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Cine a topicazos por Manuel Haj-Saleh

Manuel Haj-Saleh decidió un día poner sobre el papel esas eternas discusiones en las que se meten cinéfilos y cinéfalos cuando acaban de ver y disfrutar una mala película, plagarlas de lugares comunes e inundarlas de erudición vana para darles fuste. El resultado se llama Cine a Topicazos y podrán encontrarlo aquí exactamente cada diecisiete días.

El remake

Si ustedes van al cine últimamente es muy probable que, metiéndose en alguna película al azar, experimenten una extraña sensación resumible en cuatro palabras: “esta la he visto”. La película es, sin embargo, un estreno. Posiblemente han leído críticas o reseñas, saben que ha sido un “jito” en los Estados Unidos, han sido bombardeados con su publicidad en los monotemáticos en que se convierten los medios de comunicación que la han coproducido, pero nada justifica ese peculiar dejà vu. Pues hagan uso de la navaja de Occam y acudan a la solución más sencilla: es posible que, en efecto, ya hayan visto esa película. En los últimos años, un gran porcentaje de los films estrenados son remakes.

¿Qué es realmente un remake? A grandes rasgos se trata de una nueva versión de una película estrenada años atrás que, normalmente, gozó de gran éxito en su momento (aunque no siempre es así, como veremos). Las condiciones para que se pueda denominar de este modo son simples: debe mantener la trama principal de la película original, debe darse crédito al guionista de aquélla, y debe reproducir fielmente el tono tratado en dicho film (es decir, una parodia no se consideraría remake). Es por eso que no siempre podemos tomar como remake una nueva adaptación al cine de alguna novela, obra de teatro o cualquier otra publicación, pues aunque el material de partida es el mismo pueden dársele enfoques completamente diferentes. Esto será tratado en un posterior capítulo de la serie.

El remake no es una fórmula nueva, sino casi tan antigua como el propio invento del cine. Los primeros remakes con gran efecto en el público se produjeron tras la transición del cine mudo al sonoro. Grandes directores que habían rodado números uno de taquilla decidieron ponerle voz (y, en ocasiones, color) a sus viejas historias. Así, Cecil B. DeMille corrigió y aumentó sus “Diez Mandamientos” (The Ten Commandments, 1923 y 1956), a la postre su canto de cisne artístico. Otros, como Alfred Hitchcock hicieron revisiones de algunos de sus films al cambiar su forma de trabajar, tal y como hizo Alfred Hitchcock con “El Hombre que Sabía Demasiado” (“The Man Who Knew Too Much”, 1934/GB y 1956/USA). Aunque lo más habitual era, y es, tomar un guión ya llevado a la pantalla y rehacerlo con otros actores, otro director y algunas variaciones sobre el argumento original. Un caso especial de este tipo de remakes se dio en las décadas de los cincuenta y sesenta, cuando se trató de devolver ciertos clásicos a la pantalla con films en rutilante technicolor y los actores de moda, con el fin de atraer a nuevas masas de público en una época en la que el video no existía y las reposiciones eran la única forma de ver a las estrellas de la época dorada. Tal ejemplo encontramos no solo en la mencionada obra de DeMille, sino también en otra épica cargada de premios, “Ben-Hur” (William Wyler, 1959), que reproducía de forma espectacular el film homónimo de Fred Niblo (1925), igualmente aparatoso. Uno de los casos más claros, por canónico, es el remake de “El Prisionero de Zenda” (The Prisoner of Zenda), rodada primero en 1937 bajo la dirección de John Cromwell y con Ronald Colman y Douglas Fairbanks Jr. como antagonistas, y prácticamente calcada a colores en la versión de Richard Thorpe de 1952, que enfrentaba a Stewart Granger y James Mason y en la que se adaptó incluso la partitura escrita por Alfred Newman veinticinco años antes. Incidentalmente, la versión de Cromwell no era la primera que se hacía de la novela de Anthony Hope, sino que previamente Hollywood había parido otras tres, todas ellas mudas. Algo parecido intentó hacer Martin Scorsese en 1991, al adaptar de forma casi literal la obra maestra de Jack Lee Thompson, “El Cabo del Terror” (Cape Fear, 1962) en un film de idéntico título (aunque en España se tituló “El Cabo del Miedo”) que incluía a varios actores del original en roles completamente diferentes, además de adaptar-adoptar la banda sonora compuesta por Bernard Herrmann, previamente arreglada por Elmer Bernstein para hacerla más rimbombante. Aparte de eso, el aporte que la versión de Scorsese hizo a su predecesora fue nulo, si obviamos el hecho de que la carga sexual de las protagonistas femeninas fue mucho más evidente en la moderna.

Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿para qué sirve un remake? Los críticos más puristas suelen decir que hacer una nueva versión de una película ya rodada es querer reescribir el Quijote o repintar a la Mona Lisa. Esto puede ser cierto a veces, pero no ha de considerarse una norma general, pues la ventaja que tiene el remake es que permite experimentar con algo que ya se ha hecho e intentar darle la vuelta en algún aspecto. Así, tenemos remakes que se limitan a variar algunas características de sus personajes o de la trama, como “Tienes un E-mail” (You’ve Got M@il, 1998), revisión de “El Bazar de Las Sorpresas” (The Shop Around The Corner, 1940), el clásico de Lubitsch, que aquí actualiza Nora Ephron a las nuevas tecnologías sustituyendo la caligrafía por el correo electrónico y la tienda de regalos por una gran cadena de librerías que amenaza a un pequeño comercio de barrio. Otros deciden cambiar de sitio la trama principal, convirtiéndola en secundaria pero sin perder la esencia; tal es el caso de “Algo Para Recordar” (Sleepless in Seattle, 1993), cuyo centro neurálgico es la película “Tú y Yo” (An Affair To Remember, 1957) de Leo McCarey, quien además la hizo como remake de “Love Affair” (1939), dirigida por él mismo. Uno de los textos más repetidos en la Historia del Cine, si exceptuamos a los de Shakespeare, es la obra teatral “The Front Page”, de Ben Hecht y Charles MacArthur. Dicha historia, seguramente una de las más perfectas que jamás se han escrito, nos cuenta las peripecias de un magnífico periodista, Hildy Johnson, que quiere abandonar la profesión para casarse, lo que provoca la desesperación de su jefe, el intrigante y sinvergüenza Walter Burns, justamente en las horas previas a la condena a muerte de un hombre inocente. Burns empleará toda clase de tretas para que Hildy acabe ocupándose de la noticia cuando, tras un inexplicable tiroteo, el preso ha conseguido escapar. Cuando el reo caiga por casualidad en las manos de Hildy y Burns, toda clase de cómicas situaciones se suceden, acompañadas de una fuerte carga de crítica social. Seguro que les suena, pues esta historia ha sido llevada múltiples veces al cine, bajo títulos como “La Primera Plana” (The Front Page, 1934, Lewis Milestone), “Luna Nueva” (His Girl Friday, 1940, Howard Hawks), en la que incluso se añade una motivación más al comportamiento de Burns haciendo que Hildy sea una mujer; “Primera Plana” (The Front Page, 1973, Billy Wilder), en mi opinión la de mejor reparto encabezado por Lemmon, Matthau y Susan Sarandon; y, finalmente, “Interferencias” (Switching Channels, 1988, Ted Kotcheff), en la que se trocaba al Chicago Examiner por un canal de televisión y se volvía a poner a una mujer como protagonista. Más recientemente ha habido un tipo de remake con mucha aceptación en los Estados Unidos: “cazar” películas o guiones europeos de éxito y rodarlos bajo toda la parafernalia hollywoodiense, estrellazas incluidas. Algunos ejemplos: “Una Jaula de Grillos” (The Birdcage, 1996, Mike Nichols), adaptada del film francés “Vicios Pequeños” (La Cage aux Folles, 1978, Eduard Molinaro); “Mentiras Arriesgadas” (True Lies, 1994, James Cameron), revisión de otro film francés, “La Totale!” (Claude Zidi, 1991); “Esencia de Mujer” (Scent of a Woman, 1992, Martin Brest), que versionaba a la italiana “Profumo di Donna” (Dino Risi, 1974). Tras Europa los más imitados habrán sido seguramente los japoneses y, de éstos, el remake más famoso quizá sea “Los Siete Magníficos” (The Magnificent Seven, 1960, John Sturges), que transformaba a “Los Siete Samurais” de Akira Kurosawa (Shichinin no samurai, 1954) en aguerridos cowboys, con un argumento prácticamente idéntico.

