Revista poética Almacén
Colaboraciones

La gran mentira

Antonio Cambronero
Autor de la bitácora Blogpocket

Otros textos de Antonio Cambronero


(fragmento del artículo “El mito del éxito fácil” de próxima aparición en papel)


A lo largo de los últimos años venimos asistiendo a un fenómeno social muy preocupante: la degradación progresiva de la fama y el excesivo culto al escándalo en los medios de comunicación. En realidad estamos siendo testigos de un problema cuyas consecuencias, durante los próximos años, pueden ser verdaderamente delicadas para la juventud. Los modelos de identificación de los jóvenes no se pueden apoyar en personajes cuyo oficio es exclusivamente ‥salir” en televisión, ganar dinero sin trabajar y ser famoso en lugar de buen profesional. En este artículo se analiza el problema del mito del éxito fácil, explicando qué males provoca, cómo se canaliza y qué soluciones, desde el punto de vista pedagógico, se pueden adoptar. Los educadores se enfrentan a un interesante reto porque con los valores que, si no se pone remedio, imperarán pronto en nuestra sociedad (la sociedad de la evolución tecnológica constante y la globalización), tendremos un mundo basado exclusivamente en el poder, la fama, la competencia y el dinero; un mundo, en definitiva, vacío, enajenado y sin libertad.

Enrique Santos Discépolo [1] milongueaba así, ya en 1925, acerca de una sociedad excesivamente fiel al dinero, en el tango “Qué vachaché”:

“Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida. / Ya me tenés bien requeteamurada. / No puedo más pasarla sin comida / ni oírte así, decir tanta pavada. / ¿No te das cuenta que sos un engrupido? / ¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos? / ¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido! / ¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!. / Lo que hace falta es empacar mucha moneda, / vender el alma, rifar el corazón, / tirar la poca decencia que te queda... / Plata, plata, plata y plata otra vez... / Así es posible que morfés todos los días, / tengas amigos, casa, nombre...y lo que quieras vos. / El verdadero amor se ahogó en la sopa: / la panza es reina y el dinero Dios. / ¿Pero no ves, gilito embanderado, / que la razón la tiene el de más guita? / ¿Que la honradez la venden al contado / y a la moral la dan por moneditas? / ¿Que no hay ninguna verdad que se resista / frente a dos pesos moneda nacional? / Vos resultás, —haciendo el moralista—, / un disfrazao...sin carnaval... / ¡Tirate al río! ¡No embromés con tu conciencia! / Sos un secante que no hace reír. / Dame puchero, guardá la decencia... / ¡Plata, plata y plata! ¡Yo quiero vivir! / ¿Qué culpa tengo si has piyao la vida en serio? / Pasás de otario, morfás aire y no tenés colchón... / ¿Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio! / Vale Jesús lo mismo que el ladrón...”

Dentro de la sociedad del incipiente siglo XXI, augurada por el genial Discépolo, el éxito fácil es un nuevo mito. Conseguir fama y riqueza sin esfuerzo, a costa de lo que sea, es a lo que aspirará la juventud, si no es lo que prefiere ya. La prensa del “corazón” y la televisión canalizan este problema, ofreciendo un mundo cutre y frívolo pero que es un negocio, sin lugar a dudas.

El género del denominado “corazón”, o prensa rosa, se introdujo en España en 1944 con la revista “Hola”, seguida en 1950 por “Diez Minutos”. La idea venía de Gran Bretaña y el contenido estaba orientado a la información centrada en personajes y noticias de interés humano, sobre todo la que provenía del legendario Hollywood. En la década de los cuarenta la gran mayoría de las páginas las ocupaban actrices de gran talento y encanto, mientras que en los cincuenta lo interesante eran las bodas reales europeas. Seguramente, para muchas personas, en aquella época, el mundo cinematográfico y la realeza suponían el modelo a seguir, al menos un sueño a alcanzar.

