte. Yo no sé hacer poesía sin música ni ritmo.


Marcos Taracido: Tú compartes no pocos rasgos en tus poemas con las técnicas publicitarias, campo donde quizás se resguarden los últimos vestigios de la imaginación. Es curioso, que una herramienta destinada a incrementar el consumo de las masas populares atesore muchas veces los más osados procedimientos vanguardistas. Esto rebate todos los intentos de acercar la poesía al pueblo haciéndola más sencilla, desde la poesía social hasta la de la experiencia.

Ramón Buenaventura: Puf. Sí, claro, en teoría, la utilización de las herramientas publicitarias debería facilitar el contacto con las gentes menos habituadas a leer, con esos millones de «no lectores» que la industria librera siempre busca seducir. Sin demasiado éxito, dicho sea de paso: no vale la pena prostituirse tanto como se prostituye la literatura actual para conseguir, a fin de cuentas, tan poquitos clientes. Cualquier machacaguitarras vende más unidades de su obra que el más bestselero de los escritores.
Pero yo no creo que pueda acercarse el arte al «pueblo». Como en alguna otra parte he escrito, el disfrute de una expresión artística requiere el mismo talento que la creación, o un talento muy parecido, aunque tal vez orientado especularmente, al revés. Por otra parte, también hay que tener en cuenta la necesidad de tiempo libre, tanto para cultivar ese talento como para aplicarlo. Quien no posee el talento y el tiempo libre necesarios NUNCA leerá el Ulises de Joyce. Si se me tolera la inmodestia, NUNCA leerá, tampoco, Teoría de la sorpresa. Qué le vamos a hacer. La literatura no es una expresión artística de acogida multitudinaria. Por eso no resulta rentable más que para las pequeñas editoriales, por eso las grandes editoriales están obligadas a la prostitución permanente, incluso de la buena literatura, porque tienen que vender demasiado para compensar sus gastos.

Marcos Taracido: El lenguaje te intEresa sobremanera. No sólo utilizas un léxico amplísimo en tu poesía, tanto culto como popular, sino que prevalece en varios de tus libros un lenguaje metapoético basado en los juegos con las palabras y las definiciones. Explícanos esto, y cómo deriva esta preocupación hacia el arte poética.

Ramón Buenaventura: Anecdótico. En mí todo es superficial y anecdótico. No puedo aportar grandes epifanías literarias que me hayan inclinado en tal o tal sentido, como dioseznos agitando un farol al fondo de un túnel. Lo que tú llamas «metapoética», que vendría a ser un poema donde se trata de la poesía, en lugar del amor o la verdura de los campos, procede de una conversación con Mari Pepa Palomero, la autora de Poetas de los 70. Un día, la chica va y me suelta:

-Eres el único poeta de tu generación que no ha hecho metapoesía.

Me pareció imperdonable la omisión y me puse de inmediato a subsanarla. De ahí sale Eres, que es puritita metapoesía (digamos, para quien quiera leerlo así, aunque yo estoy hablando de otras cosas), y de ahí sale, sobre todo, Teoría de la sorpresa, un libro que proviene de la necesidad de comprender, de explicarme a mí mismo lo que estaba haciendo.


Marcos Taracido: Vale, pero háblanos de tu interés por el lenguaje. Afirmas, por ejemplo, que es una patraña lo de que una imagen vale más que mil palabras.


Ramón Buenaventura: Bueno, sí, es cierto el epílogo de Eres: esas tonterías suelen decirlas personas cuyo almacén léxico no contiene ni 500 palabras. Por otra parte, la imagen es una pésima transmisora de información y apenas sirve para comunicar los sentimientos y las sensaciones. Sin palabras, las más de las veces se queda en estampita, en decoración, salvo cuando la crea un gran artista. De lo que estamos hablando hoy en día no es una «civilización de la imagen», sino de algo mucho peor: de una civilización que está renunciando a la palabra escrita para sustituirla por la dicha con acompañamiento visual, por el recitado de aleluyas. Es un retorno a la cultura analfabeta, donde el «actor», el que dice las palabras, el que las «actúa», tiene tanta importancia como el contenido de la comunicación. No hay diferencia alguna, en cuanto a su poder de manipulación colectiva, entre el bardo que se sabía de memoria los poemas épicos -las enciclopedias de la tribu- y los interpretaba en público y el presentador de telediarios. Eso es malo, porque supone el triunfo de la «interpretación» (en el sentido de «performance», no de hermenéutica) y abre todas las vías de la manipulación propagandística. Era mejor la cultura escrita.

