Revista poética Almacén
Colaboraciones

Máquina-Fútbol

Alfredo Bruñó


Este artículo empezó como una discusión entre Gorka, lector del Libro de Notas, y yo. Gracias a Gorka me di cuenta de que esto podía ser de interés para alguien más que para mi y, aunque su enemistad hacia mi equipo, el FC Barcelona, quedó patente, es a él a quien le debo y dedico este artículo.

El domingo 27 de enero, puse una nota en el Libro de Notas con un enlace a un artículo de La Vanguardia sobre la capacidad de integración social que se da en el entorno del Barça. Para esto utilicé el acceso de Roger Colom al Libro de Notas; luego, en los comentarios, y para no descubrir a mi amigo, firmé con su nombre. Ahora, sin embargo debo firmar con el mío y aceptar la responsabilidad de mis argumentos. A esa nota del Libro, Gorka añadió un comentario (para eso está el enlace) que, debo admitir, me cogió por sorpresa y me dolió. Lo transcribo:

Más que un club sí que es: es también una fuente inagotable de chanzas, una guarida de lobos digna del National Geographic y, sobre todo, un reducto idóneo para soñadores y nostálgicos que viven de tres años de Dream Team el resto de su vida.

Siempre es extraño ver que los demás piensan de otra manera, y produce mayor extrañeza descubrir la pasión con que los otros defienden lo suyo y/o atacan lo nuestro. En venganza al comentario de Gorka, contesté de la siguiente manera:

Todo club de fútbol es una máquina de blanquea-ganar dinero con dos estructuras paralelas, la ideológica y la comercial, unidas por un tercer circuito, comúnmente llamado de marketing, y que produce y gestiona nostalgia. Cuando alguien se compra la camiseta del jugador favorito, es que ya está en ese circuito. La operación principal de cualquier maquinaria futbolística es reducir el tiempo entre el pasado por el cual se siente nostalgia y el presente: la camiseta va muy bien en este sentido. Como cualquier empresa cuyo producto primordial es la imagen (vendida a través de la producción de nostalgia por el pasado, ilusión por el futuro y una ansiedad constante en el presente), el club de fútbol debe convencer a sus partidarios y a los indecisos de que su promesa es la mejor, la que mejor le hará sentir. (Quien sólo cree en los resultados es un accionista cuyo único dividendo es el orgullo de lunes por la mañana). Tomarse en serio esa promesa, discutir cuál club es superior o inferior es entrar en el juego propuesto por la máquina de fútbol y perder automáticamente. Máquinas similares: los partidos políticos.
Una diferencia entre la máquina Barça y otras máquinas es que aquella añade un periférico que a las demás interesa poco— un artilugio para la integración social. Sólo es un periférico, pero la diferencia a ras de suelo, en la calle, puede ser importante
.

No me sorprendería que semejante mamotreto provocara la risa de Gorka. El, sin embargo, contestó con toda la seriedad del mundo y con buena parte de la razón:

Pero esa "diferencia" del Barcelona es imperceptible dentro de su maquinaria mediática: es decir, que se notará en Camp Barça, porque en el resto del mundo su ansia de integración social no se nota ni en los fichajes.

Lo que sigue parte de este último comentario.

El periférico del que hablaba ha sido creado por una maquinaria (social) exterior al club y al que la máquina Barça sólo se enchufa cuando le conviene. Por eso digo que es “sólo” un periférico; periferia suele tener malas connotaciones. El periférico en cuestión tiene más que ver con una apropiación del club por parte de la gente. En tiempos de Franco, esto se dio entre los catalanistas, por una parte, que veían en el club una posibilidad de expresar sus inquietudes políticas y nacionales frustradas por la violencia del régimen (que sigue existiendo, aunque por medio de un hardware actualizado); y por otra, entre los inmigrantes que encontraban en el fútbol una forma menos abrumadora y más rápida de integración. Otra era aprender catalán, pero eso tardó por lo menos una generación. En aquella época, la política de fichajes reflejaba esa realidad social. Hoy no. En este sentido, podríamos decir, para vergüenza de todo barcelonista, que el que es más que un club es el Espanyol. Lo malo es que al Espanyol no lo acompañan los títulos —no soy resultadista, pero está claro que si no ganas nadie cree en ti, en esa sociedad vivimos.

Muchos clubes son más que un club. El Rayo mantiene una relación muy cercana con su entorno, el barrio de Vallecas; el Athletic exhibe con orgullo el mapa genético de sus jugadores; el Las Palmas luce su cantera como en otros tiempos lo hizo el Sporting; el Depor tuvo una interesante conexión lusófona Galicia-Brasil a principios de los 90; y fuera, el Manchester se presenta como lo único estable en una ciudad que ha padecido tres reconversiones industriales en los últimos cincuenta años; el Ajax, hoy en obras, sorprendió al mundo con su escuela de fútbol hipercivilizado; el Lazio es el equipo de los fascistas romanos, como demuestra su escudo mussoliniano e imperial; el Guadalajara de México sólo contrata a jugadores nacionales; la mayoría de los clubes bonaerenses son instituciones ligadas a su barrio de origen; y luego hay clubes como el Chelsea, totalmente desligados de cualquier identidad, postmodernos, cosmopolitas, sin un solo inglés en el once inicial.

