Revista poética Almacén
Colaboraciones

La caricatura

Meirande


caricaturaAquella caricatura formaba parte de su vida. Se puede decir que había influído en su vida, si no directa sí indirectamente. Había estado colgada en el cuarto de estar de su casa -de la casa paterna- siempre. Bueno, este siempre se refería , claro está, a sus recuerdos, aunque recordaba otros cuartos de estar en los que no estaba la caricatura. Pero desde los 11 años aquellas cuatro figuras perfectamente dibujadas a lápiz, ligeramente coloreadas con acuarela, magistralmente sorprendidas en sus actitudes características, y su autor, habían "marcado" su vida.Vitalmente porque se trataba de su padre y otros tres personajes -de los que había conocido a dos- en el patio de una cárcel, cárcel que él reconocía por haber visto aquella torre desde fuera muchas veces cuando iba a visitarlo o a llevarle la fiambrera con la comida, siempre acompañado de su madre o de Lucía, la abnegada y bondadosa Lucía.

Él sabía que su padre - y los otros personajes de la caricatura- estaba allí injustamente, como tantos otros, y que sólo la prepotencia del dictador y sus secuaces, sólo su irracional fanatismo, los había encerrado en aquella cárcel, cual si de asesinos o ladrones se tratase, haciendo pender su vida (¡sí, su vida!) del capricho de un "jefe provincial del movimiento", de un miliciano rastrero, de un cura ignorante y falsario, de un simple paisano envidioso adicto al régimen. El sabía que el único delito de su padre - y de los otros tres de la caricatura, y de otros muchos que allí y en otras cárceles compartían su triste e injusto destino- era ser un hombre que buscaba la igualdad y la justicia social, que aborrecía la violencia, que era amigo de sus amigos pero no enemigo de sus enemigos (¿por qué iba a tener enemigos si no se metía con nadie, si nunca había echo mal a nadie?), que todo lo comprendía y disculpaba menos la infamia y el abuso de poder, que era republicano, admirador de Azaña, agnóstico y que, como tantos otros de su generación, se había formado a sí mismo tratando siempre de superarse, no para enriquecerse materialmente sinó como persona, por propia estimación y respeto a los demás. ¿Cómo no iba todo aquello a marcar a su hijo políticamente, vitalmente?

En la elección de su camino profesional también le había marcado, sí. El autor de la caricatura -quinto personaje en la sombra- era un arquitecto de izquierdas, activista, que de cárcel en cárcel había llegado allí y rápidamente, por su simpatía, por su cultura, por su campechanía, por su físico agradable y atractivo, por su predisposición a ayudar a cualquiera, se había hecho querer de todos. Particular amistad había hecho con aquellos cuatro personajes de la caricatura, con los que paseaba diariamente por el patio -en las horas permitidas para aquellos menesteres y si el tiempo lo hacía posible-, charlando incansablemente; y que durante una semana desapareció de la reunión con cualquier disculpa y desde una esquina, bien oculto, trazaba los magistrales trazos de aquella caicatura; y que cuando la terminó y se la regaló a su padre, precisamente en el patio a la hora del paseo, mereció una estruendosa (y emocionante, ¿no?) ovación de todos los reclusos que lo rodearon vitoreándolo. La historia posterior de aquel magnífico dibujante y arquitecto, aventurero y luchador por unos ideales progresistas, la admiración y afecto que su padre sentía hacia él y que le transmitió, marcaría sus inclinaciones profesionales, aunque después todo se quedase en propósitos, aunque luego, ya con su flamante carrera, hiciese lo que casi todos: frustrarse y casi aborrecer lo que con tanto ahínco había perseguido..

Los cuatro protagonistas de aquella caricatura y , por tanto, de la tertulia diaria en el patio de aquella prisión a la hora del paseo, eran por lo menos curiosos. Su actitud en la composición los definía a la perfección, al menos en sus rasgos físicos y psicológicos más característicos. El más alto, muy delgado, con nariz aguileña y un caracter inconfundible de antiguo seminarista -las manos girando incansables una sobre otra-, era un hombre de gran cultura, escritor, posterior brillante colaborador de la FAO, una personalidad mundial en las técnicas pesqueras; de caracter agrio y bastante egoísta, la amistad con su padre -eso decían él y su mujer siempre- lo había convertido en otro hombre, más comprensivo, más bondadoso, mucho menos egoísta; y es que su padre era un hombre enormemente afable para quién sus amigos -los tenía muy buenos- eran algo sagrado, y sus conversaciones sobre lo humano y lo divino en aquel encierro no es extraño que influyesen en un hombre inteligente y bueno, pero que no pensaba demasiado en los demás. Sí, el hijo lo había conocido años más tarde, cuando este hombre iba a pasar las tardes de los domingos en entrañable tertulia a su casa, y era cariñoso con todos, bondadoso, de conversación tan apasionante que se le podía escuchar durante horas sin casi pestañear, aunque muy de tarde en tarde saliesen a relucir los restos de aquel atrabiliario caracter anterior.