Marcos Taracido: Háblenos del sexo, que tanto peso ha ido ganando en tu obra a medida que se hacía. En Teoría de la sorpresa pareces hacer nacer la poesía de algo parecido al impulso sexual; esto se relaciona con Tres movimientos, donde se dice que el sexo es juego y se asemeja a éste con la creación.


Ramón Buenaventura: El sexo ha ido «ganando peso» en mis escritos a medida que la censura iba relajándose y permitía mejores penetraciones. Es verdad que no entiendo la creación sin el sexo, el impulso de crear sin el impulso de haber juntamiento con hembra placentera (en mi caso, claro; en otros, con varón placentero). Debo añadir que tampoco he podido soportar nunca a los escritores sin sexo, como… Vamos a dejar los nombres.

Marcos Taracido: El abuelo de las hormigas es un libro extraño, quizás el más alejado del resto de su producción.


Ramón Buenaventura: Sí, en este momento yo mismo lo percibo como algo totalmente aparte. Y, sin embargo, en él cuaja el arranque «tangerino» que lleva a la serie novelística «Bulevar Anteo». También podría expresarse de otro modo: en El abuelo de las hormigas empieza mi adiós a la poesía, que aún me toma tres libros más, pero que ya entonces era irrevocable.


Marcos Taracido:Eres un autor premiado (Eres, Premio Miguel Labordeta; El año que viene en Tánger [no olvidemos que con cien páginas de versos dentro], Premio «Ramón Gómez de la Serna»), editado, en general, en editoriales importantes, y, sin embargo, ninguneado sistemáticamente como autor de poesía.


Ramón Buenaventura: Sí. Ya lo he dicho antes: no soy de la panda, no me ajuntan. Por otra parte, hombre, tampoco hay que ser tan dramático: estoy en algunas antologías, y siempre he gozado de lectores estupendos. En cuanto a los premios, son muy poquitos.


Marcos Taracido: Teoría de la sorpresa es un libro hermosísimo con cuya edición tiene muy mala suerte. El dueño de Libertarias publica el libro con este sello, que acaba de vender a su socio y que ya no le pertenece. Recién empezado a distribuir el libro, una decisión judicial prohíbe al antiguo fundador y dueño de Libertarias que siga utilizando el sello. Teoría de la sorpresa, en consecuencia, apenas se distribuye.


Ramón Buenaventura: Teoría de la sorpresa es un libro dificilísimo. No tiene más allá de mil lectores en España, ni de diez mil en el mundo entero. De todas maneras, está en mi página web, en formato PDF (Acrobat Reader), para quien quiera bajárselo gratis. En Teoría de la sorpresa se encuentran, sin duda, varios de mis mejores trabajos en el campo de la poesía. Si alguna vez deciden incluirme en alguna de las aludidas pandillas, habrá que recuperarlo.


Marcos Taracido: Dijiste más arriba que nació para explicarte a ti mismo qué estabas haciendo. ¿Te lo explicaste?


Ramón Buenaventura: Debería haber dicho: «nació en respuesta al habitual impulso de explicarse uno mismo lo que está haciendo». Con los años, esa necesidad de preguntar, que nunca trajo respuestas válidas, se me ha pasado por completo. No quiero meterme en averiguaciones. Bastante tiene uno con «hacer», para, encima, perder el tiempo preguntándose por qué lo hace.


