Revista poética Almacén
Punto de encuentro

[Alfredo Bruñó]

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El encuentro en paralelo

Esta mañana he salido a dar un paseo. Domingo: había cambiado la hora y no había mucha gente por la calle, ni coches. Llovía, hacía frío. Lo que yo quería era respirar algo de aire fresco y ver mi ciudad desde otro punto de vista. La luz ayudaba. Siendo mediterránea, mi ciudad normalmente disfruta de una luz especial, que mi amigo Colom llama Esaluztanespecialydecolornaranja. Para él es una sola palabra, y siempre la dice cuando de repente se da cuenta y la luz que atraviesa el aire le llama la atención. Pero hoy la luz era gris, una luz mate, que le daba a las calles un tinte extraño, como si la ciudad fuese enteramente otra.

Empecé mi paseo por una ruta habitual que me gusta mucho, pero pronto me di cuenta de que me había equivocado: que si cambiaba la ruta, que si tomaba algunas calles en la dirección contraria a la que tomo durante, ya no mis paseos, sino mis quehaceres diarios, podría convertir mi ciudad en otra. Podría hacer ver que estaba en otra ciudad. Y si la ilusión persistía, quizá podría llegar a sentir que, en efecto, estaba en otra ciudad. Una ciudad paralela a la mía.

Hace poco leí una novela en la que un hombre es capaz de viajar en el tiempo solamente convenciéndose, convenciendo a sus sentidos, de que está en ese otro tiempo. Para ello necesita vestir las ropas de ese tiempo, vivir como en esa época, en una casa de la época y sólo haciendo cosas de entonces. Claro, esto forma parte de un experimento ultrasecreto del gobierno norteamericano (el autor es norteamericano), el viajero temporal tiene toda clase de ayudantes y presupuesto para lograr el efecto que busca. Por fin, un día sale a la calle y ha pasado de mil novecientos setenta y pocos o sesenta y muchos a mil ochocientos ochenta y dos. La ciudad es Nueva York y el resto de la novela cuenta sus aventuras en el pasado.

Yo he intentado algo parecido esta mañana. Pero mi viaje no era en el tiempo sino a otra dimensión de mi ciudad. A otra ciudad, paralela a la mía; muy parecida en muchos aspectos, pero no igual. Como ya he dicho, la luz era propicia, porque era tan diferente a la luz habitual que normalmente tenemos. Ayudaba el cambio de hora, que nos pone en una especie de tiempo paralelo, pero no igual. Ayudaba el cambio de ruta, la decisión de pasar por calles por las que habitualmente no paso, o paso con prisas y en otra dirección.

Sí, lo primero fue una sensación de extrañamiento. De falta de pertenencia. ¿Cómo describirlo? La gente que veía, paseando a su perro, bajando a por el periódico, paseando con el paraguas abierto, me parecía diferente a la de mi ciudad. Vestían distinto (es el primer fin de semana de frío), caminaban distinto, hasta los kiosqueros me parecían distintos: de alguna manera, mejor vestidos, mas elegantes que los de mi ciudad.

En un kiosco, estaban un hombre y una mujer, probablemente pareja, de mediana edad. Parecían pertenecer a esta nueva ciudad por la que deambulaba. Estaban perfectamente de acuerdo con el paisaje urbano de este barrio de clase media o alta. Las gafas, la forma de llevar el pelo, la ropa: parecían profesionales en un día de descanso, el tipo de gente que vive por aquí.

Esta parte de la ciudad se construyó a principios de los años setenta. La mayoría de los edificios son altos, muchos son muy bonitos, con dibujos de azulejo y otras decoraciones que ya no están de moda, con jardines a su alrededor y entre ellos. Hoy ya nadie construye jardines así, la presión atmosférica y económica sobre el suelo no lo permite. Por eso este rumbo de la ciudad es especial. Es como si aquí se viera la clase de ciudad que se quería construir, hace treinta años, y que no se construirá nunca.

Esos pisos son caros. Todos los edificios tienen un hall de entrada bastante elegante. En todos, se veía al portero en su estación. Algo que me pareció raro, siendo domingo. En mi edificio no hay portero y yo me imaginaba que descansarían hoy. Eso también ayudaba a crear la ciudad paralela. Ayudaba a poblarla de personas que llevan vidas diferentes, con horarios y costumbres distintos a los que están habituados a seguir mis conciudadanos.

Exploré los jardines, las fachadas, las calles. Empezó a llover más fuerte. Los negocios y oficinas estaban cerrados. Me fijé en unas persianas llenas de polvo, mal bajadas. Pensé que lo que fuera que negociaran en esa oficina no debía ir demasiado bien. Eso me dio una sensación de la infelicidad que también puede existir en las ciudades paralelas.

Compré el pan en una tienda en la que no había estado nunca, lo que aumentó mi sensación de paralelismo, y emprendí el camino de regreso a casa. Conforme me acercaba, me daba cuenta de que iba volviendo a mi ciudad, de que todo parecía cada vez más habitual, más normal. Cuando entré en casa, la sensación de normalidad se había apoderado completamente de mí. Eso es lo normal, claro. Y también lo agradezco.


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Comentarios

soy brasileña y me gustó mucho esto texto. Ustedes están en hora buena (no se se me expreso en la forma corecta). besos
Luiza

Comentado por luiza el 18 de Marzo de 2004 a las 05:15 PM