Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Háblame

Normalmente, robustas lectoras mías, uno dice “...pero háblame de ti” cuando lleva dos hora calentándole la oreja a alguien y empieza a notar que a ese alguien se le va la vista cada vez que pasa un coche, como si quisiese largarse, cruzar la frontera y desaparecer, para no volver a saber de uno. Cuando esa persona lleva treinta segundos hablando, uno dice “...ah, sí, qué interesante, eso me recuerda de...” y uno continúa su monólogo.

Lo que uno ha hecho es tenderle una trampa a la otra persona para darle la esperanza de que algún día podrá hablar de sí misma durante horas, tal y como lo hace uno. Una esperanza que acabará en decepción, claro, pero por lo pronto uno ha recuperado a su público, o en realidad, a su espejo.

Porque la mayoría, libres amigas, y por mayoría me refiero a todo el mundo, lo único que le interesa es hablar de sí misma. Lo que los demás tengan que contar no interesa, sólo cuenta lo que uno quiere decir, ¿verdad que sí? ¿Me amáis todavía, queridas? Pues entonces seguid leyendo.

Este marcadísimo rasgo de la personalidad humanoide, llamado narcisismo y/o estupidez, es lo que lleva a tantas y tantas personas a salir en la tele para contar su problema. Las productoras de televisión conocen esta ultradebilidad y la explotan a tope. La idea es sacar sangre de donde sea. Y como cualquiera que siga las andanzas de los Sres. Rumsfeld y Bin Laden sabe, la sangre es dinero.

A un humilde aunque humana y socialmente superior servidor le encantan los temas que ponen para atraer a las víctimas de su propia debilidad. Recordad, amadas mías, que las más mínimas ganas de salir en la tele ya son signo inequívoco de malaltía. Los cebos son cosas como:

Mi novia me dejó por otro con seis gallinas, una vaca y un cerdo.
Mi pareja come churros a todas horas.
Peso trescientas arrobas y la gente me mira raro.
Mi madre me ha quitado la novia y ahora ni siquiera me dejan mirar.
Rafael me ha tocado.
Las obras del metro han destrozado mi vida.
Hice una cura de chocolate para perder peso y me han salido granos por todas partes.
Soy adicto a un partyline de vendedores de pipas.
Padezco de lumbago y mi vida sexual ha mejorado de manera notable.
Mi marido y yo robamos una tanagra en nuestras últimas vacaciones y hemos pasado diez años en una cárcel griega.
Me gustan las novelas de Muñoz Molina.
Mi pareja me ha puesto los cuernos conmigo mismo (¡y no me cree que era yo!).
El butanero me la pega con la vecina de al lado.
Soy un adolescente descerebrado, con granos en la cara, que saca malas notas, tiene los modales de una bellota mordisqueada, con una moto que hace mogollón de ruido, que se pasa de juerga hasta las tantas de la mañana y vuelve a casa con un cagallón de cuidado, constantemente, y mis padres no me entienden.
Carezco de iniciativa y criterio y me enfado porque otros ascienden y yo me quedo donde siempre.
Yo escapé de una cárcel seis meses antes de que la construyesen.
Mi perro no me quiere.
Soy gay, quiero salir del armario pero no tengo qué ponerme.
Soy heterosexual y el marica del tercero me ha robado el traje nuevo (la verdad es que está guapísimo, no sé si decirle algo)
Soy adicta al sexo y virgen.

Pilláis la idea, ¿no? Bien, pues el otro día en “Háblame de ti” (12:30 hrs), un programa de estos en Antena3, salió un tipo cuyo mejor amigo le había jodido la vida para siempre acostándose con su mujer. Estaba yo admirándome de esto en un bar de Benidorm, la capital espiritual de Espein, cuando la cocinera salta y dice: “¡Será imbécil el tío, y encima va y lo cuenta por televisión, mira que hay que ser cornudo para salir en la tele y contarlo!” Un apunte del natural, riquísimas dueñas de mi corazón. Luego el cornudo va y le jode la vida al amigo obligándolo a contarle a su mujer (la del amigo) lo que ha hecho. Y encima dice que no lo ha hecho por venganza. “¡Cornudo y rencoroso!” gritó la cocinera. I love my country, queridas amigas.

Un par de cañas antes, en un segmento titulado “Mi hija la ha cagado al abandonar a su marido”, una señora decía precisamente eso. No sé muy bien qué pasó porque estaba pidiendo unos excelentes boquerones fritos, pero un tal Agustín Bravo, presentador del original programa, dijo “Esto es televisión y aquí no se viene por capricho.” Supongo que la señora se rehusaría a seguir largando, o yo qué conho sé.

La cosa es que Agustín tiene razón, queridas amigas personas lectoras, a la tele no se va por capricho, se va por pendejo.

Bien, amígdalas mías, esa es la lección de hoy. Espero que hayáis aprendido algo. Si no, ya os pillaré en la caja lista un día de estos, y me lo pasaré bomba observando cómo os chupan la sangre y la convierten en euros, que para eso está.

Chao

pd: Borja, el mejor perro salchicha del mundo, me lame la cara y me dice que os mande saludos.


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