Revista poética Almacén

Esclavos de la luz y la oscuridad

Mauricio Otero

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Borges diría de esta idea que es cósmica e infinitamente implacable, que los dioses cautelan la espada final, donde los mortales somos impotentes y sólo nos queda soñar como un rabino con nuestro Golem, ser creado por un mortal con destino eterno. La piedra filosofal, la alquimia de los caballeros.
Se ha tejido tanta luz y sombra en el telar de almas, que soñar con la libertad final del hombre pareciera casi no imposible. El hombre como repitió Hölderlin ha sido un pequeño Dios, como escuchara Huidobro celestemente. Hoy no es locura ya pensar en la eternidad física del ser humano. Los avances en cibernética y robótica, como en medicina y biología, hacen ‘conducible’ a un paraíso terrenal en cuerpo y mente. Un disco duro de nuestra mente extraído, mediante procedimientos más o menos columbrantes, de nuestro cerebro, trasplantado a otro cuerpo, humano, humanoide o robot, harían el verdadero fin de la historia: sería lo que en mi novela ‘La fisiología del Pensamiento’ planteo: el detenido paraíso terrenal, anunciado por Jesucristo en el cielo.
¿Qué ocurriría entonces? ¿Seremos las mismas entidades privilegiadas deificadas, con la gloria o condena de la eternidad? ¿Qué acontecería en esa sociedad de iguales o, más o menos, similares seres? ¿Sería, después de todo, un estado deseable y feliz el hecho de no morir jamás? Simone de Beauvoir alude al tema con genialidad, en su novela ‘Todos los hombres son mortales’, donde el personaje, condenado a vivir siempre joven lo único que anhela es morir, al fin. Es también el tema, desde otra arista, de ‘El hombre bicentenario’, de Asimov y de Mary Shelley con su ‘Frankenstein’ y además de Ph. K. Dick, en ‘Sueñan los androides con ovejas eléctricas’, (conocido como el filme ‘Bladerunner’), y abordado con maestría en los albores del siglo pasado por Huxley en ‘El mundo feliz’. Libros todos éstos capitales para cualquier ser preocupado por el futuro de la humanidad. A imagen y semejanza de Dios, dice el verbo. ¿Era ciencia, entonces, y no religión?
Y lanzo otra apostilla, ¿será posible a los nuevos seres Crear un nuevo mundo, con otras leyes físicas y naturales, al Superhombre, no descubrir, sino CREARLO? Un nuevo planeta o tal vez, en su delirio de poder, hasta otro Universo?
Einstein sonríe trémulo tras el espejo atómico…


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