Revista poética Almacén
Colaboraciones

El lugar sin nieve

Mari Cotera


Cd. Juárez Chihuahua es un vil desierto. Aquí nada se da sin esfuerzo, ni el verde de las plantas que calma la vista y mitiga el azote del sol, ni la creación artística, sea cual sea su razón de ser.

Las tormentas que nos azotan, con demasiada frecuencia, no son de agua o nieve sino de arena y polvo fino, de ese que se cuela por el filo de puertas y ventanas para ir a terminar, como leve velo transparente, sobre muebles y pisos.

Puedo recordar, años atrás, cuando aún se distinguían las dos temporadas del año, porque aquí sólo hay dos: verano e invierno. Pero desde que está de moda el calentamiento de la tierra con aquello del "efecto invernadero", tenemos un verano que va de marzo a octubre, y el resto del año sufrimos un "invierno" disfrazado de otoño/primavera.

Ya no nieva, ahora los que recordamos las tormentas de nieve nos dedicamos a relatar a los más pequeños con lujo de detalle y, de ser posible, fotografías aquellas experiencias. La emoción de ver que había nevado durante toda la noche y por lo tanto no habría clases ese día; el salir de casa con guantes, abrigo, gorro y botas con la mejor intención de crear el mono de nieve más grande de la cuadra, sólo para regresar a casa 10 minutos después derrotado por el frío y con ganas de no volver a salir nunca; el chocolate caliente que nos esperaba.

Mis hijas me piden chocolate caliente, se sientan a la ventana de la cocina imaginando que hace mucho frío y desean en silencio que nieve para no tener que ir al colegio.

Pero fiel al dicho de "la esperanza es la última en morir", año tras año resiembro mi jardín, o aquel pedazo de tierra que debiera serlo, porque las plantas duran con vida unos cuantos días, independientemente de los esfuerzos de mi hija Montserrat que tiene alma de agricultora y se lamenta amargamente de vivir en el desierto. Resiembro mi jardín porque las ventanas se concibieron con un jardín detrás en mente; si hay ventanas debe haber algo agradable que ver a través de ellas, si no ¿para qué la ventana? Puedo deshacerme de las ventanas, que es tarea con más sentido que intentar lograr un jardín aquí, pero prefiero morirme antes que vivir en un ataúd. También podría mudarme de ciudad, pero tendría que dejar atrás lo que sé hacer mejor: apasionarme por lo aparentemente imposible.

Como decía, aquí nada se da sin esfuerzo, cualquier producto, material o no, resulta de un enfrentamiento entre el que lucha por aquello que desea con toda el alma y las fuerzas de la naturaleza. Pero una naturaleza diferente a la del resto del mundo, aquí las nubes pasan cargadas de agua y de algún rencor de antaño, pues se niegan a mojar la tierra. Esta, después de años se sufrir sed y verse víctima del escarnio de las nubes, se ha vuelto reseca, huraña, mezquina; por eso se cobra venganza sofocando, como enormes manos sobre un diminuto cuello, cualquier tallito verde que se atreva a asomar la cabeza. Aquí rigen las leyes que gobiernan el infierno: si has de parir será con dolor.


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