Revista poética Almacén
El entomólogo

Crónicas leves

[Marcos Taracido]

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Testamento

Me he mirado al espejo y me he visto muerto. Quiero decir que en mi imagen he reconocido a un cadáver. No se trata del lento y preciso trabajo de la Muerte, sino de su proyección certera y axiomática.

A menudo imagino mi propia muerte: pienso que en la curva que se aproxima puede haber un perro que ignora que el cemento es su peor veneno, quizás aceite derramado o pesadumbre en mis párpados, y pasaré en unos segundos de la luz a la nada, y el espacio que ocupo bien o mal en el mundo será un hueco que romperá la simetría de los que me rodean. Pienso también en una muerte más lenta, de cuerpo lacerado por los años, esperable, terca y segura. Me digo que todavía gozo de décadas de espera hasta ese momento mientras pienso que el anciano que agoniza en esa cama alguna vez, hace tiempo, pensó lo mismo.

Para los que carecemos de dioses y esperanzas post mortem la muerte es la nada, y a la crudeza de esa certidumbre se añade la incapacidad de comprender ese vacío, esa materia oscura que temo sea el verdadero Dios porque no puede ser nombrada.

El horror ante los cuerpos inertes, ante la carne en descomposición es, claro, una defensa biológico-sanitaria, pero también una huida hacia la luz desde la contemplación de la terrible verdad de la materia en toda su caducidad: el cuerpo sin ánimo es la nada, se destruye hasta la nada.

Ante esto, quisiera para mí la suerte de los gusanos que han sobrevivido al accidente del Columbia: al estudiarlos los científicos se percataron de que los que vivían en la caja eran cuatro generaciones más jóvenes que los que partieron de tierra: esa es la vida después de la muerte.

En cuanto a los restos materiales de mi cuerpo, lo he dicho en otro sitio:


Yo acudo a los cementerios y sólo veo
descomposición bajo los nichos.
Yo rememoro a mis muertos y sólo veo
las facciones desleídas por una lepra póstuma.
Yo presencio y escucho y os acompaño a todos y sólo os veo
como pienso prensado de gusanos.

A esto se une que tampoco me gustan los santuarios, ni quiero obligar a nadie a la peregrinación con flores semanales a los lugares de recogimiento de la Muerte. Quisiera ser depositado en el monte, desnudo, y que los cuervos y los vermes, las gaviotas y los zorros aprovechasen mis restos, y que mis líquidos últimos alimentasen a las plantas y los pinos. Pero no nos deja la Civilización.

Así pues, consciente de que en unos instantes o unos años voy a dejar de ser, noto que doy en herencia todas mis palabras y mis bytes a mis compañeros de viaje, principalmente el sátiro y la ninfa, que estuvieron siempre, pero también al arcipreste, siempre desde ahora; dejo mi ausencia a la tribu que comparte el apellido para que la llenen con los suyos; dejo todas mis horas de vuelo y el deseo a la mariposa, para que mueva el mundo; lego toda la luz que habita en mis dedos y mis ojos a mis hermosas larvas, esperando que en la metamorfosis descubran la belleza; deseo que mi cuerpo sirva para otros, y que lo que aún quede sea entregado a la ceniza y esparcido el polvo allá donde más agrade a mis heridos.

Vale.

Pedra, a 15 de mayo de 2003.


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