En 2003, sin embargo, las páginas de las revistas del corazón y la televisión nos ofrecen un escenario bien distinto. La inmensa mayoría de los protagonistas no son actores, ni actrices, ni miembros de las Casas Reales. No son cantantes, ni siquiera políticos, como en la década de los sesenta. En la actualidad, el negocio “rosa” es una gran mentira que mueve inmensas cantidades de dinero. Un dinero fácil que implica un nuevo modelo para la juventud. El Hotel Glam [2] es un nuevo y degradado Hollywood en el que soñar. Ya no venden los personajes con éxito profesional o, ni siquiera, grandes divas de la ópera o bellas reinas iraníes. Hoy el corazón se nutre de desconocidos que dicen haberse acostado con otros desconocidos. Como mucho, modelos o artistas, éstos últimos tristemente en el declive de su vida profesional, ocupan ahora portadas y programas de televisión.

El mensaje, pues, para la juventud es extremadamente peligroso y en las páginas que siguen responderemos si estos nuevos valores dominantes son mejores o peores que los anteriores. Los medios de comunicación, especialmente la televisión, juegan un papel muy significativo en este problema y, tal vez, ahí encontremos una pista para resolverlo. Contrarrestar los efectos perniciosos de los medios de comunicación, fomentar el espíritu crítico y recuperar valores olvidados, pueden ser algunos de los frentes que tendrán que atacar los expertos en educación.

¿Es gratis ser famoso?. En primer lugar, veamos qué significa hoy ser famoso. El paradigma de famoso puede ser, hoy día, un jugador de fútbol que todo el mundo conoce. El y su esposa, también muy conocida por haber formado parte de un exitoso grupo pop femenino, son seguidos, continuamente y allá donde vayan, por un ejército de fotógrafos y cámaras de televisión. Y genera más ingresos por publicidad que por jugar al fútbol. Yo, cuando era pequeño, y muchos niños durante generaciones, ambicionaba ser “de mayor” futbolista. Sin duda, hoy muchos niños codiciarán también ser futbolistas, gracias a esta estrella, pero no sé si aspiran a practicar un deporte como profesión o, más bien, a pasearse en limusina, vestir ropa de diseño y asistir a fiestas.

Ese modelo de comportamiento, del éxito fácil, engancha a nuestra juventud. Todos quieren ser como él y el problema es que también existen estrellas de otro tipo mucho más superficial, surgidas de la nada y sin nada que aportar. Es preocupante lo extendida que está la idea de que todos podemos ser famosos. Que es muy fácil y que está al alcance de la mano.

Sin ir más lejos, uno de los protagonistas del famoseo, Coto Matamoros, se convierte en gurú con su reciente libro “Usted también puede ser famoso” [3] (“Cómo llegar a la fama, cómo mantenerse y ganar un montón de pasta sin grandes esfuerzos”). Con su lenguaje chulesco es uno de los habituales de la televisión y organiza shows seudo-teatrales: “Será un espectáculo trasgresor, una catarsis monumental que permitirá al público liberar muchas pasiones, entre ellas el horror que les provocan los Payasos de la Tele, Nieves Herrero o los personajes de Crónicas Marcianas. Esa basura televisiva, entre la que me incluyo, tiene un efecto pernicioso en el crecimiento. Los espectadores tendrán ocasión de decirles cosas a la cara a algunas de esas figuras de la tele. Será un espectáculo interactivo: podrán insultarnos, tirarnos tomates y hortalizas”.

El éxito de libros (el de Matamoros rondaba las cincuenta mil copias vendidas) con enseñanzas para hacerse famoso, nos plantea muchas dudas acerca de las necesidades de nuestra sociedad. Rosemarie Jarski también nos enseña, en su libro “Fama” [4] , cómo lograr ser un ídolo al que millones de personas adoren en todo el mundo. La fama y la fortuna están a sólo un paso de nosotros. El mensaje está claro, pero ¿a quién le interesa esta farsa?.

