Revista poética Almacén
Punto de encuentro

[Alfredo Bruñó]

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El encuentro gracias a la tormenta

Hace unas noches entró en Valencia un temporal como hacía tiempo que no se veía. Todas las personas con las que he hablado desde entonces cuentas que se levantaron a las cinco y media de la mañana a cerrar ventanas. La camarera del bar donde a veces almuerzo dice que no se veía el edificio de enfrente, el granizo era tan denso. La señora del quiosco me contó que su piso tiene ventanas por el este y el oeste, y la tormenta se le metió en casa. Los vientos venían de levante.

En mi calle, los comerciantes tuvieron que achicar agua de sus locales. Decenas de ramas de bastante buen tamaño estaban por toda la calle, también alfombrada de hojas. Hubo árboles que no aguantaron y se partieron por la mitad, coches con las lunas rotas.

MI amigo David me contó que esa noche estaba en la playa entre la una y las dos. En el horizonte se veía una gran actividad eléctrica. Las nubes bajas venían del este a velocidad, como si ellas también huyesen de la tormenta. David vive cerca de la playa. Igual que otros nos levantamos a cerrar ventanas a las cinco, el se levantó para poner su moto a salvo del granizo, bajo la marquesina de una panadería. Dice que la niebla que cubría la calle era más bien como si el mar hubiese entrado en tierra, olía y sabía a salitre.

El tiempo nos afecta a todos, no por igual, pero a todos. Tendemos a hablar del tiempo cuando no tenemos nada más que decir, o la timidez nos invade, o hay que reducir la tensión con la otra persona. Está mal visto, o por lo menos no tiene buena prensa esto de hablar del tiempo. Se interpreta como una especie de impotencia. Y se utiliza como ejemplo para demostrar la vaciedad del ser urbano de la sociedad occidental burguesa. ¿Qué esperan estos críticos, que todos seamos grandes amigos a la primera?

Yo no creo que sea tan malo hablar del tiempo. Es una forma de establecer contacto. Sirve para probar al otro sin demasiado riesgo, para iniciar conversaciones con extraños en un bar por ejemplo, igual que el fútbol o cualquier otro tema inocuo. Los críticos del tiempo como tema de conversación se olvidan de este factor.

En el taxi es el tema perfecto. Es importante establecer una buena relación con el taxista y hacerlo en los primeros dos o tres minutos de la carrera. Los taxistas lo agradecen, la amabilidad y la conversación inocua tienen la función de reducir barreras entre los individuos anónimos de la ciudad. También, si uno ha establecido una conversación con el taxista es más fácil sugerirle una vía más rápida y que la tome sin rechistar. Los taxistas miran por su beneficio igual que lo hacemos todos.

Demostrar que uno es amable y amigable nunca está de más en la ciudad. Facilita las transacciones, reduce distancias. Hablar del tiempo es un puente que uno tiende hacia el otro, todo lo contrario de una señal de impotencia. y cuando el tiempo se convierte en tormenta, como la de la otra noche, pues la conversación puede ser incluso interesante, o por lo menos divertida. A la próxima, el puente tendido, ya se puede hablar de otra cosa. Así, aunque no nos hagamos amigos, por lo menos nos hacemos vecinos. Y es con ese espíritu de vecindad que la urbe es algo más que una acumulación de individuos. Es una ciudad.


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