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Papeles caidos del World Trade Center
Tony Cenicola/The New York Times


El pasado del World Trade Center en unos tristes restos de papel
·The New York Times, 14/09/01
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Una página arrugada con instrucciones de limpieza con un recordatorio de quitar bien el polvo y las manchas. Un cheque en blanco de una firma financiera del piso 101. Un currículum, trozos de un mensaje enviado por fax, una factura de teléfono móvil, una nota sobre un colegio, una carta del banco, una lista de gastos. Una petición de ascenso fechada en 1979.

Los trozos de papel de todos los tamaños, de índole personal y oficial, cubren como una manta el Bajo Manhattan con la poesía mundana de la vida de oficina. Se deslizaron al cielo el martes y cayeron a la tierra a kilómetros de distancia, en Brooklyn. Hojas y papeles que documentan los 28 años de vida y la abrupta muerte del World Trade Center.

Un torrente de papeles entró a través de las ventanas de un apartamento, situado en un segundo piso de Liberty Street, frente a la torre sur. Montones de papel se atascaban en las barras de la ventana. Algunos llegaban volando al puerto de Nueva York. Algunos flotaban junto a las ventanas de una escuela de primaria, mientras los niños asombrados preguntaban qué pasaba.

En el cementerio Saint Paul, del Bajo Manhattan, una capa de cinco centímetros de papel cubría las lápidas. Había una capa de dos centímetros en el centro comercial de Fulton Street, y más hacía el norte, hojas perdidas y papeles salpicaban el césped en el Parque del Ayuntamiento.

Unos de los folios termina con una entusiasta referencia a la concesionaria del mismo aeropuerto donde algunos de los terroristas embarcaron el martes. "Massport", dice el informe, "continuará impulsando un fuerte programa de mejoras en seguridad, servicio y eficiencia en el Aeropuerto Logan".

Arrugados, desgarrados y ocasionalmente intactos, los papeles ofrecen pistas sobre las vidas de los desgraciados y los afortunados.

Enterrado ente los escombros a 100 yardas de donde se erguía la torre sur estaba el currículum que hace un año envió Erica Gold, recién licenciada de la Universidad de Pennsylvania, quien pidió trabajo como analista en Morgan Stanley, firma con oficinas en la torre sur del World Trade Center. Ella declaraba haber sido la presidenta de un grupo universitario financiero, que sabía jugar al tenis y que había pertenecido al equipo Ultimate de lanzamiento de Frisbee.

No le dieron el trabajo.

Consultada ayer en su apartamento del barrio Este, decía: "Sólo pensar que algo que se relaciona personalmente conmigo estaba allí, me hizo sentir escalofríos. Cualquiera podría haber estado en ese edificio. Yo podría haber estado allí."

A seis manzanas al norte reposaba la petición de crédito sindical de Charles S. Semah. Jefe de programación de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, el señor Semah sobrevivió a la bomba de 1993 en el World Trade Center. Trabajaba en la planta 88 de la torre norte.

Estaba leyendo su correo electrónico cuando el primer avión hizo impacto unos diez pisos por encima del suyo. Consultado ayer, declaraba que no estaba seguro de cómo había podido salir, o por qué había sobrevivido.

"Todo el edificio se agitó y yo sentí una subida de adrenalina", dijo el señor Semah. "Tuve suerte de que mi ventana no se rompiera; el aire me hubiera absorbido"

Recordó que mientras ayudaba a un hombre de 90 años a bajar la escalera, se cruzó con entre 30 y 50 bomberos que subían hacia los pisos altos. "Era como una escalera al cielo", dijo. "No creo que ninguno de ellos se salvara".

La petición de crédito sindical la tenía guardada dentro del cajón de un escritorio.

Unos metros más allá estaba la factura del teléfono móvil de una mujer. Ayer, nadie contestaba en su número. Una grabación respondía que el buzón de voz estaba lleno.

También a poca distancia había un trozo de un papel de notas, decorado con dibujos de hierbas y flores. El mensaje, escrito a mano, era alegre. "Me alegra que me haya tocado escribir la lista de padres/direcciones/teléfonos para la clase de este año", decía. "También estaría bien hacer otra comida para recaudar fondos entre los padres". Aún no se sabe si quien lo escribió sobrevivió, o siquiera si estaba en el lugar.

Los papeles empezaron a aterrizar en los Jardines Carroll, de Brooklyn, después de que impactara el segundo avión, el martes por la mañana. Como una nevada dulce y pacífica, flotaban frente a las ventanas de la vieja escuela pública de la calle Henry, del mismo modo que las piezas metálicas centelleaban en el aire al reflejar los rayos del sol. Algunos entraron a través de las ventanas abiertas de las aulas, donde, según afirmó un responsable, profesores y alumnos los examinaban "maravillados". No los tiraron, y horas después decidieron que debían entregarlos a la policía.

Judith Angel se despertó la mañana del miércoles y advirtió que había un trozo de papel en su jardín de Brooklyn Heights. Eran los restos desgarrados de una carta, y junto a ella había una lista de productos para la importación: calzoncillos de niño 100% algodón, bragas de bikini, calzoncillos de punto, calzoncillos tejidos tipo boxeador. Judith vio que la carta era de Robert B. Swierupski, funcionario de aduanas de los Estados Unidos, y se estremeció. Se preguntó si él habría sobrevivido al ataque. "Esto lo hizo todo más personal", dice ella. "Había alguien que realmente estaba trabajando en el edificio que podía o estar vivo, o no".

De hecho, el señor Swierupski resultó ileso.

Justo al sur del World Trade Center, un cheque de Cantor Ftzgerald L.P. voló a través de la ventana rota de un apartamento en el segundo piso de un edificio de Liberty Street. El cheque, número 37546, estaba en blanco, y parecía haber sido separado con cuidado del libro de cheques. La compañía, una correduría de bonos del Estado, tenía su oficina principal en cuatro prisos muy cercanos a la cima de la torre norte.

A seis manzanas de las ruinas, un uniforme de vendedor de Cantor Fitzgerald descansaba entre los papeles desperdigados, cerca de la autopista del West Side.

Anoche, más de 600 empleados de la compañía seguían desaparecidos

Por JANE FRITSCH y DAVID ROHDE
14 de septiembre de 2001

Traducción: Paco Miguel



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