Marcos Taracido: Las notas a pie de página y las aclaraciones, muy abundantes a partir de Tres movimientos, forman parte de la estructura del poema y llegan a asemejar el libro, por ejemplo en Teoría..., a una edición crítica. Coméntanos hasta qué punto rompen el «modo poético», la lectura tradicional. Por otra parte, parecen entroncar con tu voluntad pedagógica, evidente en tu columna de El Semanal.


Ramón Buenaventura: Sí, me fabriqué una voluntad pedagógica cuando el peso de la evidencia me convenció de que muchos lectores, incluso amigos míos, no entendían una sola palabra de lo que escribía. Eso es muy desmoralizador. Yo había supuesto que el lector investigaría mis referencias más difíciles, hasta comprenderlas, que nadie pasaría un vocablo ignorado sin buscarlo en no sé qué diccionario (no en uno cualquiera, desde luego, porque muchos de los términos que yo utilizo proceden de lecturas arcaicas y clásicas españolas y sólo están, si están, en lexicones especializados). Pero no. De modo que acudí a la nota, me fui enviciando, y ahora es un procedimiento que forma parte inseparable de mi retórica.

Marcos Taracido: Claro que hay muchas cosas que no se entienden, pero la poesía está hecha de sensaciones, y muchas veces el sentido, la comprensión, viene dada por la melodía o la sonoridad de las palabras.


Ramón Buenaventura: Sí. Bueno. Tan optimista afirmación es aplicable a quienes yo considero buenos lectores de poesía, es decir: unos cuantos miles de personas, en el mundo entero, sumados los ámbitos de todas las lenguas y todas las tradiciones. La altísima abstracción de la poesía no ha llegado a calar en los lectores, que reclaman una transmisión precisa e indudable del significado, una transmisión, por así decirlo, empírica: repetible en laboratorio. La gente quiere leer, enterarse y poder contarlo. La máxima vaguedad tolerable vendría a ser el «verde que te quiero verde», o parecida ingeniosidad. Yo, por otra parte, puedo resultar más difícil todavía, hasta lo insoportable por un lector normal, porque se percibe que estoy diciendo algo y lo que digo no se entiende sin hacer un esfuerzo de esos que dan una pereza espantosa…


Marcos Taracido: Las robustas mujEres: háblanos de tu visión de las mujEres, o, al menos, de la visión que ofreces en tu poesía.


Ramón Buenaventura: Eso es como pedirme un resumen de todo lo que he escrito y una descripción de todas las personas para las que he escrito. Por otra parte, si no entiendo el impulso creativo sin el impulso sexual, tampoco voy a entender el impulso sexual sin las mujEres, de modo que saca tú mismo la consecuencia lógica.


Marcos Taracido: Volvamos a Teoría...; el libro vuela con el leitmotiv de la frase antes citada de Rimbaud, con variaciones, que van del «Hay que ser absolutamente excesivo» del principio, al último «Hay que ser absolutamente». ¿Es una propuesta de modus vivendi?


Ramón Buenaventura: Hay que ser absolutamente moderno, hay que ser absolutamente excesivo, hay que ser absolutamente magistral, hay que ser absolutamente. Pero todo ello combinado y en confluencia. Sí, es una propuesta de vida, pero no la confundamos con el «desarreglo de los sentidos» que propone Rimbaud, ni tampoco con una invitación a la vorágine o al desenfreno (contra los que no tengo nada, me apresuro a aclarar, pero que deben mantenerse siempre en el ámbito de la contingencia). Ser absolutamente es lo contrario de NO SER absolutamente, es decir de estar muerto. Ser absolutamente es el único modo de contrarrestar la muerte, de creer en la vida.


Marcos Taracido: Los poemas de León Aulaga está incluido en la novela El año que viene en Tánger; sin embargo lo ofreces en tu página web como un poemario independiente. ¿Significa esto que tiene pleno sentido fuera de la novela? Porque en su lectura da la impresión de depender excesivamente de una trama exterior. ¿Fueron creados a un tiempo, novela y poema, o surgió alguno de los dos primero?


