Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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Leviatán

La tierna infante que provoca mis reflexiones en esta página anda alicaída de un tiempo a esta parte. No he dudado ni un instante en atribuirlo al "conflicto" (observe el lector la corrección política): su corta razón y su natural confiado en la naturaleza humana no alcanza para interponer entre ella y la realidad que la rodea el escudo necesario para sobrevivir en el mundo sin que ello suponga caer en el autismo. No entendió mi diccionario filosófico de uso (que inicié en Caperucita, la gallinita, el garbanzo y el lobo feroz), y por tanto lo reservo para cuando crezca, pero no por ello desisto de intentar que comprenda la sinrazón. Pura higiene mental: sé que ello conculca sus innatas necesidades: dividir a los hombres en buenos y malos, y disponer de un leviatán (léase sus padres) que dirija sus pasos por el bosque infestado de lobos feroces hasta alcanzar la madurez. Intento hacerle comprender que no mando, pero estoy con ella; no dirijo, pero guío; que también me espantan los lobos feroces, pero que si somos dos es más fácil que sobrevivamos; que si al final del camino se sube sobre mis hombros verá más lejos de lo que yo puedo ver: será mejor que yo. No otro es mi propósito como padre, e intento que lo aprenda para que pueda, a su vez, enseñarlo a sus hijas, o sus alumnos, o sus amigos, o a quien sea. Comprenda el lector que soy de esos imbéciles que aún cree en el progreso humano.

Puede que haya algo bueno en esta guerra. Creo que Irene empieza a comprender a través de la visión de la muerte y la destrucción que el lobo feroz puede tener un rostro humano: ahora debo conseguir que no lo crea inevitable. Debo hacerla resistente a leviatanes hobbesianos, con bigote o sin él, y para ello necesito la colaboración de usted. Mi niña sólo heredará de mi papeles de discurso alegal, ensayos de razón sobre las razones humanas, intentos en gran medida vanos de comprensión antropofílica. Ante cualquier imprevisto, la transmisión de estos papeles a mi retoño me tiene harto preocupado, pues no puedo dejar tan trascendente asunto en manos de su madre, por sinrazones obvias, ni en manos de mi mujercita, pues odio las viudas que devienen albaceas. Prefiero, como además creo haber insinuado en alguna ocasión anterior, hacer al lector amable depositario de mis pensamientos para que, si alguna vez coinciden con Irene Segarra, le hablen de las razones de su padre, especialmente de las presentes, pues es lección que considero fundamental para que mi infante entienda el mundo en que vive el día de mañana, para que al menos reconozca los monstruos que intentaran devorarla, y pueda así tomar partido.

Y porque temo que un nuevo leviatán se levanta sobre las aguas les hablo. Porque a mi niña, sin quererlo yo, sin quererlo ella, le ha tocado vivir la pax americana, que pretende borrar a golpes los tres últimos siglos de razón humana y volver al siglo XVII con la tecnología del XXI. Tres siglos que sirvieron para intentar construir un mundo basado en el multilateralismo, en la primacía de la diplomacia sobre la fuerza militar, del derecho internacional sobre la imposición unipolar, la sociedad civil sobre la sociedad súbdita de un poder omnisciente, siglos que alumbraron la filosofía liberal de Locke y Kant basadas en la adopción progresiva del poder civilizador de la razón y del consenso social. Y Estados Unidos lo hace contra ellos mismos, contra su propia tradición abanderada por Wilson y Roosevelt, contra un mundo en que cada ser humano posee derechos, contra las ideas liberales de “compromiso” y “redes de interdependencia” como instrumentos de paz y prevención de conflictos. Tiempos estos excelentes para la razón de estado, sin duda: malos tiempos para la razón humana.

Quien manda (aquí y en el mundo) persigue volver al orden natural proclamado por Hobbes: el hombre es un lobo para el hombre. Hasta aquí estoy de acuerdo. A partir de aquí discrepo, lector amable. Para evitar la depredación, dicen, debemos renunciar a nuestros derechos individuales y depositarlos en manos del leviatán, la nación-estado que controla a sus súbditos, la cual a su vez renuncia a sus derechos colectivos a favor de la gran nación que controla el nuevo orden mundial. En un mundo unipolar, la fuerza militar no sólo coloca a Estados Unidos por encima del derecho internacional, sino que asume para si el papel de juez supremo que decide a quien aplastar (individuos o colectivos) para mantener la paz neoimperial.

Como la estupidez humana es infinita, el atentado del 11 de septiembre proporcionó a ideólogos y estrategas neoconservadores la excusa imprescindible para que los hombres libres hicieran dejación de sus derechos a favor de la nación: seguridad por libertad. Fue tan necesario el 11-S, tanto interna como externamente, que puede que cambiara el mundo. Desde luego cambió América. Convenció a los indecisos o los despreocupados de que era necesario retroceder hasta Hobbes: si hay países que viven bajo la ley del Talión, y hay quien quiere imponernosla, hay que imponerle a su vez el derecho penal, aunque para ello haya que hacernos retroceder en el tiempo, parar el mundo, detener el universo: no son conscientes de que si eso ocurriese realmente, el mundo, el universo se colapsaría. Temo, pues, que nuestro pequeño mundo, nuestro frágil planeta se colapse. Y no lo quiero para mi niña. Para ella quiero la razón, el futuro.

Que exista el mal, que existan lobos feroces son gajes de la vida. Los terroristas del 11-S son tan necesarios para la revolución neoconservadora en Estados Unidos como los manifestantes violentos, radicales, autónomos, o como queramos llamarlos, lo son para Aznar, su gobierno y su partido. Son el espantajo necesario para que consideremos a Hobbes como el mal menor, y creamos, necesario volver atrás, castigar la violencia mediante la violencia del estado, hacer caso de nuestros dirigentes que saben lo que nos conviene.

Desactivar la resistencia a sus pretensiones es un objetivo prioritario para los neoconservadores, pues el verdadero enemigo somos nosotros: los que no renunciamos a nuestros derechos, a nuestra voz, en favor del estado, porque somos en realidad los únicos que podemos impedir, con nuestro voto, que construyan su imperio. Su tan querida perversión democrática en donde el voto no es expresión de la voluntad popular, sino expresión de la renuncia popular en su favor. El Mal les es necesario. La deslegitimación de las manifestaciones y de las proclamaciones públicas de desacuerdo es imprescindible. Interpretan el voto popular como el acta de renuncia a nuestros derechos civiles, y por ello es tan importante callarnos, pues con nuestra voz vaciamos de sentido las premisas de su poder: no en nuestro nombre.

Por esa razón es tan importante proclamar por todos los medios posibles que no estamos de acuerdo con el nuevo orden mundial, que no nos callen. Y por eso es tan importante recuperar el voto como expresión de nuestros deseos, y no de nuestras renuncias. Irene, vota.


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