Revista poética Almacén
El conservero

[Alberto Majoral]

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Un plan modesto

“Usted parece recién lobotomizado. Digo recién porque no parece que se haya acostumbrado todavía a que su cerebro funcione a una velocidad menor a la acostumbrada y dice más chorradas que de Costumbre”. Chiner ataca de nuevo.

Pero no ataca a ninguno de los miembros de la tertulia de La Ideal Taxidermia, dirige su hiel habitual a un funcionario con quien entra en frecuente contacto. Nadie en la tertulia cree que Chiner le haya dirigido esas alegres palabras al hombre de la ventanilla. Se da por sentado que el intercambio narrado es imaginario, aunque no por ello carezca de valor — por lo menos narrativo.

Chiner se queja de que necesita un sello en un papel y que el funcionario se lo niega. Ante la insistencia de nuestro valenciano universal, el funcionario va y pide consejo a un superior; Chiner no puede oír el intercambio, pero por los gestos tanto del superior como del inferior sabe que el jefe recomienda a su funcionario un festín de heces. Al parecer, el funcionario gourmet vuelve a la ventanilla, evidentemente derrotado, y pone el sello requerido. Sin embargo, no lo pone de forma inmediata, sino que antes regala a Chiner con un sinfín de razones por las cuales el sello no procede. Y eso es lo que despierta la ira de nuestro héroe.

“Estoy de acuerdo con usted, son una plaga para la democracia”, dice García Siniestro, notario.

Y Martínez: “Una plaga ¿para o de la democracia?”

“Los ralentizadores de la vida en nuestra sociedad”, añade, orgulloso de su fraseo, el Sr. Gansell, filatélico de pro y amante de la lentitud.

“Y sin embargo, ¿qué sería de la industria de los cafés a media mañana si no hubiera funcionarios?” Esto de boca de don Arturo Gómez Galerio, pequeño y mediano empresario de la paragüería.

Evidentemente no se trata de una pregunta retórica, por lo cual nadie ensaya contestación alguna.

Y es en ese momento cuando surge el plan. El plan es movilizar a los jubilados de un hogar vecino en cuadrillas de inspección extra-oficial dedicadas a contabilizar las entradas y salidas de funcionarios en las oficinas del gobierno: quién llega tarde y quién se va temprano; quién se toma dos horas para el café y quién ocupa tiempo de los contribuyentes para resolver sus asuntos propios.

“¡El Comité Revolucionario de Jubilados — COREJU!”, grita Chiner.

“Podemos venderlo como una actividad lúdica: hacer quinielas y otras apuestas con los tiempos de cada funcionario”, ahí Manuel Gil, kiosquero emprendedor.

Y Martínez: “Lo cual seguramente atraería la atención de las mafias; ya se sabe que cuando se trata de aliviar a un jubilado del dinero de su pensión, siempre hay algún listo al acecho”.

“¡Vivan las mafias!”, de nuevo Chiner.

Aquí el notario encuentra oportuno avisar que probablemente una acción terrorista como la que planea la logia de La Ideal suscitará quejas por parte de los sindicatos.

Chiner: ¿Y cuánto hace que los sindicatos no están del lado del pueblo? Esos mamones no hacen más que el paripé, luego las cosas empeoran. ¡Abajo los sindicatos!

Martínez: ¿Y vivan también las cadenas?

Chiner: Hombre, no. Si precisamente lo que exigimos los del COREJU es más libertad. Estamos contra la burocracia, o por lo menos a favor de su eficiencia.

Un servidor: Suena a oxímoron: el burócrata eficiente.

Martínez: Y el banquero anarquista, de Pessoa.

Gil: Pues a mí me parece buena idea.

Varios a la vez: ¿El qué?

Gil: Pues lo de los jubilados.

Chiner: Incluso podríamos ganar algún dinerillo con las apuestas.

Para un servidor eso lo resume todo: el ultraliberal tendero Joaquín Chiner es el héroe del día.


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