Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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Libertad de elección

Las elecciones duales son una de las afinidades electivas que con más constancia se muestran en nuestra vida cotidiana, y aparecen tanto en las sociedades prelógicas como en las sociedades simbólicas avanzadas. Desde el Ying i el Yang a Adán y Eva, Urano y Gea, Dios y el diablo, capitalismo y socialismo, cultura audiovisual y cultura escrita. No me duele presentarme, pues, en ese contexto como historiador de la incultura tanto como de la cultura: lo que lamento es que, como historiador, me veo condenado a la contemplación de los acontecimientos, o, en otros términos, a su interpretación. Y eso incluye a mi infante.

No dudo que todos los niños reaccionen de la misma forma ante la televisión. Con estupefacción: admiración que bordea el estupor. Este último concepto es muy interesante, pues une una fuerte disminución en la actividad de las funciones intelectuales, que bien podríamos llamar aniquilación, y la inmovilidad causada por una gran admiración, por una viva emoción. Dos palabras de la misma familia parecen apropiadas en este contexto: estúpido y estupendo. El significado de la primera: aturdido permanentemente. El de la segunda, digno de causar estupefacción. Sin duda es un abuso lingüístico que justificaría una demanda judicial por parte de la Real Academia atribuirle un significado positivo. O es simplemente estúpido.

He obviado estupefaciente por razones perfectamente comprensibles para cualquiera: demasiadas reminiscencias ilegales, y la televisión no lo es, aunque cause los mismos efectos que las sustancias así dichas. Aún a riesgo de resultar iterativo, estupefacción es también lo que me provoca esta contradicción. Es decir, es un hecho estupendo.

Irene no oye, no ve, no siente nada ajeno a la pantalla cuando mira la televisión. Curiosamente su actitud es otra ante el ordenador: se produce una aceleración de las funciones intelectuales: escribe, lee, elige, se enfada con el ratón, maldice el teclado. Habla con él, refunfuña, patalea, mueve las muñecas y las manos y con ellas todo el cuerpo (más que nada por falta de control): finalmente, se serena. Su decepción contrasta con su demanda: un solo día es suficiente para que lo pida de nuevo. Es horrible. Es inteligente.

La suspensión del desenlace por decisión ajena al espectador es sin duda propio de la televisión. Permítame el amable lector que homenajee a mi enemigo.Continuará.


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