Revista poética Almacén
Consultorio sexistencial

[Jovanka Vaccari]

Una visión moderna y divertida sobre el sexo, la sexualidad, los roles sexuales y su función existencial.
Estos artículos fueron publicados en el dominical de La tribuna de Canarias.

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Qué... ¿Qué tal he estado?
Relata una bióloga que, en uno de los hábitats naturales del zoo de San Diego, dos monos se aparearon a la vista de todos. El macho la embistió varias veces, hizo girar el cuerpo de la hembra, luego rodó sobre sí mismo y —¿les suena?— se echó a dormir. La hembra, por su parte, inquieta y agitada, siguió haciendo girar su cuerpo durante un tiempo. Un grupo de gente les observaba hipnotizado, hasta que una señora, indignada, tiró de su hijo y se fue, no sabe la bióloga si movida por pudor o por asco. Yo prefiero pensar que por solidaridad con la insatisfecha mona.

Las mujeres nativas de Mangaya, una isla meridional de las islas Cook, en la Polinesia Central, gozan de la envidiable fama de ser las más avanzadas orgásmicamente de todas las sociedades humanas estudiadas. Estas mujeres alcanzan no menos de 2 o 3 orgasmos ¡por coito!, caray.

¿Son las mangayas superwomen? No.

¿Están anatómicamente mejor dotadas para el orgasmo que las demás? Tampoco. Los estudios científicos modernos confirman que la capacidad para alcanzar el clímax sexual es un potencial genético que, de ser desarrollado, puede llevar a cualquier mujer a placeres más complejos y más intensos que los de los hombres. Aunque a veces entran ganas de prometerle a Vesta que la única relación estable que mantendremos será con nuestro dedo, la posibilidad de alcanzar orgasmos heterosexuales con una pareja es un poderosísimo aliciente, para qué negarlo.

Pero la parábola zoológica ilustra una frustración demasiado habitual, no sólo entre las hembras antropoides, sino entre las mujeres, y dado que es fácilmente demostrable la dotación femenina —física y psíquica— para el orgasmo, no es infundado pensar que la culpable del concepto “anorgasmia” sea la falta de interés y de destreza masculina para proporcionarlos. ¿Qué podemos aprender de los mangayos? Verán. Al llegar a la pubertad, sobre los 12 o 13 años, los varones mangayos deben pasar por una serie de ritos de iniciación que les

permite inaugurar su vida adulta. Parte de esa iniciación consiste ¡oh, envidia! en aprender métodos para estimular a las mujeres, de modo que éstas alcancen máximo placer sexual. Tanto es así que, de las mujeres mangayas, se espera que consigan al menos un orgasmo en cada relación sexual. En caso contrario —no me digan que no son buenas ideas— el varón que no ha logrado complacerla pierde su estatus social.

Así, durante un par de semanas, los jóvenes son adiestrados en el arte de dar satisfacción sexual a las mujeres por una mujer adulta experimentada que maneja más información de la anatomía femenina que una cuadrilla de nóbeles europeos en medicina.

¿Por qué?

Pues porque los mangayos —las diosas me los bendigan— no consideran el placer sexual femenino como una gratificación, sino como una necesidad. Esta “primitiva” expectativa cultural sobre la función del orgasmo femenino ha obtenido elevados índices de orgasmos y de señoras satisfechas, lo que confirma que el gozo de la mujer está en función no sólo de la biología, sino del aprendizaje erótico y las expectativas culturales de la sociedad.

Pena, penita, pena: a diferencia de la mangaya, tan poco puritana, nuestra sociedad tiene que sufragar a toda una red de expertólogos —psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, sexólogos, sociólogos y hasta sexósofos— ocupándose de “patologías femeninas individuales” cuando, en realidad, deberían de ser entendidas como patologías sociales, pues es la sociedad la que no concede un valor claro al orgasmo femenino. ¿Soluciones?

No sé ustedes, pero yo, cuando me encuentro con un mono Sapiens que me pregunta “Qué, cariño, ¿qué tal he estado?”, despliego mi mapa del Pacífico, señalo el recuadro en rojo que previamente he preparado y comienzo: “Mira, hay unas islas en la Polinesia Central...”


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