Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

Otros textos de Por arte de birlibirloque


Invierno

Hay algo en el invierno que detiene los sentidos. Embriagados por el susurro de las brasas, se colapsan enfrentados a la escasez de la luz. Vagan como sombras extraviadas por los pasillos, y se reúnen luego alrededor del hogar para moldear palabras al ritmo de una persistente melodía. Agolpados al calor de la lumbre, los cuentos ya lejanos de la abuela piden sitio en los sillones, y se asoman al lomo de los libros como en un rumor que derritiera las esperas. Bajo la penumbra del quinqué, nada parece ser lo que parece, y el olvido muda de piel mientras recorre cansino los ecos que el silencio ha ido abandonando por las estancias.

Hay algo en el invierno que se muestra en los rincones más ocultos de las casas, cuando se abren los armarios para exhumar el vapor concentrado de recuerdos que yacen bajo un cúmulo de mantas. La noche acoge en su seno los rescoldos de un pasado que nunca acaba de irse, y yacen entre los almohadones los sueños que sucesivamente han ido conformando el cabezal de las alcobas. Dormir en una casa vieja te une por los hilos invisibles de la memoria a sus habitantes de antaño. Saber que un día esas paredes fueron testigos de riñas y de abrazos, de encuentros y desencuentros, de sueños dulces y de pesadillas, te hace soñar, reñir, abrazar, vivir de otra manera.

Hay algo en el invierno que detiene las palabras. Colgadas boca abajo ennegrecen sus costuras hasta retorcerse entre gemidos, como un amago de grito o llanto de lechuza tras el muro. Las rimas se vuelven abusivas, las aliteraciones se hacen rimbombantes, los tropos se retuercen hasta inmolarse. En los pedregales del lenguaje se escuchan las pisadas del poema al batirse en retirada.

Hay algo en el invierno que te invita a dormir, y recogido bajo una pila de edredones deseas que nunca amanezca, que siempre sea así ese calor que exhalas por la boca, prendido de la dulce transición entre el sueño y la vigilia, en ese momento en el que ya nada ni nadie podrá perturbar jamás la infinita placidez de tu alcoba.

A la mañana siguiente algo te empuja a saltar de la cama y salir corriendo a la intemperie. El calor te reclama desde el interior, pero abres el postigo y luego la cancela, y reconoces en la blancura de la nieve un manto de energía detenida que te reclama. El espacio abierto hacia la luz te devuelve la mirada limpia del primer sol de la mañana. Gritas, te revuelves en la nieve, te levantas y miras ahora hacia la puerta entreabierta de la casa, intuyes el olor de la hogaza recién horneada y el sabor dulce de la miel sobre la mesa. Sabes que el invierno juega al escondite y te engaña haciendo como que se relaja. Pero aun sabiéndolo, ¡qué breve e intenso este deleite! Al resguardo de la luz insultas a los fantasmas de la noche, y te dispones a beber un cuenco de leche caliente y dulce, tan dulce como el olvido detenido en las esquinas de ese invierno que hace un rato se enquistaba en los lugares más recónditos de tu memoria.


________________________________________
Comentarios