Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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La situación actual es un agujero negro: ni siquiera la luz escapa. La razón, recluida en la oscuridad de las mazmorras, ya no ilustra, ni alumbra, ni da luz, ni aclara, palabras todas ellas derivadas que la Ilustración puso a buen recaudo: frente a la sinrazón. Escribía el otro día Josep Ramoneda sobre el honor de la razón. Hablar de la razón deshonrada es hablar de nosotros mismos, sus dueños. ¿O somos sus esclavos? La razón no admite esclavitudes: libera. Pero no nos engañemos: tampoco admite señoríos. Hablar del honor de la razón es hablar del honor del ser humano en libertad.

En sus "Ideas para una historia universal en clave cosmopolita" (Ed. Tecnos), decía Kant, entre otras cosas, lo siguiente:

El problema del establecimiento de una constitución civil perfecta depende a su vez del problema de una reglamentación de las relaciones interestatales y no puede ser resuelto sin solucionar previamente esto último. Pues, de qué sirve trabajar en pro de una constitución civil conforme a leyes interindividuales, esto es, en pro de la organización de una comunidad, cuando esa misma insociabilidad que forzó a los hombres a obrar así es, de nuevo, la causa de que cada comunidad esgrima una libertad desenfrenada en sus relaciones exteriores, es decir, en cuanto Estado que se relaciona con otros Estados.

Y más adelante:

Para considerarnos moralizados queda todavía mucho. [...] Mientras los Estados malgasten todas sus fuerzas en sus vanos y violentos intentos de expansión, obstruyendo continuadamente el lento esfuerzo del modo de pensar de sus ciudadanos, no cabe esperar nada de esta índole: porque para ello se requiere una vasta transformación interna de cada comunidad en orden a la formación de sus ciudadanos. Mas todo bien que no esté injertado en un sentimiento moralmente bueno no es más que pura apariencia y deslumbrante miseria. Y en esta situación permanecerá el género humano hasta que haya salido de la caótica situación en que se encuentran sus relaciones ineterestatales.

No podemos apelar a otras instancias. Somos nosotros los encargados de solucionar el conflicto. No hay margen. ¿Dónde queda, pues, la "razón de Estado"? ¿Pero acaso es el Estado capaz de razón? Dotamos a una entidad jurídica, creada por la razón, de razones para actuar por su cuenta, al margen de quien fue su inventora: he ahí un monstruo.

Vueltos sobre nosotros mismos, nos miramos y no nos reconocemos. Somos ya tantos, que dudamos incluso de nuestra pertenencia a la masa, y estamos tentados de desentendernos: eso precisamente es lo que busca el Estado. Que le dejemos actuar en nuestro nombre, según sus razones. Y sus razones tiene. Pues en ello le va su supervivencia. Pero cuando sus razones no coinciden con las nuestras, urge cambiar ¿de razón? ¿de Estado? Reconstruyamos la nuestra lejos de los "violentos intentos de expansión" del Estado. Pues actuar frente a los Estados que esgrimen una "libertad desenfrenada en sus relaciones exteriores" es condición necesaria para el restablecimiento de la razón —la nuestra, la individual, no la del Estado.

Baile de razones. Y de Estados. Al son del Estado-líder, del Estado-guía, del Estado-jefe de la tribu de Estados. Parecen pasar delante de nosotros como figurantes, pero son reales: de carne y hueso. No son ya concepto, no son ya entes, son personas, son representantes, son encargados de negocios ajenos, los que actúan como Estados. ¿Actúan en nuestro nombre?

Acudamos al derecho, el mismo que ellos aducen: el mandatario puede ser en cualquier momento apartado de la gestión de los negocios del mandante. Algo falla, entonces, pues se nos impide apartar a nuestros representantes de la gestión del conflicto, cuando lo están gestionando en contra de nuestras personales e intransferibles razones individuales. Y dicen actuar no sólo en nuestro nombre, sino incluso en nuestro propio beneficio, del que somos ignorantes. Abjuro de un Estado que no sólo es incapaz de representarme, sino que encima se atreve a burlarse de mi razón, a la que trata de suplantar con gesto paternalista. No lo reconozco como obra de mi razón. Desde aquí y ahora, busquemos nuevas formas para organizarnos.


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