Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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Espacio vital

El espacio que nos circunda, nos define. El paisaje al que se asoma cotidianamente nuestra mirada nos devuelve, enriquecida, la savia con la que se alimenta nuestra presencia en el mundo. Somos la continuación del naranjo y del olivo, del mar y de la montaña, del asfalto y de la arcilla, de la fábrica y de la oficina.

La ecuación en la que se debate nuestra existencia se resuelve mediante la interacción con el medio: somos lo que nos dice nuestro entorno que somos, no lo que desearíamos ser. Y precisamente en el seno de esa relación el entorno nos inquiere a menudo, desde su aturdimiento, acerca de nuestras acciones. Al contestarle, admitimos sin ambages que mediante el trabajo podemos transformar la naturaleza para procurarnos satisfacción y bienestar. Pero resueltas esas necesidades básicas, deberíamos admitir también algunas preguntas: ¿Por qué insistimos? ¿Qué misteriosa fuerza nos empuja a seguir trabajando, una vez cubiertas esas primeras expectativas? ¿Qué beneficio obtenemos de ello? Como advertía recientemente El Roto en una de sus viñetas: "¡La prosperidad eran deudas!"

Somos inventores de necesidades. Y dado que en toda necesidad subyace una pregunta, sacudimos a continuación nuestro instinto en busca de respuestas, cegados quizás por una curiosidad fatal e inefable, propia de una especie incapaz de hallar consuelo en la placidez de la pradera. En esa guerra sin cuartel entre necesidad y satisfacción, agrandamos nuestra dependencia del medio, forzamos cada vez más a los objetos que nos rodean hasta decantarlos hacia el lado de nuestra utilidad más inmediata. No hay elemento de la naturaleza que se libre de nuestra acción. Incluso las políticas de preservación de medios y espacios naturales acaban justificándose como necesarias para salvaguardar ese modelo de vida: preservar ese espacio es útil para que en el resto de espacios podamos continuar nuestra conducta depredadora.

Semejante argumentación oculta el reconocimiento implícito de la dificultad de nuestro envite: sabemos que las consecuencias de nuestros actos son perjudiciales para nuestro medio vital, pero sabemos también que nuestra vida es inconcebible sin perjudicar a ese medio que nos sirve de sustento. ¿Qué hacer ante esta contradicción? Las políticas que se autodenominan de "crecimiento sostenible" inciden en esa brecha, y si bien tratan de evitar que crezca, no ocultan su impotencia para buscar terapias que la mitiguen. En pocas palabras, asumen los destrozos y tratan de evitar que se produzcan más en el futuro.

¿Lo logran? El espectáculo de esa falsa prosperidad que denunciaba El Roto me inclina hacia el escepticismo. No puedo, sin embargo, dejar de valorar ese esfuerzo que me exige una progresiva interacción equilibrada con el medio. Pero la duda ataca de nuevo: ¿Cabe acaso hablar de equilibrio en nuestra relación con el medio? ¿Qué equilibrio podemos hallar en una relación que definimos como "de dominación"? ¿Entonces? Quizás, en los próximos años, debamos definir el progreso en sentido contrario al que nos enseñaron en la escuela: en vez de aumentar nuestros recursos, disminuyamos nuestras necesidades. Basta con mirar el paisaje cada mañana, e igual que al mirarnos en el espejo, inquirirle por nuestra mutua subsistencia.


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