Por un lado, a lo largo de los años, hay una lógica evolución en la demanda del público. Sin embargo, la oferta obedece, sin duda, a intereses de mercado, como apuntaremos en el siguiente apartado. Nuestra sociedad es exhibicionista y tiene miedo a permanecer en el anonimato [5]. Esa sociedad, globalizada y sumida en pleno desarrollo tecnológico, no es capaz de prometer alternativas a nuestros jóvenes. Sin embargo, el coste, si no lo evitamos, será enorme, si no se les ofrece otro valor que el ganar mucho dinero. Como solución pedagógica, los expertos deben pensar en una educación reorientada en valores que no tengan nada que ver con la consecución de poder y la riqueza, que no tengan que ver con la competencia y sí con la cooperación y la justicia.

Téngase en cuenta, también, que la conquista de la fama, a cualquier precio, lleva consigo, a menudo, la violación de derechos como el de la intimidad. Los personajes de la “farándula” son constantemente espiados, humillados, insultados y ridiculizados. La intimidad conviene airearse porque hay que igualar lo más posible a objetos y voyeurs. Cuanto más identificado se encuentre el público con sus ídolos mejor. Y en este aspecto, es donde más se aprecia la degradación de la fama. Hemos pasado de las historias glamourosas de actores, actrices y realeza, en los años cuarenta, a los affaires sexuales de cualquier desconocido, en este comienzo de siglo.

Algunos políticos se quejan de que la denominada telebasura vulnera los derechos elementales de la Constitución y defienden el que las cadenas públicas deben promover otro tipo de valores. Y lo hacen dentro de las comisiones internas de control. Sin embargo, las cadenas públicas se suman, cada vez con más empeño, a la programación de espacios dedicados al corazón. Las productoras tienen representantes que venden declaraciones de famosos. Hoy, un escándalo inventado puede dar mucha audiencia y la audiencia se traduce en ingresos por publicidad. Las televisiones, y no sólo las privadas, se mantienen gracias a la publicidad. Las comisiones de control, pues, lo tienen muy difícil. Aunque se viole la Constitución.

Todos los famosos tienen su “caché”. Quienes pagan y quienes cobran discuten las tarifas según el producto: una declaración escandalosa en televisión, una fotografía en top-less, una boda, el nacimiento de un hijo. Los mismos periodistas, dedicados a desvelar la vida de los famosos, reconocen que se enriquecen y prefieren que sean otros los que se dediquen al periodismo serio. Uno de ellos, muy conocido, declaró: “¡Fíjese!, ¿Quién me lo iba a decir?, pero es que con esto de las televisiones, hemos encontrado un chollo. En cualquier tontería de programa, hala, 400.000 pesetas”.

Los periodistas del corazón se han convertido en meros presentadores y animadores del famoseo. Son también protagonistas y parte importante del negocio. No dudan en participar activamente si es necesario, como el otrora fotógrafo de un conocidísimo y apuesto Conde, ahora reconvertido en comentarista especializado, que ha sido inquilino de La Isla De Los Famosos [6]. Famosos y presentadores aparentan llevarse mal, discuten en los debates. Se ha creado un mundo de relaciones frívolas, pero muy complejas, alrededor de los montajes. Las exclusivas generan un número infinito de personajes que se dosifican convenientemente. Para hacer a alguien famoso se le inventa un escándalo.

El periodismo de verdad se manifiesta en contra de este fenómeno. Muchos profesionales jóvenes desean ejercer su oficio, pero se encuentran con que su trabajo está desempeñado por alguien que es famoso únicamente por haber estado encerrado varios meses en una casa, permanentemente vigilado por cámaras de televisión. O, incluso, simplemente por ser la ex-mujer de un conocidísimo torero.-

El falso negocio de los famosos representa un gran problema, pues construye un mundo ficticio, donde se enseña a niños y jóvenes lo fácil que es llegar a cantar encima de un escenario, hacer una serie de televisión, una película o sencillamente presentar un programa. Se enseña lo fácil que es hacerse rico sin esfuerzo. Y, lo que es peor, se transmiten una serie de valores muy perjudiciales para la sociedad. En particular, me llama mucho la atención lo que, en el fondo, subsiste en el mercado gobernado por los líderes del periodismo “rosa”: los famosos son activos financieros que cotizan en bolsa y eso no es, ni más ni menos, que el sistema económico del sistema occidental. La cotización depende del personaje: hoy ya nadie invertiría en el Padre Apeles, por ejemplo.