Entonces, ¿dónde está la necesidad del remake? Supongo que esperarán una respuesta algo menos prosaica que la del negocio, pero realmente no hay otra forma de entenderlo. Como decíamos unos pocos párrafos más arriba, a partir de la década de los treinta se rehacían antiguos guiones para hacerlos llegar a una nueva generación de espectadores. A medida que el cine avanza, el nuevo público demanda cosas diferentes, más atrevidas, más espectaculares o, sencillamente, más ruidosas. En la era del 3-D, si se quiere que un chaval preste atención a viejos filmes en blanco y negro, es necesario educarle en ello. Como eso no es rentable ni garantiza el éxito, los ejecutivos de los estudios deciden tomar historias que en su día se demostraron efectivas y “aggiornarlas”, equipos de guionistas mediante, para atraer a los comedores de palomitas. Los resultados son en general bastante mediocres, pues se suelen aligerar las (buenas) historias para descargar la responsabilidad del film sobre las estrellas principales, a veces incluso dándoles a éstas un peso específico que en la película primigenia no tenían, lo que casi siempre acaba desvirtuando el argumento que sirvió de base. En raras ocasiones se supera al original (hablamos de una de éstas en la reseña de Un par de seductores). En otras, ni siquiera copiarla plano a plano consigue resultar en una calidad similar, como se pudo comprobar (dolorosamente) en el refrito que hizo Gus Van Sant en 1998 del “Psicosis” de Alfred Hitchcock (Psycho, 1960). Sin embargo, aún siendo este último un film hecho puramente para dar dinero, en realidad desvela el único sentido artístico que posiblemente tenga un remake, esto es, el experimentar sobre lo ya creado. Y que nadie se escandalice, pues tales métodos no son exclusivos del cine ni, desde luego, inventados con éste, sino que pueden verse y escucharse en cualquier expresión de las otras artes, incluso siendo los propios artistas quienes experimentan variaciones de sus propias obras, a veces reiterativas hasta el hastío, incluso disfrazadas con el más culto nombre de estudios.

Un remake, pues, puede ser una película como otra cualquiera, excepto que uno de sus propósitos siempre está claro y no se oculta: dinero. A partir de ahí, búsquenle las vueltas que quieran: los habrá buenos, regulares, malos, pésimos y “Lolita” de Adrian Lyne (1996), pero no dejan de ser películas de igual calibre. Quizá el principal defecto de éstas es que están copando el favor de las productoras, dejando cada vez menos sitio a las historias originales. Quién sabe, igual hasta se vuelve cíclica la cosa, eliminando en cada ciclo los guiones de menos éxito y acabaremos con sólo tres o cuatro historias filmadas y refilmadas cada quince o veinte años, hasta que el cine implote. A fin de cuentas, si uno lo mira bien, el “Guernica” puede ser un remake de las pinturas de Altamira.

