Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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Ideas arrugadas

¿Se arrugan las ideas, como la piel, con el paso de los años? ¿Es acaso nuestra mente, a diferencia de nuestro cuerpo, una sustancia incorruptible? ¿Podemos imaginar por un instante que nuestro cuerpo —sometido de modo inexorable a la acción de los elementos— sea separable de nuestra mente? Tales preguntas nos acechan cuando decidimos adentrarnos en la indescriptible planicie de nuestro "mundo interior", como si nos contempláramos a nosotros mismos de la misma forma que se contempla el paisaje desde un cerro. Con la suficiente provisión de víveres para soportar una larga caminata, nos adentramos en el desierto de nuestra mente con paso altivo. Pero al cabo de los años, rodeados de arena, comenzamos a ver espejismos: nuestra mente construye celadas, y creemos hallar la puerta allí donde en realidad comienza el laberinto. Incluso la propia noción de laberinto es una engañifla, y saberlo nos produce sensación de ahogo. Es entonces cuando esa misma voz altiva se pregunta, ahora ya desde la profundidad de nuestro estómago, acerca de la naturaleza de nuestras mentes, y su eco se pierde en el vacío de la ausencia de respuestas.

No concibo una mente con una vida autónoma separada del cuerpo. No hay entidades inmateriales capaces de sobrevivir al gusano que se merienda nuestro cadáver (pregunta incisiva: ¿se merienda también nuestras ideas?). No me seduce esa sustancia grata para el necesitado, que se presta a cubrir los huecos que deja la razón cuando ésta alcanza los límites de lo razonable. Reducto de religiones y metafísicas en apuros, el alma sirve para columpiarse al amparo del amplio horizonte que abre a sus huéspedes y seguidores. Pero en su mismo regocijo lleva el filósofo su condena, pues da pie a que alguien le inquiera acerca de la naturaleza de esa entidad recién inventada: ¿Podemos aprehenderla? ¿Podemos aplicarle criterios de identidad? ¿Podemos señalar almas con el dedo? ¿Dónde están, qué espacio ocupan, cómo puedo discernir su naturaleza? ¿Cómo una sustancia sin extensión puede entremezclarse causalmente con el mundo físico?

Esa entidad inmaterial que aparentemente nos sostiene en el universo se pretende constante, persistente e invariable. Pero no nos engañemos. El movimiento en el que se debaten nuestras vidas es incompatible con cualquier explicación que pretenda sacar una foto fija de la realidad y mostrárnosla. Esas preguntas que nos hacíamos en tono inquisidor siguen al acecho, a poco que admitamos la persistencia de una mente capaz de sobrevivir a la naturaleza de nuestros cuerpos. Y ello nos abocaría a un dualismo irrefrenable, del que no tendríamos escapatoria. Mi intuición más inmediata me advierte que no puede haber un sujeto constante, que no hay un ente llamado Ijalba que sea idéntico al Ijalba de hace unos días, o a aquél que se tomó un café sentado en el sillón de su casa el día 23 de octubre de 1996, a las cuatro de la tarde, mientras leía la página 56 de un Manual de Ornitología. Mantener esa identidad subyacente, como si mi "mente-alma-ente inmaterial" permaneciera incólume, y fuera una especie de espectador de todo lo que le sucede, es jugar con fantasmas. Es arriesgarse a admitir una inmanencia incorpórea, una res cogitans que vagara por el universo en busca de cualquier res extensa a la que adherirse. ¿Y por qué no admitir entonces que mi cuerpo sirve de habitáculo para seis, o para trescientas treinta y seis, o para seis mil cuatrocientas cuatro "mentes-almas-entes inmateriales"? ¿Cómo contradecirme, si no puedo contarlas?

Las ideas también se arrugan, concluyo. Sometidas al paso del tiempo, al arrugarse construyen una capa de inmunidad, como si levantaran a su alrededor una muralla frente a la crítica, al igual que la piel curtida endurece el semblante del anciano. Esa tendencia insana de las ideas al aquietamiento produce monstruos, desde luego. Y es por ello aconsejable airearlas, sacarlas a la luz, intercambiarlas, contrastarlas con otras ideas. Ser abierto de entendederas, como se dice en ciertos lugares. No nos pase como a ese viejo gobernante gallego, incapaz de entender el significado de ideas tan dispares como la de amor libre y la de abuso sexual de menores. Aunque bien mirado, tal gobernante era ya un fósil en sus años mozos, cuando compartía mesa y mantel con otros fósiles. Lo que demuestra que las ideas, como los cuerpos a los que pertenecen, pueden envejecer apresuradamente, e incluso nacer con telarañas adosadas a su piel.


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Comentarios

Como siempre, un texto impresionante. Para mí lo importante de un escritor es cómo dice las cosas, no lo que dice. Pero si además lo que dice es interesante y, lo más importante, se relaciona con cómo se dice estamos ante UN ESCRITOR.
Acerca de lo que hablas en el texto he reflexionado mucho (por motivos personales y profesionales), he leído mucho, pero nunca me ha producido una sensación tan “corporal” como la que has conseguido. Es más, creo que has producido en mí un efecto contrario al de tu reflexión, creo que he percibido mi alma.
Siempre me sorprende que tus textos no susciten comentarios. Yo no soy muy dada ha hacerlos porque no me considero digna de ello, pero en algún momento quería decirte, y aprovecho esta ocasión, que me entusiasma tu sección, que releo tus artículos y, como en las buenas obras de arte, siempre descubro algo nuevo.

Comentado por María José el 1 de Marzo de 2004 a las 06:52 PM

Gracias, María José, por tu lectura. Es en ella donde de verdad se resuelve el misterio de la literatura, pues intuyo que sin los ojos del que lee, el texto carece de sentido (una idea que, por cierto, es muy interesante, y que bien merece algún birlibirloque...) Gracias de nuevo por darles vida a mis textos.

Comentado por A. Ijalba el 2 de Marzo de 2004 a las 03:36 PM