Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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¿Adónde hemos llegado?

Arquitectos del espíritu absoluto, creadores de religiones, redactores de constituciones, de tratados y declaraciones universales, ingenieros y astronautas de paraísos naturales y artificiales, promotores de revoluciones, hacedores de abstracciones, trabajadores científicos incansables, promotores permanentes de progresos infinitos, a los hombres les ha dado a lo largo de su historia por hacer, por escribir, por pensar, por hablar, por proclamar a los cuatro vientos sus inquietudes y sus aspiraciones, sus ansias de conocimiento y de dominación de la naturaleza. La herencia recibida se hace cada vez más y más inabarcable, y nos enfrentamos a ella gracias a la permeabilidad de nuestra mente: asumimos lo que otros antes de nosotros descubrieron o inventaron, y concebimos el mundo según esas teorías que antaño fueron revolucionarias. La supervivencia va unida a esa capacidad de interacción con el medio, y gracias a ella hoy podemos decir que estamos aquí. Qué fácil resulta entonces dotar a esa historia de sentido, de telos, de vida propia. (Hegel lo vislumbró desde su laboratorio de fenomenólogo, y concibió el espíritu absoluto como aglutinador de todas nuestras experiencias pasadas, presentes y futuras: ¡soberbia de la razón, autoproclamada absoluta!).

Hablamos de la relatividad como podríamos hablar del último viaje que realizamos con los amigos. Tenemos tan interiorizada la posibilidad de volar en avión que no reparamos en las dificultades que han tenido que superarse hasta hacer ese sueño verosímil. La tierra ya no es el centro del universo, pero tampoco lo es el sol, y nuestra galaxia se sitúa en un lugar totalmente aleatorio: nuestra presencia es casual, contingente, no necesaria. Andamos sobre restos de teorías, y crecemos gracias a las huellas que las grandes ideas han ido dejando sobre la arena. (Algún filósofo dijo algo parecido a esto: en vez de seguir la huella sobre la arena, alza la mirada y contempla el paisaje). Enfréntate a los mismos problemas a los que se enfrentaron quienes dejaron marcadas precisamente esas huellas, cuya contemplación te impide alzar la mirada.

Alcemos, pues, la mirada: ¿Dónde estamos? ¿Adónde hemos llegado? Recuperando a uno de los Marx, bien podríamos identificar nuestra situación actual como una de las más altas cotas de la miseria. Leo en una tabla publicada en la página 103 de la edición española del Atlas de Le Monde Diplomatique, publicado en Abril de 2003, una comparación entre la fortuna estimada de las ocho familias norteamericanas más ricas y el Producto Nacional Bruto (PNB) de ocho países. La familia Walton tiene una fortuna similar al PNB de Egipto. La de Bill Gates, S. A. Ballmer y P. G. Allen (Microsoft) es equivalente al PNB de Pakistán. La de Warren E. Buffett, similar al PNB de Rumania. La fortuna de la familia Mars equivale al PNB de Marruecos. La de Anne y Bárbara Cox alcanza las cifras del PNB de Uruguay. La de L. Joseph es similar al PNB de Eslovenia. Los Newhouse son tan ricos como el PNB de Costa Rica. Y los hoteleros Robert A. y Thomas J. Pritzker alcanzan al PNB de Omán. Hablamos de cifras astronómicas, en torno a los 300 mil millones de dólares en total. Es mucho dinero. Demasiado para sostener cualquier planteamiento moral sin reclamar la desaparición de semejantes desigualdades. Pero me parece que la vida va a seguir igual después de escribir y leer este artículo. Abunda entre las mentes que se ocupan y preocupan de estos asuntos la sensación de que el desastre es inevitable. Y cunde el escepticismo al ver que la multitud se esconde en los rincones de sus hogares y enciende el televisor para ignorar: la brecha es cada vez más sangrante.

¿Adónde hemos llegado? Alzar la mirada, a veces, te enfrenta a tu propia miseria. Y reconoces en tus excesos parte de esa barbarie que brota por los poros de nuestro sistema económico, sin encontrar obstáculos que le impidan progresar en la ignominia. Oí en la radio que de seguir en todos los países el mismo ritmo consumista de Occidente, necesitaríamos una superficie equivalente a tres planetas como la tierra para producir lo necesario. Sorprendente desvarío. No entiendo nada (o lo entiendo demasiado bien, pero me niego a admitir que yo forme parte del ala consumista de este planeta). ¿Caminamos sobre despojos de teorías o sobre despojos humanos? ¿Qué herencia hemos recibido? ¿Acaso esas religiones, esas constituciones, esos paraísos, esos descubrimientos científicos, esos progresos infinitos nos han llevado hasta aquí? ¿Qué herencia dejaremos a nuestros hijos? Después de todo, ya no resulta tan fácil dotar de sentido a la historia. Las grandes ideas parece que han sembrado en nuestras cabezas un valladar de impotencia. La razón se muestra reacia a justificar tales desigualdades, y se inclina más bien por ignorarlas. Espectador privilegiado, nuestro atávico instinto de supervivencia parece sin embargo gritar a los cuatro vientos pidiendo ayuda para salir del lodazal de la indigencia. ¿Hay alguien dispuesto a acudir a su reclamo?


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