Revista poética Almacén
Radioterapia

[Ramiro Cabana]

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Pañaleo

Al parecer, núbiles amigas del alma caritativa que soy, cuando vuestro servidor era apenas un infante, no había pañales desechables. Los que había eran realmente ecológicos porque había que usarlos una y otra vez, aunque limpios. Por suerte, en el palacete no sólo había lavadora sino también una señora encargada de operar dicho trasto, metiendo antes y sacando después todo lo que había metido en él para que se lavara. Dicha señora luego planchaba y doblaba mis pañales para que la señora encargada de ponerme el de recambio pudiese hacerlo con estilo. Esa señora era, a veces, mi señora madre, otras, mi señora abuela, otras mi señora tía abuela, otras la señora a la que pagaban para que el señorito, o sea yo, siempre tuviese a alguien a su lado por si necesitaba algo.

Y parece ser que todas esas señoras estaban bastante ocupadas conmigo, porque como me contó años después la señora que en cuidarme se ganaba el sustento y el de su numerosa familia en el campo, yo era “UN CAGÓN DE MIERDA” Aunque suene redundante. A esta encargada de mi bienestar social le debo, aparte de que no me dejase andar por los pasillos del palacete con el almuerzo en los pantalones, que me enseñara a leer a tempranísima edad, ocupándose así e involuntariamente del alto estánding intelectual que un humilde caballero andante de las ondas de radio, como yo, luego llegaría a disfrutar. Si no hubiese sido por ella, amigas y esclavas mías, es posible que vosotras no estuvieseis ahora aquí, disfrutando de esta amenísima lectura.

Y todo este tinglado autobiográfico se desprende de que esta mañana, en el taxi (me gusta que me lleven y me traigan: conducir es para las otras clases), o por la radio de dicho mamotreto, han dicho que, en el último año, o algo por el estilo, dos mil cuatrocientos y pico caballeros se han pedido el permiso de paternidad. Y las señoras de la radio empezaron a decir ¡Ay, que maravilla!, ¡Oh, fantástico!, ¡Viva la mujer y su liberación! Hasta que el locutor, un tío famoso cuyo nombre no recuerdo, anunció que han sido dos mil cuatrocientos y pico chalanes comparado con ciento ochenta y tres mil mujeres. ¿No te jode?

Pero claro: las mujeres no se piden el permiso de paternidad. Se piden el de maternidad, que es mucho más cabrón y exigente. Es la Champions League, vamos. Mientras que el de paternidad es de tercera regional. De todas maneras, me sorprende que no haya más “hombres” que se pidan el permiso de paternidad. Colega: ¿tienes hijos? Pues hay que mojarse, o joderse, o arrimar el hombro, or all of the above. Cuando yo era un infante eso no se hacía, claro. Las mujeres (todas las que he mencionado arriba y algunas más) pasaban el rato en un ala del palacete. Los hombres, verguigracia, mi padre y mi abuelo, el ostentador del título familiar, vivían en la otra punta del palacio, donde están los salones y la biblioteca. No debían ser molestados por la piltrafa cagona que llevaba el nombre del arribafirmante.

Hoy, eso ya no puede ser posible. Por una razón: que no hay derecho. Hoy los hombres tienen que meter las manos en la masa amarillenta y maloliente que vive en los pañales. Por suerte, ya no tienen que lavarlos: si no se hubieran empezado a liberar las mujeres, todavía no se habrían inventado los pañales desechables. Pero el curro de cambiarlos sigue siendo más o menos el mismo. Y hay que seguir vigilando que el tierno infante no se fría el alma metiendo los dedos en un enchufe o no se limpie las entrañas para siempre bebiéndose lo que queda de ese litro de lejía que nadie se ha acordado de usar o tirar. Y a los infantes hay que darles también de jalar, para que vuelvan a llenar los pañales y crezcan sanos y fuertes. Y hay que enseñarles a leer, que eso ya no lo hacen en las escuelas. Y un poquito de urbanismo, para que no se conviertan en gente que anda por ahí en chándal, con los pelos del pecho al aire (sean hombres o mujeres o ambas cosas) y presumiendo de un exceso de cadenas chapadas en oro.

A los infantes y a las infantas también hay que llevarles al parque, para que se oreen y dejen de oler a mierda. Hay que subirles a los columpios para que se peguen una hostia y empiecen a saber lo que les espera en este valle de lágrimas. (Me encanta ese estúpido lugar común, el del valle). (Hay lugares comunes que no son estúpidos). Y hay que buscar el maldito chupete, porque nunca se sabe donde coño lo habrán metido (¿el enchufe?) y no dejan de llorar hasta que alguien lo encuentre. Aunque en el caso de un servidor, como nací con chupete de plata, si se perdía, todo el personal tenía que buscarlo. Valen una pasta.

También me la suda si el infante o la infanta recién llegados necesitan que el padre esté presente durante los primeros meses. Los sicópatas o sicólogos o lo que sean dicen que en la más tierna infancia quien hace falta es la madre. Quien necesita que el padre (o padres) esté presente es la madre, joder. Porque ella también tiene que dormir y levantarse con cara de no haber muerto anteayer, para poder mantener su puesto de trabajo y ayudar a pagar la hipoteca y las letras del innecesario coche y las vacaciones en algún sitio de playa, desangelado y masificado.

Un humilde y extremadamente noble servidor no tiene por qué pedir la baja de paternidad, claro. Y son dos las razones. Una, no tiene hijos; dos, no tiene curro. Vive de rentas en un palacio gótico que te cagas y lo único que hace es ir a darle la vara al gestor de vez en cuando. Y escribir esta bonita columna, evidentemente. Pero de haber infantes o infantas, cosa que por suerte mi chavala dice que no habrá, no hace falta que ella pida muchos días de baja por maternidad. Porque yo, o sea un servidor vuestro, me encargaría de TODO: de contratar a alguien que cambie los pañales y limpie excrementos y babas, de que el servicio sea eficiente y tenga los biberones a punto y en su punto, de que el electricista venga y ponga protectores en los enchufes, de que la lejía esté en un sitio tan inalcanzable como lo serían para todas vosotras, y para mí también, unas vacaciones en la luna. Yo me encargaría de todo, DE TODO, que para eso he nacido en este palacio del quince y tengo la pasta para mantenerlo junto con todos sus habitantes, incluido Borja, el mejor perro salchicha del mundo.

Y sí, mi chavala curra. Aunque no sea necesario para la economía familiar. Porque encuentra que le es necesario espiritualmente, que cierta sensación de libertad, aunque sea mentira, es necesaria. Porque no somos realmente libres, ¿verdad, amigas, amígdalas, anginas mías? Y si quiere currar, que lo haga, y yo le ayudaré en lo que haga falta. Porque yo tengo tiempo. Yo no necesito currar porque mis genes son sabios y me lo prohíben. Yo soy feliz. Creo que percibo una ligera vibración de envidia, amiguitas, una envidia que os parte por la mitad. Lo siento. Noblesse oblige, y no sé quedarme calladito.

Así que ya lo sabéis, queridas: pedirse la baja por paternidad es OBLIGATORIO. ¿O es que no hay cojones?

Chao


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