Revista poética Almacén
Punto de encuentro

[Alfredo Bruñó]

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El encuentro con nosotros mismos

El otro día, comiendo en un restaurante, se quejaba Segarra de que la alta cultura ya no existe. Evidentemente ya nadie puede hacer nada culto de verdad, porque nadie lo entenderá: la gente no conoce los códigos del teatro, de la pintura, de la música seria, de la poesía. La gente piensa que los documentales por televisión son cultura. Los políticos inauguran grandes edificios dedicados a la cultura vacíos de contenido. Lo que más se vende en las librerías son las novelas, los libros de autoayuda y los libros de descanso, esos que sólo tienen fotos o ilustraciones. El vino y la comida, gracias a una mala lectura de los etnólogos del medio siglo, son considerados alta cultura. Un barniz de artisticidad convierte a ciudades como Barcelona en capitales culturales llenas de pasajeros que van para hacer turismo cultural.

En un principio los términos turismo y cultura no eran contradictorios. Los jóvenes del norte de Europa partían en un Grand Tour por Francia e Italia al finalizar sus estudios y para afinarlos. Hoy el Grand Tour ya no es necesario, pero el turismo sí. hay que irse de juerga al Mediterráneo. Incluso la música de discoteca es considerada cultura y hay ciudades que subvencionan festivales de eso con gran éxito de público. El Turner Prize que se otorga cada año en Inglaterra a la obra más vanguardista, se entrega más bien en función del escándalo que esa obra pueda provocar, contando con los minutos de publicidad que darán la prensa y la televisión al tal escándalo.

En Valencia el Conseller de Educación y Cultura González Pons dice con motivo de una exposición sumamente violenta que la violencia no puede ser nunca poética porque entonces se convierte en apología de la violencia. Ya explicará en otra ocasión, el Sr. Conseller, lo que hemos de hacer con Homero, con Dante, con Shakespeare, con Cervantes. Ya no habrá más ópera, ya que la mayor parte del repertorio tiende a poetizar la violencia. Las obras de El Bosco y de Goya deberán ser descolgadas y devueltas a los almacenes del Prado. Los frescos de Miguelángel en la Capilla Sixtina serán cubiertos con un lienzo en blanco en espera de otros tiempos menos ignorantes.

En otro tiempo la alta cultura no sólo era una fuente de sentido (hoy nos quejamos de que nada tiene sentido) sino de placer. Era cuando era válido llegar al placer a través del esfuerzo. Hoy eso está prohibido. La cultura también, porque daba sentido y ofrecía placer, fue fuente de prestigio social. Los adinerados, aristócratas o alta burguesía, pagaban por ese prestigio; muchos pagaban por el placer, algunos por el sentido. Hoy la aristocracia ha desaparecido; se la han comido los impuestos y el conservadurismo. La alta burguesía sigue un camino similar. Los nuevos ricos saben que la cultura ya no hace falta para alcanzar un prestigio. Si lo buscan entre sus amigotes, con pagar por las putas y las copas es suficiente. Si lo buscan en círculos más amplios, con abonarse al fútbol vale. Unos pocos se abonan a los toros. El circo del famoso lema romano.

El último bastión de la alta cultura, la universidad, encuentra más eficaz la prevaricación que el análisis. Se promociona la incompetencia. Para un catedrático es mejor encontrar un sucesor entre los lameculos que entre aquellos que demuestran una leve independencia intelectual. La universidad española no obliga a leer. Para eso tendría que invertir en bibliotecas, algo que no hay forma de justificar ante políticos iletrados.

En el siglo XIX la gran novedad era el Mercado. El Mercado sería el nuevo mecenas. Muchos avisaron que la cultura de Occidente es demasiado compleja como para liberalizarla y dejarla en manos de las masas, tenían razón. Y sí, lo que digo apesta a elitismo. Pero deja de serlo si añado que mientras que la cultura debe seguir siendo cosa de elites, el acceso a esas elites es lo que debe abrirse. No es una contradicción: si se mantiene la dificultad pero se abren sistemas para entenderla, de manera que cualquiera con algo de esfuerzo pueda hacerlo, no se pierde la cultura y ésta no se cierra a la gente. Los defensores del Mercado, entre los que me encuentro casi siempre, tienden a confundir democracia con populismo. Otra muestra de su analfabetismo. Es más fácil convertir la biblioteca en un mercado municipal que enseñar a la gente a leer. También es más barato.

De esta forma los defensores del Mercado, que solemos ser también defensores de la cultura de Occidente, pronto nos quedaremos sin nada que defender, en cuanto a cultura. Nosotros mismos hemos ideado el mecanismo para desarticularla. Muchos se alegrarán de esta pérdida de fe en Occidente, en nosotros mismos. Son los mimos que forman parte de las turbas antiglobalización que tanto nos molestan. Al demoler nuestra cultura, esos jóvenes se han quedado sin acceso a ella. Sólo les queda salir a la calle a tirar piedras.

Segarra y Colom me preguntaban por qué vivo solo, por qué me mantengo apartado de la otra gente, y muchas veces de ellos mismos. He dado una respuesta parcial. Prefiero mis placeres cultos al bullicio. El futbolismo me es ajeno.


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