Revista poética Almacén
Colaboraciones

Variaciones sobre snobs

Álvaro Cunqueiro


En su día fue muy comentado en Francia un libro de Philipe du Puy de Clinchamps titulado Snobisme, y que salía a la luz poco después del divertido Snobissimo, de Daninos. Del libro del primero a mí me distrajo especialmente el capítulo referente a los esnobs intelectualizados, como aquel que andaba por la playa de St. Tropez entre muchachas en bikini, y en bien menos que en bikini, haciendo que leía una traducción sánscrita de los poemas de Saint John Perse. No se nos dice si esto le ha facilitado algún ligue. Du Puy de Chinchamps estudia el esnobismo del epatador y el esnobismo del epatado, el esnobismo activo y el pasivo, el epatador siendo con alguna frecuencia un epatado que ha querido cambiar de posición. La erudición en esnobismo es fácil, con el libro de Boulanger, Elogio del esnobismo, y el de Paul Souday, Apología del esnobismo, y un ensayo verdaderamente curioso de Lin Yutang sobre los snobs chinos de la época Sung. Hará unos diez años Plaisirs de France había realizado una encuesta, en algún sentido fascinante, sobre los esnobs. La palabra snob fue creada, como se sabe, por Tackeray en 1848, pero snob estaba ya en el argot del Oxford y de Cambridge, y su origen en la frase Sans noblesse, en su forma francesa y no en la latina, como se suele decir. Du Puy de Clinchamps hace remontar el esnobismo a Caín, mientras Tackeray se conten- taba con el Alcibíades griego y con Petronio romano, ilustres antecesores. Los esnobs chinos se llamaban en el lenguaje de los mandarines y de los triunfadores en los exámenes -que no los apreciaban aun cuando se asombrasen ante ellos-, algo así como «vientos elegantes». Algunos esnobs de los días Sung pusieron de moda las que hoy llamaríamos tapas de plumas fritas, en las que previamente a su ida a la sartén, o a lo que tenga la cocina china para freír, tenían que escribir alguna frase sorprendente. Hablaban con hipérbaton, evitando las palabras referentes a oficios manuales, a la ropa interior, los nombres de las partes del cuerpo, etc.

Como es sabido, esto de las palabras bajas, también aconteció en la Francia de Luis XIV , en los días del esnobismo de Versa1les, que existía, aunque no se conociese por su nombre. y fue, como dice Highet en su libro La tradición clásica, la consideración de que había palabras de esta calidad inferior, una de las limitaciones sociales que embarazaron la obra de los dramaturgos barrocos. No se podían nombrar en escena ni los pañuelos, ni las medias, ni los cuchillos, ni las vacas, ni los perros. y tampoco en la conversación de los aristócratas, ni en la poesía. Cuando Boileau adapta a Juvenal, se las ve y se las desea para evitar las palabras pan, obleas, úlcera, lavandera, resudar, etc. (No sé quién, en nuestro tiempo, dijo que úlcera era una palabra muy hermosa, y que Ulcera de Duodeno podía ser el nombre artístico de una poetisa sudamericana. Un poeta catalán, Tomás Garcés, comenzaba un poema suyo diciendo: «Amígdala, bel nom, però funesta cosa»... Esto de la relación entre una bella palabra y su significado, merece atención. Trilita supone la explosión, la destrucción, la gran bomba que manda el mundo en pedazos por los aires, mientras que camisón supone la seda que cubre, en las noches, el desnudo femenino. Trilita, es una palabra delgada, como de fino hilo tejida, mientras que camisón es una palabra gruesa. ¿No sería mejor poner bombas de camisón, y envolver a las bellas mujeres con la finísima trilita?)

Volviendo al tema, en la Francia del Rey Sol había que hablar por eufemismos, y al lunar del rostro de una mujer llegó a llamársele «una mosca galante». y por beber, alguna preciosa ridícula dijo que tomaba «un baño interior». En la Ifigenia de Racine, conseguir el amor de la mujer de otro se dijo algo tan extraño como «coronar una llama inocente». Yo lo de inocente no le he entendido nunca. Cosas de éstas estaban en la conversación cotidiana de la aristocracia. En la propia Inglaterra de aquel tiempo, el doctor Johnson consideraba a Shakespeare un bárbaro ineducado porque le hace decir a Lady Macbeth aquello de:

Ven espesa noche,

y trae el humo más negro del Infierno,

¡que no vea mi cuchillo lo que hace!

No se podía decir cuchillo; había que decir puñal, espada, acero. Cuchillo quedaba para los carniceros. El tema es amplísimo y no puedo ni abrirlo ante ustedes. Algún día les contaré de esnobs de diferentes épocas, y sobre ciertos secretos del esnobismo actual que creo haber descubierto. Hoy, para terminar, me bastará con contarles que, al final del siglo XVIII, una media docena de jóvenes húngaros impusieron en Budapest las pelucas verdes y la ventriloquía en francés. Eran hijos de tratantes en grano y en caballos, y lograron entrar a bailar en los palacios, ser invitados a Viena y alguno hizo una buena boda. Un tal Szaby, hijo de un peluquero, se suicidó porque no pudo ni llegar a decir «bon jour» con su Eolo interior, por decirlo a la barroca.

Finalmente, tengo que decirles que Du Puy de Clinchamps ha acertado en que los esnobs solamente van a tener éxito entre ellos mismos, es decir, que solamente los esnobs van a saber quienes son esnobs, los esnobs de su tiempo. Algo parecido a los poetas de hoy, que solamente ellos saben quienes son los poetas de su tiempo, y sólo se leen entre sí. Por otra parte, tal como va el siglo, lo más seguro es la desaparición del esnobismo -excepto, quizá, que se mantenga un esnobismo superespecializado- , y la no eclosión de un esnobismo femenino, que Paul Souday situaba bajo el patrocinio de Francesca Bertini, y de una princesa austríaca, cuyo nombre no recuerdo, que se vistió de yegua azul para asistir al entierro de su caballo favorito.


(Bazaar, nº5, mayo, 1977)


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Comentarios

Excelente articulo, nos permite cultivarnos mas

Comentado por norelys el 2 de Enero de 2003 a las 07:48 PM