Revista poética Almacén
El entomólogo

Crónicas leves

[Marcos Taracido]

Otros textos de El entomólogo


Don Carnal y Doña Cuaresma

Troxieron los atados por que non escapasen
dieron los a la dueña ante que se aforrasen;
Mandó luego la dueña que a Carnal guardasen,
E a doña Cecina con el Tocino colgasen.

Mandó los colgar altos, bien como atalaya,
e que a descolgallos ninguno ý non vaya;
luego los enforcaron de una viga de faya;
el sayón iva deziendo: "Quien tal fizo tal aya."

[LBA, 1125-1126]


Ese fue el triste fin de don Carnal y sus secuaces. El triunfo de doña Cuaresma es el triunfo del control, de la geométrica visión del mundo, de la moderación y el poder. El mundo como un reloj cuyas manillas jamás escapan a su destino que le lleva a aterrizar siempre en el próximo segundo. La paliza que le dieron a Don Carnal y sus secuaces las verduras y los pescados de doña Cuaresma no fue la primera ni la última: apagar la música, quemar los disfraces, arrugar los negros ojos de tela. En la Antigua Grecia don Carnal era Dionisos. El dios aguardaba oculto en el vino que bañaba los simposios para, una vez que la música, la charla y el tacto hubiesen preparado su llegada, irrumpir en el pecho de los hombres y llevarlos al divino estado de la ebriedad. En los festejos populares se evocaba al dios en procesiones de enmascarados que representaban a los genios de la Tierra y la Fecundidad. Ya en Roma, primer gran censor, el senado prohibió las bacanales en el 186 antes de Cristo.

Después ya se sabe lo que pasó. Llegó la iglesia cristiana, convirtió a Jesucristo en el nuevo Dionisos y lo introdujo en el hombre por medio del vino, suplantando la ebriedad por lo piadoso. Y siguió la lucha. El disfraz y el vino han sido siempre enemigos del poder. Las carnestolendas fueron perseguidas: Carlos I o Felipe IV dictaron leyes que prohibían las máscaras y los enmascarados.

Escribo lejos de casa y, por lo tanto, de mis archivos, así que la siguiente paráfrasis de una de las anotaciones de Roon Grebelek en sus cuadernos no respeta más que la idea y, tal vez, el tono con que fue escrito:

Ocultarse. Cuanto más estudio a los animales más confirmo la inferioridad del hombre. Hemos perdido el miedo de las presas y nuestros cuerpos se han hecho visibles como lo es una montaña al habitante del valle. Y ahora sólo nos queda horadar grutas: las máscaras que nos oculten de la luz: el nuevo miedo a nuestro propio rostro desnudo. La destreza del camaleón. Un hombre cuyo cuerpo se perdiese entre otros cuerpos, cuya cara se diluyese entre las otras caras, cuya voz se disfrazase de los tonos y la profundidad de quienes la escuchan.

Unos años después ese hombre sería el Zelig de Woody Allen, genial metáfora del ocultamiento y el ansia social de pasar desapercibido, de tener tantas vidas como seres humanos haya a tu alcance.

¿A qué pues la apoteosis del Carnaval? Música, disfraces, sátira impune, metamorfosis, erotismo, desfachatez, juego. Es el triunfo, durante unos días, de don Carnal: la magia de una máscara que al tapar los ojos transforma al hombre y le libera de las responsabilidades del mundo romano, el mundo reloj, el mundo cuaresma. El mundo árbol cuyos brotes son incontrolables. Después los disfraces vuelven a su redil y los hombres a pisar el próximo segundo, irremediablemente.

Mandó a don Carnal quel guardase el Ayuno
e él fuese carçelero, que no lo viese ninguno,
si non fuese doliente, o confesor alguno,
e quel diesen a comer al día manjar uno.
[LBA, 1127]


________________________________________
Comentarios