Manuel Haj-Saleh | 04 de octubre de 2007

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2007-10-04 19:27

    Una de las dificultades que ha de superar un remake es que llega el segundo y, ya se sabe, normalmente lo primero que nos ha llegado es lo que nos ha conquistado; las comparaciones son odiosas.
    Coincido contigo en que Primera plana de Billy Wilder es de las mejores de las de la misma historia, aunque Luna nueva de Howard Hawks le sigue de cerca, para mí.
    Cuando salió Charlie y la fábrica de chocolate fuimos toda la familia a verla (ya habíamos leído el libro) y, bueno, les gustó, pero yo recordaba cómo me había impresionado de pequeña la versión antigua de 1971, Willy Wonka y la fábrica de chocolate, y la de Tim Burton no me gustó nada, a pesar de que me gusta ese director y de que me gusta Johnny Depp.
    Pero supongo que Tim Burton tenía ganas de crear ese mundo él también. Vaya, creo que el remake es una necesidad para el que lo hace, más que para los que lo recibimos.
    Un beso.

  2. Miguel A. Román
    2007-10-05 02:16

    Bonita columna, y muy arriesgada: todos escondemos un crítico de cine bajo nuestra lencería íntima.

    Reconozcamos al menos que los directores y actores que participan en un remake afrontan sin red el riesgo de ser comparados con la labor de sus predecesores.

    Hombre, el “Guernika” no lo sé, pero Picasso hizo remakes de “Las Meninas” entre otros.

    Por cierto que me leía yo hace unas horas la sinopsis de “Disturbia” por si me podía apetecer y me dije, “anda, si es ‘La ventana indiscreta’”. Total que fuimos a Hairspray, un remake de la homónima de John Waters, 1988.

    Si es que lo que no es tradición es remake.

  3. Alberto
    2007-10-05 12:46

    Lo que hay es una alarmante carencia de ideas últimamente, la verdad, al menos en el cine hecho en Hollywood. Ya no se trata de hacer remakes continuados sino de las adaptaciones de series de televisión de los 70, 80 y 90, de muñecos, de cómics, de dibujos animados antiguos… y por supuesto de películas. A veces el remake puede ser una gran idea, pasa a veces que la película original es una película pequeña y tal vez mediocre pero que encierra una gran idea que en manos de un buen equipo puede ser una peli estupenda. Pero la mayor parte de las veces el pensamiento es “Ey, esto triunfó... ¡hagámoslo de nuevo!”.

    Y ahora la “tocapelotadas”: yo diría que la “Lolita” de Lyne no es remake de nada, es simplemente otra adaptación al cine de la novela de Nabokov… de hecho creo que no se parece en nada a la peli de Kubrick, entre otras cosas porque ésta de Lyne es mucho más fiel al texto original.

    Que luego sean (ambas) malas o no pues… es otra historia ;-)

  4. Manuel Haj-Saleh
    2007-10-05 12:59

    Alberto, es curioso, ayer estaba mirando e-mails antiguos y me encontré con uno que mandé a Manuel de la Fuente, de La Página Definitiva a propósito de un artículo suyo en el que hablaba de los remakes. Justamente le decía lo de la diferencia entre remakes y versiones, ¡encima poniendo como ejemplo “Primera Plana”! lo que muestra que uno es voluble e inconsistente. Yo sí creo (ahora) que lo de Lyne era un remake que jamás se habría hecho de no haber existido previamente la de Kubrick. El reto (supuestamente provocativo) de Lyne era poner a una protagonista de edad más próxima a la del libro de Nabokov, pero ni así, al final se quedó a mitad de camino. A mí me parecieron aburridas ambas pelis, pero particularmente la de Lyne, como todo lo que hace Lyne (sin excepción), me resultó infumable. Y poner a Frank Langella donde sea, más aún en un papel que Peter Sellers hizo magistralmente, son ganas de fastidiar. Mucho.

    Pero de todo esto hablaré en un próximo artículo acerca de las adaptaciones. Manténganse a la escucha.