Mi afición por el Barça es una enfermedad hereditaria, mi familia siendo catalanes en exilio político. Pero no siento ningún apego hacia su directiva, que más bien me produce arcadas, de risa y de asco simultáneamente. El B es una máquina que conserva engranajes y resortes anticuados en una época en la que todo está informatizado. En otro tiempo, estaba bien visto pertenecer a su directiva, era la forma de integración social de los nuevos ricos. Con la “democracia”, sin embargo, esta parte del aparato dejó de funcionar. Un nuevo rico llamado Núñez, procedente de Barakaldo, se hizo con la presidencia con la esperanza de ser aceptado por la élite catalana. Fracasó. Su gran oportunidad fue abandonar las apariciones públicas y dejarlo todo en manos de Cruyff. No hay nada que moleste tanto a esa élite como la conspicuidad, tan de mal gusto, ¿verdad? Pero Núñez nunca llegó a comprender los mecanismos del grupo al que quería pertenecer y murió como es costumbre en los peces, ya no por la boca, sino debido a la contaminación ocasionada por el vertido de sustancias tóxicas como pueden ser las palabras y actitudes de Gil, Lendoiro, Mendoza y otros presidentes del momento.

En Madrid, ocurre lo opuesto. A los señoritos les interesea figurar en el Real Madrid porque éste les ofrece tres cosas: la posibilidad de blanquear dinero, con las conexiones empresariales que ello implica; un gran prestigio social, con el consiguiente manual de buenas maneras (los directivos del RM no dejan de informarnos de que son todos unos caballeros); y el contacto con la élite política de la capital, lo que siempre es una ventaja a la hora de pedir permisos, licencias, subvenciones y recalificaciones de terrenos. Incluso Polanco, el dueño de Prisa, quiere entrar en ese ambiente de felicidad y regocijo. Para ello ha comprado el diario As, tradicionalmente colchonero, y lo ha convertido en otra gacetilla madridista (comparar con las gacetillas barcelonistas, deportivistas, valencianistas, y habrá otras que desconozco); Canal Satélite Digital ofrece un Canal Real Madrid; Canal Plus no deja de regalarnos con su asombro ante las proezas, jamás antes vistas en ninguna otra parte, de “Zidane, Raúl, Figo y compañía”, como dicen ellos.

En su primer comentario Gorka aludía al Dream Team. La razón, creo yo, por la que todavía se habla de él es que Cruyff era el proponente de otro modelo de club, los títulos lo avalaban y siguen siendo la parte más visible de todo argumento cruyffista. Ese modelo incluía un mayor énfasis en la cantera; comprar barato y vender caro (por eso a Cruyff le parecía perfecto que Figo su fuera al RM); y otro tipo de estructura en lo deportivo y en lo social (ese periférico) que no dependiera tanto de las veleidades arribistas de la directiva. Hasta cierto punto, el RM ha copiado ese modelo, mientras que el B ha vuelto a las andadas: los resultados están a la vista. Creo que gran parte del barcelonismo siente nostalgia por ese modelo que casi fue, por lo menos en comparación con la metódica falta de ideas propuesta por Gaspart y sus innumerables, e innombrables, vicepresidentes.

El modelo de club es importante por una razón: tiene que ver con el modelo de sociedad que defendemos. En un país (Catalunya, España, Europa o el que uno elija como propio) en el que está prohibido hablar del tipo de sociedad en la que se quiere vivir (eso quiere decir que puedes decir lo que quieras pero nunca donde cuenta), el fútbol es una de las pocas máquinas que dan expresión a la multitud. Libres como estamos de sindicatos y otros ingenios parlantes, la máquina fútbol nos permite una suerte de expresión sin palabras que parece inofensiva y sin embargo es todo lo contrario. El Dream Team ofrecía un fútbol bello y altamente eficaz que borró del mapa las certezas de los maniqueos que pregonaban el resultado como única forma posible de entender el juego que es más que un juego, esa gente que son los portavoces del totalitarismo en el fútbol. Pero el Dream Team también ofrecía otras cosas, otra manera de entender el negocio y el entorno del fútbol, y eso también gustaba. El Barça era un club distinto a todos los demás. La derrota en la final de la Copa de Europa del 94 fue un claro triunfo del fútbol-fascismo de Capello sobre el fútbol-libertad de Cruyff. Por algo sería que Capello recaló en el Real Madrid. Van Gaal, parecía una solución intermedia, defendía el mismo tipo de fútbol que Cruyff, y su actitud dictatorial era similar a la del italiano, aunque echó para atrás a los que podían haber sido sus defensores. Mientras que Cruyff parecía un humanista, un hombre del renacimiento, Capello trajo consigo las ideas de la contrarreforma y Van Gaal, por tanto, instituyó un barroquismo del que todavía no se ha repuesto el FC Barcelona.

Con Valdano y Butragueño como en la dirección deportiva del Rel Madrid vuelve a surgir la posibilidad del fútbol-libertad. Nótese que Florentino Pérez se entromete poco o nada en la marcha del equipo, y lo verdaderamente extraño es que la prensa respeta esta postura. En su infinita inocencia, ha comprendido que eso es lo mejor para el club. Tras el fichaje de Zidane también han surgido voces en el entorno del Real Madrid que han dicho algo (tímidamente, eso sí) sobre que esto ayudará a la integración social de los magrebíes. Bueno esa es una versión, la otra y más típica es que ese fichaje abre nuevos mercados (que en jerga globalizadora significa propiciar la integración de los bárbaros en la civilización verdadera) en el África mediterránea. Aquí hay que añadir que una camiseta oficial es muy cara y que por lo tanto esos mercados se abren principalmente para los piratas y falsificadores, engranajes también de la máquina fútbol.

Pero que la camiseta sea genuina o falsificada importa poco al circuito de la nostalgia, del ansia de cercanía de algo absolutamente lejano, tanintocable como si ya pertenenciera al pasado. Sin este circuito, el fútbol tal y como lo conocemos sería inimaginable. Estaría al mismo nivel que el baloncesto o el ciclismo, como un deporte de élite más, que mueve algunas pasiones, aunque no todas, y peor, que gana menos dinero.


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