Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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En el límite

Alguien me dice que los límites del mundo son los límites que marcan mi pertenencia a una historia y a una cultura. Paseo por las calles de mi ciudad y conformo una manera de estar, de pensar, de ver las cosas y de verme a mí reflejado en las cosas que me ven. Mientras la tarde se hace malva y rosa, la fragilidad de su azul me invita a empujar los límites más allá del horizonte. ¿Hasta dónde? Más allá del mundo conocido, más allá del mundo que oprime mis deseos de transgredirlo.

Los límites del mundo son también los límites que dibuja el lápiz sobre el papel, los dedos impacientes sobre el teclado, las manos que hunden el arado en el arrozal. Los límites del mundo nos enseñan a roturar nuestro espacio vital, y nos enseñan con ello a iniciar de nuevo el ciclo de la vida. Es en ellos donde se debate la aurora cuando te pregunta acerca del nuevo día. Es en ese límite donde el perfil de una gran idea se destaca sobre el trasiego de la vulgaridad, sobre tanta literatura banal que nos arrebata los sentidos y nos paraliza y nos retiene aquí, al otro lado del límite, al otro lado de nosotros mismos. ¿Podemos imaginarnos en ese espacio? ¿Acaso no somos también límite del otro, límite insoslayable, piel frente a piel, palabra frente a palabra? ¿Dónde situarnos?

En el curso de mi paseo, la ciudad me enseña sus pasillos, sus recodos, sus apartadas alcobas, sus grandes salones, sus rincones para la lectura, sus cocinas, sus colmados... La ciudad es una gran constructora de límites, hacedora de hogares donde acoger al vagabundo, pero también de cloacas y estercoleros. En esos límites dejan nuestros ojos de ser nuestros y ven en el otro lo que el otro ve en ellos: diálogo de miradas bajo la inmensidad malvarrosa de la tarde que nos acoge en una ciudad que ya no es mía ni de nadie. Ciudad acogedora y malvada, conviven en su seno las pulsiones que permanecieron latentes a lo largo de su historia. Las mismas calles que vieron florecer victorias sirvieron para huir de la derrota; en sus arrabales unos ojos vieron los primeros paisajes y otros lanzaron la última mirada; en sus plazas escondidas se fraguaron encuentros, despedidas y reyertas, heridas abiertas que dejaron sobre el asfalto o el adoquín una marca indeleble de sangre derramada sin sentido aparente, pero que sin duda han conformado con los años una extensa biografía vital.

Los límites del mundo son los límites de mi imaginación. Y de la tuya. Allí donde pensar que no todo está pensado permite salir al encuentro del otro, de lo otro. Saberse, en la quietud de la corriente, por un instante otro: he ahí la gran aventura de la vida.


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