El siguiente en altura tenía un aspecto ligeramente siniestro, o a su hijo se lo parecía entonces; porque luego se dió cuenta de que no era siniestro sinó profundamente triste y amargado. Rostro ceniciento, marcadas arrugas verticales, ojos lánguidos, su cuerpo enorme -largo abrigo gris de anchos hombros y que acababa en unos pantalones acampanados- le daban aspecto de hito funerario allí asentado. Magistrado honesto, religioso y de derechas, hombre cabal, había sido condenado como contrario al régimen debido a la falsa y malvada denuncia de un envidioso, y llevado desde sus tierras castellanas a aquella prisión húmeda. Cuando lo conoció allí su padre, era un hombre de pocas palabras, amargado como se dijo, receloso, desconfiado, sin ilusiones aunque con enorme necesidad de afecto. Y la caricatura lo retrataba a la perfección.

El tercero en discordia, bajito y delgado, nariz picuda, era un profesor que le había dado clase de griego al hijo sin grandes resultados, poeta -no pasó a la posteridad-, dicharachero, presumido e inofensivo. Andaba allí con una gabardina mas bien corta pantalón bombacho, y calzado con unas zuecas que le daban un aspecto estrafalario. Hablaba por los codos, accionando continuamente. Y allí está en la caricatura, de puntillas sobre sus zuecas, metiendo las manos casi en el rostro de los otros.

El cuarto era su padre, hombre culto gracias a su enorme voluntad, pues procedía de una familia humilde, fino de espíritu, extremadamente cuidadoso en sus ademanes y en su trato con los demás, honrado a carta cabal, de cuerpo pequeño y cabeza y pies grandes, bigote, boina (allí la usaban casi todos, aunque cuando era hombre libre usaba sombrero) No quiso nunca dejar de vestir como lo hacía normalmente, y por eso aparece con corbata y pañuelo en el bolsillo superior del abrigo. No he de ocultar que tenía un si es no es de amanerado y desdeñoso en alguna de sus posturas características como la que plasmó el caricaturista, aunque no era ninguna de ambas cosas en absoluto.

Falta hablar del quinto tertuliano, el que se alejaba con cualquier disculpa para captar a los otros de mano maestra. En la caricatura sólo figura su nombre ... y sus magistrales trazos.

Como he dicho, era arquitecto, catalán, y había llegado allí con otros dos catalanes, un magnifíco violonchelista, después concertista de fama, y un escritor. Venían los tres rebotados -trasladados- de otras prisiones, supongo que alejándolos cada vez más de su tierra natal.

A los pocos meses lo dejaron en libertad condicional, sin poder abandonar la ciudad y teniendo que presentarse a diario en la comisaría. Alto, fornido, bien parecido, rubio y de ojos azules, causó estragos entre las mujeres -solteras y no tan solteras- de izquierdas, de derechas y de centro, que lo admiraban con mayor o menor disimulo y trataban de "ligárselo" (antes no se decía así) sin gran recato. Al poco tiempo también su padre logró la libertad condicional, que de condicional tenía mucho pero de libertad muy poco, y fue entonces cuando lo conoció pues los visitaba con frecuencia.

El hijo se enteró después, pero fue entonces cuando aquel hombre trazó su plan de fuga y cuando, ya perfectamente pergeñado y pensado, le propuso a su padre que se fugase con él, cosa que rehusó por su familia; aquella negativa era comprensible pues no sólo quedarían sin aportación económica segura sinó que las autoridades podían tomar represalias en su mujer e hijos. Él sin embargo era divorciado y no tenía grandes obligaciones.

No se sabe cómo, se agenció una pistola y, después de presentarse en la comisaría como cada día, se coló con otro compañero en un barco de pesca sin que los vieran y allí se escondieron. Cuando ya estaban en alta mar salieron pistola en mano y obligaron al patrón a poner el rumbo que ellos le indicaron, creo que hacia Bretaña. De esta forma se escapó de la España de Franco. No sabía exactamente las peripecias que después le llevaron a caer prisionero de los nazis y a que de nuevo se fugase, esta vez ayudado por una enfermera alemana enamorada -¡cómo no!- de él. Tras aventuras dignas de un héroe de novela, pudo llegar a Noruega y allí trabajar como arquitecto, se casó de nuevo, tuvo hijos, logró un puesto de arquitecto municipal en una ciudad noruega, quizás Oslo, y se fue a vivir a una pequeña isla -¿desierta?- de las muchas que pueblan aquellos mares.

De aquella genial caricatura se podría extraer mucha historia, muchas historias. Quede aquí el esbozo de alguna.


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