Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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Escuela

Empiezo a ver los resultados de la escolarización que elegí para mi niña. Y permítame el amable lector que me autofelicite por la elección. Es más, que me aplauda a rabiar, que me jalee, que me premie. Mi tierna bebita pide la custodia compartida aún antes de cumplir los cinco años, gracias a la escuela.

Para que lo entienda el lector que ha renunciado a la paternidad para adentrarse en otros oscuros recovecos de su vida y de la de los demás, se lo explanaré. A mi niña la educo yo, que para eso soy su padre. De hecho, esa es una de las principales razones por las que soy su padre. Este sencillo concepto parece resultar excesivamente complejo para la mayoría de padres de este país (uy! ¿Les ha dolido?), que desertan de tal responsabilidad y la abandonan a la puerta de las escuelas y de los institutos, que devienen así Formatorios de virtudes no adquiridas en su casa, cuando no Reformatorios de vicios y crueldades allí adquiridas. Si no entendemos esto, no entendemos nada.

Ustedes pensarán que les hablo de las clases medias-bajas de nuestra sociedad. Craso error, pues los cresos suelen ser en esto tanto o más pecadores que el resto. La única diferencia es que en lugar de abandonar la educación de sus hijos a la puerta pintarrajeada y cochambrosa del colegio del barrio, lo hacen a la reluciente y amplia (pues han de caber los autobuses) de una ingliscul, en la urbanización de moda.

Público o privado es un dilema que los padres de clase media se plantean. Los de clase baja no: no pueden elegir. Los de clase alta tampoco: tampoco pueden elegir, pues la elección del centro escolar se ha convertido, gracias a nuestro bienamado gobierno (pero también a la indecisión y la poquedad de espíritu de los anteriores), en un modelo a escala de la división social de nuestro país. En lugar de trabajar por la cohesión social, lo hacen por su compartimentación, siguiendo viejas querencias trinitarias travestidas de calidad: escuela pública para las clases menos favorecidas, escuela concertada para las clases medias, escuela privada para las clases altas. Padre, Hijo, Espíritu Santo. Una, Grande, Libre. José, María, Aznar. Legionarios, de, Cristo. Perdone el amable lector por el exabrupto, pero me tienen muy caliente.

Mi niña va a una escuela pública. No es la del barrio. Hay escuelas públicas buenas y malas, con proyecto educativo o sin él, con voluntad de intervención en la realidad social o sin ella. Mi niña va a una buena escuela pública, pequeña, especializada en lenguas, en un barrio degradado, con compañeros de (casi) todas las clases sociales, con (algunos) hijos de padres que creen en la escuela pública y en su capacidad de integración social. Con profesores que (todavía) creen en lo que hacen. Sólo había que tomarse la molestia de buscar, y la encontré. Que la aceptaran tampoco fue demasiado difícil: cuestión de paciencia, también.

Los padres de la mejor amiga de Irene se acaban de separar, y no sólo comparten la responsabilidad, sino también el tiempo de sus hijos. Custodia compartida, ya saben. El jueves pasado Irene llegó a casa y me dijo: —papá, yo quiero estar contigo dos semanas y un día de la tercera semana, y lo mismo con mamá. Me costó un poco descubrir que tal cómputo cronológico correspondía a la explicación que los padres de su amiga dieron a la hija cuando le comunicaron que estaría quince días con cada uno. En esta escuela mi niña busca, compara, y encuentra algo mejor.

Escuela pública, laica, integradora social y culturalmente, consciente de su función y apoyada por la comunidad escolar, difícilmente se consigue. Con la política educativa del gobierno, imposible: mi niña se quedará sin escuela, sin ese tipo de escuela.


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