Colaboraciones
Internet, un nuevo género creativo
Este texto fue publicado el 12 de noviembre en Nautopia, en la sección Otras nautopías alternativas.
Hasta ahora, un escritor podía no ser nunca leído. Los impedimentos eran varios. Quizás su obra no entrase en ninguno de los géneros establecidos y las editoriales no lo aceptasen por ello; quizás su extensión fuese demasiado larga o corta para justificar una edición en papel; quizás su contenido fuese pasto de la censura de las agencias de publicación; quizás nadie con el poder de publicarle apreciase calidad en sus escritos; quizás, por último, no dispusiese de los medios económicos necesarios para autoeditarse. Y esto es más o menos aplicable a cualquier creador: un músico que no encuentra casa de discos, un pintor que no puede exponer o un hacedor de películas sin distribuidor. La dependencia del artista de que diversos factores socio-culturales le acompañen y apadrinen era el requisito indispensable para existir como tal. El bautizo artístico venía siempre de la mano del descubridor, o del mecenas, y el público entraba al juego siempre en segundo lugar. Por otro lado están los soportes para la creación: la aparición de la imprenta modificó los hábitos editoriales (en realidad los creó tal y como hoy los conocemos); la invención del cinematógrafo abrió las puertas a un nuevo modo de creación artística; los aerosoles y sprays democratizaron los grandes murales.
Internet lo cambia todo. A partir de ahora la creación seguirá otros derroteros muy distintos y, por lo menos en principio, paralelos al del modo de crear/publicar tradicional. La red es Gutenberg y los Lumière a un tiempo. A continuación, apuntaré algunos aspectos que pueden configurar un nuevo modo de crear utilizando la Internet como el nuevo soporte que viene a sustituir (¿complementar?) a los conocidos hasta ahora.
- Publicación
El arduo y costoso trabajo de publicar un libro o de lograr exponer unas pinturas no existe con la red: cualquiera puede hoy publicar cualquier contenido sin apenas desembolso económico —e incluso sep uede hablar de coste cero si se piensa en la posibilidad de hacer todo desde un local público con acceso a internet—. La autoedición, costoso y laborioso recurso de quien se veía rechazado por el mundo editorial, se está convirtiendo en la solución idónea para quién quiere manejar todos los hilos de su obra y no depender de injerencias ajenas. La facilidad es ahora abrumadora hasta el punto de que determinadas herramientas para la construcción de bitácoras permiten publicar cualquier contenido en apenas 5 minutos. Y hay que tener en cuenta que publicar en la red equivale a poder ser leído en cualquier parte del mundo; la distribución desaparece. Queda la labor de salir de la oscuridad de la red, hacerse visible, asunto en cualquier caso más sencillo que el de conseguir que un libro sea leído por alguien más que por tu familia, y más democrático y menos dependiente de campañas publicitarias y márketing.
- Género
Los cánones, la construcción de géneros literarios o de artes diferenciadas era utilizado no sólo para orientar al público sobre lo que iba a leer/ver/escuchar, sino también para limitar las fronteras creativas del autor: ubicarse en un género es un modo de autofacilitarse las cosas. Esquivar estas clasificaciones se ha hecho desde siempre —La Celestina, en los albores del siglo XVI, no respondía, ni responde, a ninguno de los géneros definidos: ni novela, ni teatro, ni poesía... —, pero internet no sólo lo facilita enormemente, sino que lo alienta: como decíamos, cada cual se autopublica, y esta falta de barreras permite que obras que nunca serían publicadas por una editorial ni expuestas por una galería de arte porque no cuadraban con nada conocido ni esperado ni clasificado. Veamos algún ejemplo no excluyente:
Mariano Gistaín publica diariamente Texto casi diario, web en la que se mezcla el género periodístico (opinión, noticias, reportajes...), la parodia, las artes plásticas y la fotografía. ¿Cómo se llama este género? Mariano Gistaín.
Trafalgar Sur se reduce a las letras, pero esquiva cualquier género conocido con su prosa, generalmente microensayos y a veces artículos más tradicionales. Pero Jorge, el hacedor, se permite publicar algo que jamás conseguiría de no ser por la red: su propio diccionario.
El hombre que comía diccionarios jamás podría existir sin la internet. Como los casos anteriores, no responde a ningún género conocido sino que más bien es mezcla de varios: del cuento, de la ilustración, de la poesía...