    Miguel: justamente pensaba en “Las Meninas” de Picasso cuando escribí este artículo. Personalmente no me gustan nada, pero allá cada cuál… Eso sí, me encanta tu frase final :-)

  5. Oyros
    2007-10-05 20:39

    Según un estudio de la universidad de XXX sólo existen 10.000 ideas originales en el mundo. Todo lo demás son copias, derivaciones y refritos. Supongo que, si nos ponemos quisquillosos, casi cualquier película nos va a sonar de algo.

    Supongo que con el tema de los remakes, simplemente, no camuflan sus intenciones.

    ¿Y de las segundas y terceras partes contratantes cuándo hablamos?

    PD: El enlace a un par de seductores está caído.

  6. Marcos
    2007-10-05 21:02

    Pero es que yo no creo que el remake sea un recurso moderno; ¿faltan ideas? Seguramente, pero quizás no más que antes si tenemos en cuenta el volumen de producciones. Fijáos en la inmensa nómina de clásicos enormes que están basados en novelas, por ejemplo. Tened en cuenta que el cine mudo ya hacía remakes.

    Saludos

  7. Manuel Haj-Saleh
    2007-10-07 01:57

    Oyros: sí, pero. El remake tiene un propósito claro y otros más oscuros. Cuando se dan motivos espurios para hacerlos, hay que echarse a temblar. El remake de “Sabrina”, por ejemplo, fíjate si fue infame que a pesar del título de la película el que aparecía en el cartel era Harrison Ford (la imagen de Sabrina era algo estilizado que podría haber sido cualquier actriz), quien aparece también primero en los créditos. Claro, “Linus Larrabee” igual es que no tenía el mismo tirón en los anuncios. De las segundas y sucesivas partes hablaré en un artículo próximo titulado, justamente, “Las Secuelas”.

    Evidentemente, casi todo está inventado, pero la cosa es tratar de sorprender aunque sea un poquito. En ese sentido, Quentin Tarantino, por poner un ejemplo de director que no me gusta demasiado, coge elementos viejos de diversos medios (cómic, cine, música, televisión) y les busca las vueltas, con desigual resultado. Otro ejemplo, ¿alguien duda de que la nueva generación de directores japoneses, un poné Kitano, no está innovando?

    Marcos: es que no es un recurso moderno en absoluto, lo digo en los primeros párrafos. El problema es que hoy día parece ser casi el único, junto con las secuelas. Y llega a aburrir, la verdad.

    Saludos.

  8. Merche
    2007-10-07 13:33

    ¿Infumable todo lo que hace Lyne? ¡Desagradecido, seguro que nunca olvidarás el perfil a trasluz de Kim Basinger haciendo el bobo en esa puerta! jejeje

    (Ah: a mí me gusta más “Luna nueva”, sin que tenga para esto ninguna explicación de tipo racional).

    Querría sugerir para posibles próximos episodios una reflexión sobre esos “otros” remakes: los inconfesos. Uy, hay tela ahí...

  9. Alberto
    2007-10-07 13:47

    Pues no te lo puedo confirmar pero yo diría que el cine japonés, chino y coreano actual más que renovar “revitaliza” discursos anteriores de gente como Ozu, Kurosawa o Mizoguchi, vaya que los actualiza. Que es lo que se podría llamar “evolucionar” y que es a lo que ni se acerca “Sabrina”.

  10. hb
    2007-10-07 19:54

    He pensado en ti al leer este articulo que se publica hoy en el NYT. Suerte con la nueva seccion. Un saludo,

    http://www.nytimes.com/2007/10/07/movies/07lyal.html?ref=arts

  11. Manuel Haj-Saleh
    2007-10-09 12:33

    Gracias Hilario. Por cierto, acabé tu libro hará unos días, tengo pendiente la reseña, pero te adelanto que me gustó mucho. Aunque se ve algo más amargo que el anterior, ¿no?

    Un abrazo.


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