José Pagés Llergo [7] ya ironizó sobre la degradación del siglo XX: “Se bebe café sin cafeína, se vende chocolate sin cacao, y se hacen periódicos sin periodistas”. La decadente cultura de masas, a la que estamos sometidos, implica venerar a personajes que han degenerado en domésticos y otro peligro (también para la reflexión de los educadores) es que estas figuras del espectáculo mediático tengan acceso a las estructuras organizativas del país. En otros países ya se han dado casos, como el de un mediocre actor ocupando la presidencia, un astronauta en el senado o una actriz porno en la cámara de los diputados. El circo llega también a la política y eso es, al menos, un motivo para preocuparnos.

Ese es el modelo que se enseña a nuestros jóvenes. Todo ello basado en un engaño permanente, en el que, sin escrúpulos, se traman montajes con el único fin del enriquecimiento fácil. Como ejemplos, he aquí algunos de los culebrones que ocupan la mayor parte de las páginas de las revistas y los programas de televisión: la farándula en estado puro a cargo de una perenne cantante andaluza y su familia; las más oscuras pasiones, rozando lo escatológico con un rancio humorista, sus amantes y sus hijos; el culebrón grotesco de una vetusta cupletista con sus bodas y divorcios; las andanzas amorosas de un superdotado cubano y su hermano; los escándalos sexuales de innumerables play-mates; etc. El elenco de actores es infinito: la estrafalaria trouppe circense de un inaudito individuo que adivina el futuro con hojas de perejil en la cabeza; los augurios pijos y de diseño de un estrafalario mago con túnica; el extraño caso de la mochila de un vehemente y díscolo miembro de la aristocracia; etc., etc., etc. El colmo de los montajes ha sido recientemente el noviazgo de la más famosa tonadillera con un conflictivo alcalde, donde la turbulenta trama política se ha mezclado con una ardiente historia de amor. El caldo de cultivo ideal para alimentar las arcas de los negociantes.

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[1] Enrique Santos Discépolo (1901-1956) escribió el tango "Qué vachaché" en 1925 y, como casi toda su obra, mostraba, con un lenguaje cínico y sórdido, una visión escéptica de la vida y de la gente. Tiene, posiblemente, el único tango, "Tres Esperanzas", dedicado al suicidio como solución existencial. La difusión de "Qué vachaché" fue censurada y prohibida, junto con "Esta noche me emborracho" y "Malevaje".

[2] El ex miembro del grupo musical La Trinca y ahora productor ejecutivo de Gestmusic, Joan Ramón Mainat, es el creador de programas de televisión de gran éxito como Operación Triunfo, Crónicas Marcianas u Hotel Glam. En este últmo se encerraban en un hotel varios famosos.

[3] Usted también puede ser famoso. Coto Matamoros. Editorial Mondadori.

[4] Fama. Rosemarie Jarski. Planeta.

[5] Defi a la pudeur: Quand la pornographie devient l'initiation sexuelle des jeunes. Gerard Bonnet.

[6] En este programa tienen que sobrevivir un puñado de famosos en una isla desierta.

[7] José Pagés Llergo (1912-1989), gran periodista mejicano, fue reportero, corrector, corresponsal de guerra, jefe de redacción en diversos diarios y revistas. Hizo notables trabajos periodísticos durante la segunda guerra mundial, entre los que destacan entrevistas a Adolfo Hitler y Benito Mussolini.


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