- Extensión
Un articulista de cualquier periódico en papel tiene un límite de palabras por artículo perfectamente marcado; un periódico digital podría dar libertad absoluta a sus columnistas. Las editoriales rechazan constantemete manuscritos porque su extensión no es rentable: en internet uno puede publicar una novela de 1 millón de palabras o una frase de 10. O crear un sitio alrededor de una foto o de una galería de 300. El espacio es otro en la red: más ligero, más heterogéneo, más ecológico y mucho más barato. En la red el espacio es el bit, la información y potencialmente carece de límites.
- Hiperenlace
Una obra en red es todas las obras. Metafóricamente, cada palabra de un cuento o de una novela nos evoca a centenas de otras palabras y otros cuentos y su lectura es un continuo viaje mental hacia otros lugares, otras novelas, otras vidas. En internet la metáfora se materializa y cualquier texto podrían tener enlazadas todas y cada una de sus palabras con otros textos que a su vez enlazarían todas sus palabras... Una obra en red es una biblioteca; la biblioteca.
- Anonimato y privacidad
El anonimato ya existía; los alias, los pseudónimos, forman parte de la historia de las artes y las letras y la mayor parte de las veces tenía que ver con el miedo a las represalias o el desprestigio por la publicación de determinados contenidos. Pero fueron muy pocos los que de verdad consiguieron ese anonimato para la historia y casi ninguno el que lo consiguió en su propio tiempo: no tenían la tecnología necesaria para ocultarse efectivamente. En la red, ahora, pocos son los que no se mueven con algún alias que les permite expresarse y escoger con absoluta libertad: hablar en chats, foros o sistemas de comentarios; publicar contenidos en tu propia página desde el absoluto anonimato. Son varios, en mi opinión, los aspectos negativos de esta característica, casi todos ellos relacionados con actitudes covardes y míseras que se aprovechan del ocultamiento, pero sin duda hay un aspecto que es altamente positivo: la tranquilidad que da expresarse bajo la fachada de un pseudónimo: sin miedo a lo que se diga, sin pelos en la lengua, sin prejuicios, sin tabúes... libertad de expresión.
- Libertad de expresión
La red nos hace más libres. De hecho, la red te permite evitar toda censura que no esté legislada —y aún esa es difícilmente controlable en la internet— reduciendo el control de los contenidos a la autocensura: publicaré lo que yo crea conveniente. En la internet uno tiene la posibilidad de evitar las censuras corporativas, publicitarias, editoriales, familiares o morales. La censura se ejerce, en los países democráticos, de muchas maneras distintas: subvencionando (apoyo económicamente lo que diga lo que yo quiero), con chantaje económico (retiro mi publicidad si hablas de esto o de aquello), con campañas de desprestigio (si dices lo que no debes pongo a todos los Medios contra ti), etc... En la red, uniendo todos los aspectos anteriormente tratados, la libertad de expresión es un hecho porque puedes prescindir de terceros para publicar, puedes escoger tus contenidos y puedes hacerlo, además, sin recursos económicos.
[Mientras terminaba de pulir este artículo publicaba J.J. Merelo otro artículo sobre la libertad de expresión que incide en algunas de las características que yo he expuesto. Muy recomendable su lectura]
- Modificación
No son pocos los autores que sólo abandonan una obra cuando la publican y, por lo tanto, pierden la posibilidad de seguir modificándola. En el caso de los libros impresos, la mayoría aprovechan segundas ediciones para introducir variaciones y cambios en el original. Ese concepto de original, de obra terminada, carece de sentido en una publicación digital: la fe de erratas muere con la internet. Una falta de ortografía, un dato erróneo, una sombra en la fotografía, un párrafo imperfecto, un color poco logrado, un verso pobre... todo puede ser corregido en un instante. Se acabó el rompecabezas de los filólogos en torno a las ditintas versiones que circulan de una obra, sus variaciones y, por lo tanto, distintas interpretaciones: una obra en internet está sujeta al capricho de su autor y se puede decir que es un perpetuum mobile, una metamorfosis constante, incluso una obra que el lector nunca acabará de leer porque siempre hay algo nuevo y distinto.
De lo anterior deducimos que el auténtico cambio se produce para el autor, que pasa a parecerse más al autor teatral del Siglo de Oro que controlaba todo el proceso de la obra: el nuevo autor creará, editará, publicará, distribuirá y publicitará su obra, sin intermediarios, sin injerencias, sin censuras y sin trabas, y todos estos cambios redundarán en una serie de características propias, algunas creo que apuntadas aquí, de las obras editadas en la internet. El resto, la recepción, será cosa de los lectores.
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