Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Visita turística al vertedero (almuerzo incluido)

Amigas, últimamente, y desde que el Presidente José María Aznar habló del tema, se discute mucho sobre la telebasura. Con lo fácil que resulta, ¿verdad? Si no fuese fácil, tened bien claro que yo me dedicaría a otra cosa: al submarinismo cultural, por ejemplo. Y un ejemplo de submarinismo cultural, ¿cuál sería?, os preguntáis perspicacísimamente, al tiempo que me lo preguntáis a mí, yo me lo pregunto a mí mismo, se lo pregunto a Borja, el perro salchicha más famoso del mundo y Borja se lo pregunta a su hueso de plástico. Plástico auténtico, amigas, nada de sucedáneos; para mi perro, sólo lo mejor es lo mejor.

Pues bien, una obra de submarinismo cultural es la exposición Cultura Porquería, que se celebra actualmente y durante todo el verano (para pillar a más turistas alternativos, de esos que creen que Barcelona NO es de cartón piedra) en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (para ahorrar espacio: CCCB). Lo malo es que se trata de submarinismo con esnórkel, o sea de superficie, sólo para asomar la cara en el agua y echarle un vistazo a pescaditos de colores como Tamara y Pocholo, subcampeón de Hotel Glamour.

Pero antes de entrar en materia, voy a entrar en materia y contaré por qué opino que Barcelona es cartón piedra: ciudad con marca comercial, parque temático habitado. Hace un año casi exactamente, comía yo con el artista conceptual Rubén Verdú en un restaurante del Rabal. Con los postres, vino el dueño a charlar con nosotros, bueno con Verdú, porque yo no existo. Al cabo de un rato preguntó si Rubén conocía a gente joven que aspirara al empleo de camareta en un restaurante tan chic como ese. La gente debía exótica, alternativa, preferiblemente con tatuajes, agujeros en la piel, peinados alternativos (otra vez la palabra). Pero sobretodo, la gente debía ser extranjera —con papeles claro— debía ser rusa, oriental, canadiense, latinoamericana (nótese la exclusión de los moros). Debía cumplir esos requisitos para que el restaurante quedara muy chic, “como muy Nueva York.” Nada mejor que falsear el multiculturalismo para atraer a los turistas. La vanguardia también es para las masas.

Podéis pensar que mi anécdota es un caso aislado, y lo pensaréis hasta que vayáis a “BCN”. Es la capital alternativa de Espéin. También, como Madrid, tiene sus monumentos a la Violetera, pero en estilo internacional, really postmodern, truly awsome. En el meollo de toda esta movida se encuentra el CCCB. También está el MACBA, pero ese exige que uno sepa leer y haya leído, antes de entrar. Y en el CCCB está la exposición que nos domina el pensamiento en estos instantes, ¿eh, amigas?

El catálogo es muy bonito. Este tipo de exposiciones, es más de catálogo que de verdadera exposición: pasa cuando lo que se expone es una serie de objetos de producción masiva, en serie. Viene con DVD y todo. Los textos son, por lo general, condescendientes, algo asombroso. Porque si va uno a explorar algo, y lo hace con odio y fascinación a la vez, entonces uno se distingue poco de esos párrocos que interrogaban con la intensidad del mirón a los adolescentes acerca de sus hábitos sexuales. Queda muy mal en la tarjeta de vista, amigas; no lo recomiendo. Además, se trata de un ataque a la cultura de masas desde la cultura de masas, pero con aires de alta cultura. Para pertenecer a la alta cultura habrá que haber leído a los clásicos de Occidente en su propia lengua, ¿no? Si no, lo que domina en el coco es la cultura de masas, nuestra verdadera cultura. Y darse aires queda como muy... como muy BCN.

La ironía es importante, amigas, pero la ironía viene de la dislocación entre una cultura y otra. Lo único que a mí se me ocurre, porque no estoy capacitado para más, es dar por sentado que todo pertenece a lo mismo, o sea que todo es cultura de masas: la tele, la ópera, Shakespeare, Canetti, el fútbol, la generación del 27, el último CD de Operación Triunfo, la última película del último director iraní, la cocina de vanguardia y McDonald’s, la arquitectura (Guggenheim Bilbao), sacar a pasear a Borja, lo que queráis. Todo está al alcance de la mano de la masa, o mejor, de nuestra mano. Lo del bolsillo, claro, ya es otra cosa. (Por cierto, ¿el libro de bolsillo es cultura de masas sólo cuando el contenido contiene ciertas cosas o siempre?) Ponerse serios y decir que una cultura de masas es mejor que otra es volver al principio. En la cultura de masas, y no tenemos otra, lo único que funciona es el catálogo personal. Uno tiene libertad de elección, cuanta más mejor. Y lo que nos distingue a unos de otros es qué elegimos.

