Revista poética Almacén
El entomólogo

Crónicas leves

[Marcos Taracido]

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Con dos cojones

Estoy horrorizado. El caso, el problema, es que atiendo en exceso a los Medios de Comunicación: veo la tele, leo los periódicos, escucho la radio. La consecuencia es que paulatinamente uno va dudando de sí mismo y de lo que le rodea más de lo que la propia condición humana lleva en los genes.

A lo que iba: estoy horrorizado: tengo serias sospechas de que mi mujer tiene relaciones con la red terrorista Alcaeda: la he pillado, no una sino varias veces, manipulando en el cuarto de la lavadora unos polvos blancos idénticos a los que provocaron la detención y encarcelamiento de unos peligrosos terroristas islámicos en Barcelona. Incluso, horresco referens, yo mismo he tocado el material en más de una ocasión y lo he adquirido en los supermercados, siempre, claro, bajo sus órdenes y mi ignorancia. Esto encajaría con algunas extrañas actitudes que percibo en ella en los últimos tiempos: no va a misa, hace una semana que no comemos carne y manifiesta en voz alta su oposición a una guerra contra Irak. Yo, se lo confieso, pensaba que también me oponía a esa guerra, pero creo que los telediarios ya me han convencido: no me gusta Sadam, así que no puedo estar contra la guerra. En fin, que vivo en un mar de dudas porque dudo cuando no debiera y a veces dudo sin querer.

Y es que todo contribuye a la zozobra de las convicciones. Por ejemplo, yo siempre pensé que España militarmente seguía en Annual, y sin embargo todo indica que ya no es así. Sin ir más lejos este pasado año nuestro ejército conquistó con contundencia y autoridad un islote. Estas cosas ocurren, creo yo, porque al frente de las Fuerzas Armadas está un amante de Shakespeare, Federico Trillo. Convendrán conmigo en que da un poco de pena que el ministro no se dejase habitar por las dudas de Hamlet y sí por la épica del Rey Lear, pero su narración de los hechos la uso con mis alumnos para el comentario de textos literarios: no encuentro mejor ejemplo de las justeza de los adjetivos, la potencia en el uso del sustantivo, el hábil uso de las pausas y, sobre todo, la imaginación:

Al alba y con tiempo duro de Levante… con viento fuerte, con viento de más de 35 nudos, salieron cinco helicópteros…

Y es que nuestro ejército se ha modernizado y ya está a la altura de cualquier otro en el mundo; así parece demostrarlo la actuación del 9 de diciembre en aguas del océano Índico, cuando una fragata española asaltó a un barco norcoreano atestado de misiles y se los entregó a los Estados Unidos. Al día siguiente hubo que pedir disculpas al Gobierno de Corea, sí, pero el abordaje sigue siendo brillante, ¿no? Trillo de nuevo recurrió a Shakespeare y Lear para narrar la heroica actuación. (Perdonen el aparte, pero quisiera matizar que la decisión de Trillo, optar por la parte más grandiosa de la obra de Shakespeare, prueba que mi gusto por lo pequeño tiene fundamento y peso.)

Y les juro que me esfuerzo por evitar la duda. Ya lo voy consiguiendo. En consecuencia ahora veo más claro que después de estas demostraciones de fuerza tiene sentido querer probar a nuestros soldados en situaciones un poco más tensas, como en una guerra o así. Pero me asaltan las incertidumbres cuando leo que entre los requisitos para ingresar en el ejército español está el de que el hombre no ha de tener 8. Falta total del pene 9. Pérdida, ausencia o atrofia de ambos testículos. Rápidamente me acordé de los libros sobre perros que lee mi mujer (¿estará esto también relacionado?) donde siempre dice al hablar del estándar de las razas:

Los machos deben tener dos testículos normales y que hayan descendido por completo hasta el escroto.

Fíjense cuál no será mi estado de perplejidad y falta de confianza y seguridad en mí mismo que, tras leerlo, he corrido al baño a mirarme en el espejo. Mirarse al espejo es cosa que el varón hace muy poco y que debiera realizar más a menudo. Bueno, pues me miré en el espejo, por arriba y por abajo, y concluí que al menos yo sí puedo ingresar en el ejército español, aunque sea por los pelos.

No sé qué hacer. En principio, y antes de tomar una decisión precipitada, voy a hablar con mi mujer, a ver qué me dice del detergente.

Si la próxima quincena no aparece una nueva entrega de El entomólogo, búsquenme en Irak, vestido de verde y con dos cojones.

Y a mi mujer en Guantánamo.


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