Revista poética Almacén
El conservero

[Alberto Majoral]

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Hermandad y taxidermia

El poeta Roger Colom estuvo apunto de ser disecado en La Ideal cuando hizo la siguiente pregunta: ¿Alguno de los presentes ha visto Gran Hermano por la tele? El malestar provocado por esta inquisición no me sorprendió en absoluto. El Sr. Chiner fue el primero en contestar:
-Váyase a la mierda, amigo bersolari, aquí no se habla de esas cosas.
Pero el Sr. Martínez, dando un codazo en las costillas al poeta Marcos Taracido, tenía ganas de jugar.
-¿Le parece interesante, ya no digo importante, ese tipo de programas, amigo Colom?
-Hombre, interesante puede que sea una palabra excesiva, yo sólo quería conocer su opinión.
-Pues se la voy a dar, creo que se la merece, antes de que le den un par de hostias, que parece que también merece. A mí lo que me gusta de Gran Hermano es la Sra. Milá. Me encanta ver sus esfuerzos por que parezca que lo que aparece en la pantalla es de interés alguno.
-A veces la gente culta,-añadió Chiner- se deja encular por dinero.
-Cállese, hombre, ¿qué no ve que después el joven Majoral publica lo que decimos?
-Mire, Martínez, yo digo lo que me da la gana en esta tertulia, y ni Majoral ni usted van a callarme.
-Pues dese por avisado. Como decía: a veces me da la impresión de que la Sra. Milá se ve enormemente tentada de mandarlo todo al carajo. Su seriedad en el plató es de una contención admirable. Pero también me agrada esa pseudodemocracia en la que los presentes, no ustedes, claro está, tienen todo el derecho de decir lo que piensan, aunque el interior de su cráneo carezca de la requerida oxigenación. A algunos se les ha pasado la edad de aprendizaje en el uso de la palabra sin que se note efecto positivo alguno. Eso me divierte, se parecen mucho a la gente que fueron mis alumnos. Usted ya sabe, amigo Colom, que estoy jubilado de la docencia.
-Lo sé bien. A mí lo que me interesa del programa es que funciona como mecanismo de aprendizaje para que la población pueda soportar la pena de muerte dentro de poco. Es un ensayo en tirar la primera piedra.
-Y las subsiguientes, sumó Taracido.
-También es una forma de que aprendamos a escoger a los que no consideramos miembros valiosos de la sociedad, y para que no nos duela su eliminación, o su ostracismo.
Eso último vino de boca del notario, Sr. don Gonzalo García Siniestro. A lo que el Taxidermista le preguntó si tenía opinión sobre la causa de la necesidad de tal aprendizaje.
El Sr. García Siniestro contestó que en el mundo actual somos muchos, que a él le parece que la especie humana se está preparando para ejercer un tipo de selección natural.
-Si es democrática, nadie se podrá quejar de su extinción, argumentó entonces don Joaquín Chiner. Y el maestro de escuela siguió:
-Creo que estamos mal educados en el poder de la mayoría absoluta, una versión ligera de cualquier otra dictadura. Imagine usted, Colom, que todos votáramos por excluirlo de nuestra tertulia, o mejor aún, por darle un mal golpe, sin querer pero queriendo, que le causase la defunción.
-Podríamos disecarlo y exponerlo de cuerpo presente en el Museo de las Ciencias que han construido hace poco.
Y el Taxidermista adujo sonriendo:
-Propongo el rótulo que acompañe a la exposición de su cuerpo, Sr. Colom: Poeta, especie en vías de extinción. De todas maneras, le prometo que dedicaré el más extremo cuidado al trabajo que me proponen nuestros amigos. Incluso tengo un frasco muy bonito en el que guardar sus vísceras y lo demás que sea necesario extraerle.
-Agradezco mucho esa promesa. Pero no creo que sea necesario. Con la exposición de mi persona es suficiente. La modestia es lo primero.
-Usted y Chiner pueden considerarse hermanos de disección, o hijos del mismo taxidermista, dijo el filatélico Sr. Gansell.
-¡Déme usted un abrazo, hermano poeta!
-¡Con mucho gusto, hermano ultramarinero!
Acto seguido, Colom aprovechó para sugerirle a su nuevo hermano que le aumentase el crédito en su tienda de comestibles.
-Se lo aumentaré cuando nuestra hermandad quede certificada, cuando yo ocupe mi sitio en el Museo de Banyoles y usted el suyo en el de las Ciencias.
-Muy amable por su parte.
Y así, en este clima de hermandad y sosiego, llegó la hora del cierre; la tertulia de La Ideal se dispersó, una vez más, con los bolsillos llenos de alegría y con la satisfacción del deber cumplido.


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