Como todos pertenecemos a la cultura de masas, y lo sabemos, nos hemos inventado una categoría inferior para sentirnos superiores: la cultura basura. Pero cultura basura también era en su época lo de Shakespeare (echar un vistazo a Tito Andrónico, tan extrema que algunos profesores incluso quieren negar que sea de Shakespeare) y lo de Lope (en La viudad valenciana se argumenta que las viudas pueden ser sexualmente libres si lo hacen con discreción, para contener a las malas lenguas). Los detentadores de la gracia cultural y del buen gusto quisieron y pudieron cerrar los teatros en varias ocasiones. En Inglaterra estaba prohibido y en Espéin se intentó prohibir que las mujeres pudieran subir al escenario. Al final se resolvió con el acuerdo de que las actrices no harían de jovencitos (travestismo) ni enseñarían las piernas, máximo escándalo en una época en la que ver un tobillo la ponía dura. Ya Aristóteles decía que los dramaturgos de su tiempo tenían que adaptarse a los gustos del personal. Si no llenaban anfiteatros, no había tu tía.

Noël Carroll argumenta que la cultura de masas se inició con la invención de la imprenta (la europea, porque los chinos ya la tenían). Pero la cultura de masas no cuajó hasta el siglo 19 con la invención de imprentas más rápidas, la rotativa, la fotografía, el ferrocarril (que inició la democratización (léase masificación) del turismo, y por lo tanto del souvenir, o como decimos por Espéin, del “Rdo. de”); y luego en el veinte, con el cine, la radio, la tele, los aviones y por fin: taráááááááááá: la internet.

Y ahora llego a lo que me mosqueó del catalogo de Cultura Porquería. Cito: “Cibercultura. Ciencia ficción y tecnologías de la información. Chats y weblogs. Vidojuegos. Los piratas informáticos. Virus. Online Parties. Cibercafés.// Es una de las múltiples manifestaciones culturales de ese colectivo adolescente que antes era motivo de burla (véase la profética película Revenge of the Nerds [la revancha de los novatos] de 1984) y ahora prácticamente domina medio mundo (con Bill Gates a la cabeza), los adictos a la informática. Sus orígenes literarios, De William Gibson a David J. Schow, se han quedado en mera anécdota, trasnochada y anquilosada. Lo único que evoluciona son los videojuegos, las formas del chat (Habbo Hotel), los virus y los diarios personales (weblogs), es decir sitios de contenido cero y entropía máxima.”

¡Ay, amigas, la ignorancia! La superficialidad en la crítica. Vamos de guays, ¿no? Hablar de lo que no conocemos es nuestro vicio nacional. ¿Y no es esa la verdadera cultura basura? El gato por liebre, ir de irónicos y no saber ni burlar los obstáculos más pequeños que la realidad pone a la ironía. ¿Vivir de escribir en la prensa, cultura de masas por excelencia, y ponerle peros?

Si gran parte de la cultura de Occidente, la alta cultura, ya está en la red, estos señores ¿en qué están pensando? Tengo un amigo medievalista que se ahorra miles de euros al año y cientos de horas, que luego puede dedicar a la investigación, visitando bibliotecas virtuales. Los científicos de todo el mundo pueden trabajar en “tiempo real” gracias a una tecnología para adolescentes. Preguntad a los matemáticos si los chats no son útiles; a los periodistas acerca de sus warblogs; a los bibliotecarios, los médicos, los ingenieros, los filósofos... a quien queráis. Yo también escribo en zapatillas, en mi bata mugrienta de andar por casa, amigas mías; la idea está en que no se note.

Por fin, queda una noticia verdaderamente importante (lo de arriba sólo era para llenar espacio): Yola Berrocal ha ganado en Hotel Glamour y ha sido declarada “el personaje más popular” de Espéin. Yo quería que ganase Pocholo, para que quedara bien claro, y de una vez por todas en qué régimen vivimos. Pero no. Para mí que hubo tongo.

Un día de estos me acordaré de exigir una investigación.

Hasta el mes que viene, amigas, que empiezan las semi-vacaciones de verano en Almacén. Chao.


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