Revista poética Almacén
Consultorio sexistencial

[Jovanka Vaccari]

Una visión moderna y divertida sobre el sexo, la sexualidad, los roles sexuales y su función existencial.
Estos artículos fueron publicados en el dominical de La tribuna de Canarias.

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Oye, ¿de dónde venimos?
Acurrucaditos en un sofá, una niña y un amigo de sus padres engullen un documental de la tele. Trata del nacimiento: se ve a una cebrita pariendo, a unas tortuguitas saliendo de sus huevos, a una mariposita rompiendo su capullo... En fin, topicazos para niños. Al terminar la sesión, una pausa reflexiva precedió a la sempiterna pregunta infantil: “Y nosotros, ¿de dónde venimos?”. Antes de que el adulto pudiera iniciar una aséptica y cuidada explicación sobre el sexo, la niña, con ojitos esquivos a la banalidad, aclaró: “Quiero decir realmente”.

Esta anécdota me recuerda otra: hace unos años, durante unos cursos de educación ambiental para chiquitines, se les preguntó de dónde venían las manzanas. Con gran seguridad y aplomo, y dispuestos a discutir si hacía falta, el grupo dividió en dos sus criterios: según unos, venían de la nevera; según otros, del supermercado.

Una confusión similar ha provocado la religión judeo-cristiana, respondiendo a los occidentales sólo la parte frívola de la pregunta: o veníamos en una cigüeña, o nos mandaban desde París, o salíamos de debajo de un repollo, o unos duendecillos — que hoy tendrían que enfrentar juicios por secuestro y pederastia— se ocupaban amorosamente de nosotros hasta que nos entregaban a unos padres.

Cualquier celofán de colorines sirve para envolver la nada, pues eso es la sexualidad para la teoría creacionista: un dios pantócrator, con el exitoso eslógan “creced y multiplicaos”, ha dispuesto de nuestra pecaminosa existencia con un tan divino como desconocido propósito.

Sin embargo, la pregunta de la nenita, me parece a mí, anuncia una esperanzadora mutación. Para ella el sexo ya no es un pecado, sino uno de los vehículos de los que la naturaleza se vale para sus propósitos, incomprensibles aún, pero amorales... gracias a dios.

Para ella, el sexo tiene sentido desde la óptica evolutiva, y coherencia desde una historia que comienza mucho antes que la aparición de la doctrina cristiana, la de los mamíferos olisqueadores de genitales e incluso que la de los animales. La historia, para ella, comienza con el Big Bang y la única Ley que gobierna verdaderamente nuestros destinos es la 2ª de la Termodinámica.

Pero su sabia pregunta no es “por qué” venimos, que da para una pedantería biofísica sobre la materia, sino “de dónde” venimos, que da para una especulación consistente sobre la evolución.

El sexo, viscoso y húmedo, no se fosiliza y no tenemos vestigios observables que nos den pistas. Pero los genitales húmedos y salobres y el intercambio de fluidos durante la actividad sexual nos recuerdan un origen marino: se cree que la vida se originó en remansos de agua cálida y poco profunda, a partir de la formación de unas moléculas oleaginosas con capacidad de replicarse, las bacterias.

En algún momento, éstas, probablemente para reparar el ADN de células afectadas por la radiación solar en una Tierra irreconocible, iniciaron una promiscua actividad de intercambio transgénico. Las bacterias, así, con su incontable número de tipos metabólicos e igual número de tipos de intercambio, y obedeciendo el mandato termodinámico de pervivir, originaron el mandato biológico de reproducirse, es decir, de crear materia viva autosimilar pero no idéntica. ¡Quedaba inaugurado el sexo! ¡Y sin mala conciencia!

Posteriormente, las bacterias practicaron el hipersexo, que no es una forma descomunal de hacer sexo, sino una forma simbiótica que contribuyó a la aparición de los primeros ancestros celulares con núcleo, los protoctistas. Éstos, a su vez, se entregaron al sexo meiótico, un tipo de fusión celular que reduce a la mitad el número de cromosomas, que requiere de la fecundación para volver a doblarlo y que ha devenido en modelo de reproducción humana.

En el principio, pues, fue la bacteria. Y en el final, se espera que también. La biología y la ecología modernas las describen como un superorganismo ¡de 4.000 millones de años!, cuyo contorno físico es la biosfera. Y a los cuerpos femeninos y masculinos, incluidos genitales, como un aleatorio alarde escultórico, un envase para los cromosomas... y su información, acaso divina.

Comparada con la de este monstruo, la existencia del Homo Sapiens se revela casual, frágil y fugaz. Casi se comprende que hayamos preferido entregar el devenir de nuestra consciencia a monstruos menos complejos: los sacerdotes de las religiones monoteístas, por ejemplo.

¡Ay, dios, qué complejo todo, ¿verdad?! ... ¡Ay dios! ¿Y Dios? Pues según el pensamiento actual, convertido en una “teoría innecesaria”.

(Por cierto, el “creced y multiplicaos” cristiano ¿no contiene el mismo mensaje que el “pervivir y reproducirse” de la religio evolutiva?)


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