Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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El fatalista

No espero gran cosa del fin del mundo. De hecho, sólo que me encuentre con los calzoncillos limpios, recomendación materna para la vida de diario que procuro seguir a ratajabla, pues ya se sabe que las mujeres son, en varios sentidos esenciales, responsables de la continuidad de la comunidad, una responsabilidad que ejercen ante el pasado, el presente y el futuro. A tal fin me esmero en que mi niña aprenda lo que debe para que sus tareas futuras no le supongan una carga: es decir, para que me envíe a la mierda a mí y a cualquiera que intente abusar de ella con tan antropológica excusa.

La he iniciado, para ello, en uno de los trabajos más obscenos en que puede ocuparse la mente humana, y alejándola, pues, de su primigenia oralidad, la entretengo en preparar listas. Permítanme ustedes un breve excurso sobre las listas. Enemigas de la memoria (una de las potencias del alma, recuerden), creadas para su destrucción, sólo tienen sentido en la escritura, esa asesina del verbo, del logos. De echo, los primeros escritos fueron listas: de mercancías, de dinero, de gente. Incluso puede considerarse que aquellos pueblos que disponen de sistemas gráficos de listas están a un paso de la escritura (Incas, verbigracia). Las listas matan lo que en nosotros queda de primigenio, de telúrico, de animal, de oral; corta las amarras de nuestra mente y la eleva definitivamente sobre nuestro cuerpo. El Talmud lo expresa con una lista de meridiana claridad: "al que reflexiona sobre cuatro cosas, más le valiera no haber nacido: lo que hay arriba, lo que hay abajo, lo que hay antes y lo que hay después". El Talmud prohíbe mediante listas, y hasta nuestros días ni Sesame Street ha conseguido explicar con desacierto lo que hay arriba y abajo. Lo otro está en discusión.

Les expongo brevemente una lista de los progresos de mi niña:

Su primera lista fue la de regalos de los Reyes Magos. La definición legal es soborno.

La segunda fue una lista de la compra fictícia pagada fictíciamente con dinero de curso legal. Aquí termina su incipiente relación con la legalidad. Jugábamos a tiendas. Anoto, como curiosidad antropológica, su contenido: leche, comia, pizza, uva, limon, fresa[1]. Hay que preparar a los niños para su ingreso en el mundo simbólico de la comunidad adulta, y como mujer le corresponde preservar el oikos, el hogar. Estoy satisfecho del resultado, pues consiguió envolver la cocina con la narración, esencial para la supervivencia de la comunidad. Aprende rápido.

La tercera le llegará en breve y será su prueba de fuego, pues aclara su lugar en el mundo: la lista de tareas tras mi muerte. Debe lavar, ungir y vestir mi cadáver para las exequias, velarlo en el funeral, y entonar el canto de lamentación de mi epitaphios logos. Es dura su carga, pero constituye el núcleo de su presencia en el mundo: dar testimonio de sus muertos, y así reflexionar sobre lo que hay arriba, lo que hay abajo, lo que hay antes, y lo que hay después. No en vano colgué mi mejor pieza de lana en la puerta cuando nació.

La lista núm. 5, seis camisetas, seis calzoncillos y seis pañuelos, siempre intrigará a los investigadores, sobre todo por la absoluta ausencia de calcetines.

La cuarta la he perdido mientras decían en la radio no-se-qué de una guerra. ¿Han oído ustedes algo?





[1] Transcribo literalmente; "comia" es comida; en este caso verbalizó que "para gatos", pero no lo escribió. Las alteraciones gráficas de "fresa" son literales.


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