Ramón Buenaventura: Sí, creo que sí tiene sentido fuera de la novela, como obra de un poeta que no soy yo, pero que está escrita por mí. La trama exterior no es necesaria para recibir los poemas.
El año que viene en Tánger es, en efecto, una novela construida en torno al personaje de León Aulaga, que, entre otras muchas cosas, es poeta. El personaje fue creciendo a partir de los poemas, que al principio no eran los publicados con la novela, sino otros que se han quedado inéditos o que han desaparecido a fuerza de correcciones… Recién ninguneado por todas las autoridades Teoría de la sorpresa, me encontré con que estaba escribiendo otro libro de poesía. La cosa no tenía el más mínimo sentido. ¿Para qué? ¿A quién demontres iba a intEresarle? Poco a poco, se me fue ocurriendo la transformación: no era yo quien escribía aquellos poemas, sino un personaje, y el personaje tenía que ser explicado en modo relato, y la explicación lo definía, y la definición condicionaba los poemas… Al final resultó El año que viene en Tánger, que es un libro de poesía con 500 páginas de prosa alrededor. Y el truco funcionó, sin duda alguna.

Marcos Taracido: Este es tu poemario más claramente narrativo y más explícito en cuanto al sexo.

Ramón Buenaventura: Sí. El personaje cuenta sus cosas mediante la poesía, y sus cosas son, en mucha medida, sexuales.

Marcos Taracido: Las fuentes de tu poesía son clásicas: Siglos de Oro, Edad Media, mitología griega... ¿Lees a tus contemporáneos?


Ramón Buenaventura: Las referencia son, muchas veces, clásicas o antiguas o tradicionales, sí; pero no las referencias poéticas -que apenas hay-, sino las culturales, los datos que uno piensa que puede manejar para entenderse con los lectores. De todas formas, lo que yo escribo siempre se refiere más a mis propias sensaciones que a ninguna otra cosa. No creo ser un escritor demasiado literario, la verdad. Hago literatura, inevitablemente, pero no tanto con la literatura como con lo que está ahí afuera, con el mundo y mi percepción de él. Es más: también detesto a los escritores demasiado literarios, como… Iba a poner el mismo ejemplo que no puse antes, hablando de los escritores sin sexo. Suelen coincidir ambos rasgos en la misma persona.
He leído mucho a mis contemporáneos: muchísimo; pero llevo casi diez años con el contacto perdido. Hay reciprocidad en ello: si no me quieren, ¿por qué voy a quererlos? Si ellos no me leen a mí, ¿por qué voy a leerlos yo a ellos? Que les den morcilla. Así de infantil es la cosa.

Marcos Taracido: Tú dices que no crees que vuelvas a escribir poesía. ¿Cuándo, cómo y por qué un poeta con cuarenta años de oficio y ocho libros publicados cadenciosamente llega a esa conclusión?


Ramón Buenaventura: Escribiré prosa o poesía según lo que quiera contar o expresar, en cada momento. Ahora mismo no concibo que nada de lo que me apetece escribir pueda adaptarse al modo poético. Pero, quién sabe: aunque ahora yo no lo crea probable, igual surge algo, más adelante, y vuelvo al gremio de la poetambre.
Tampoco oculto el desaliento que le produce a uno el rechazo de la cátedra. No creas, hay largos momentos en que pienso que tienen razón, que soy malísimo y que hacen bien en no considerarme. Lo digo en serio, no es una posturita para quedar elegante. Es imposible que unas personas de tanto relumbrón se equivoquen de tal modo, y tampoco vamos a creer en una especie de confabulación para ignorarme. Al contrario: cuando algo mío les ha parecido bien, como ocurrió con El año que viene en Tánger e incluso -en menor medida, porque el libro es más difícil- con El corazón antiguo, no me han escatimado las alabanzas. Mi poesía no les gusta. Esa es la clave del misterio. Y yo, en justo acatamiento, lo que debo hacer es no escribir poesía. ¿Para qué?


Marcos Taracido: Por favor, analiza cuál es la situación actual de la poesía en España.

Ramón Buenaventura: Lo pienso cinco minutos y contesto:

-No. Que se analice ella sola. No es cosa mía.

*Esta entrevista ha sido realizada por correo electrónico
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