Revista poética Almacén

Aterrizar internet

Jorge Portillo

Editor de Trafalgar Sur


1. El Grial oculto

El debate en torno a la gestión de derechos de autor suele concebir la GPL y el copyright en términos opuestos y con frecuencia beligerantes. Mientras la primera propicia un sistema socializado de desarrollo de conocimiento, el otro protege la obra del autor de la copia y distribución indiscriminadas; sin embargo, su incompatibilidad o supuesta oposición no deja de ser una leyenda virtual.

La génesis de cualquier GPL es también un copyright: el de su autor primigenio, que otorga de manera nominal a un segundo el usufructo de determinada obra, permitiendo su copia con carácter genérico, su transformación y su libre distribución, con o sin ánimo de lucro, en tanto el destinatario de esa licencia —haya incorporado o no aportaciones al objeto de derecho original— esté en condiciones de otorgar a un tercero el uso de ese bien en idénticas condiciones. Se trata de un copyright —como cualquier otro— al que el autor añade una serie de autorizaciones genéricas si se cumplen determinados compromisos. De hecho, las páginas de GNU ofrecen una serie de indicaciones —de mayor calibre y detalle que las referidas para el copyright en la Ley de Propiedad Intelectual— para impedir el uso fraudulento de sus licencias y propiciar la posible persecución legal de los infractores de las mismas, si bien este 'sistema abierto de copyright' parece debilitar sustantivamente su eficaz protección jurídica.

En cualquier caso, tranquiliza observar al pie de las páginas GNU el tan odiado copyright que algunos defensores radicales del copyleft tanto han demonizado. Como en cualquier cultura incipiente, los mitos y los dioses crecen en la red con hambre insaciable y fértil promiscuidad.


2. La primera carta magna

La definición de la GPL forma parte de una hábil estrategia de los programadores libres reaccionando al monopolio tecnológico de los programas propietarios. Su modelo de negocio consiste en la permanente revisión del código fuente —que, aunque tengo mis dudas, debería procurar una mejora constante del producto en desarrollo—, propiciando la tendencia a cero de los costes de producción —que abarataría a su vez las inversiones en tecnología de las empresas interesadas—, y descubriendo así sus propios yacimientos de empleo en la adecuación, mantenimiento y desarrollo de esta ingeniería en las empresas contratantes.

Esta estructura de conocimiento garantiza, además, los casi barruntados derechos civiles de la sociedad de la información, impidiendo, de alguna manera, la plena subordinación tecnológica del conjunto de los usuarios a los intereses de las grandes compañías informáticas. Aunque ni te use ni sepa cómo estás hecho, gracias Linux: me basta con que estés ahí.


3. La invasión de los bárbaros

Los Sistemas de Publicación Personal han democratizado el acceso a la generación de contenidos: la gente corriente llega a la red, y con ella los artistas: la eliminación de los intermediarios entre el hecho creativo y sus usuarios puede permitir el acceso a la cultura a un número mayor de elementos sociales, disminuyendo drásticamente sus gastos de consumo; la relación directa creador—consumidor podría minimizar las áreas de control de las élites industriales y de la gigantesca mafia que rodea el mercado del arte; la tecnología permitirá que el número de creadores sea cada vez mayor, rompiendo el monopolio que actualmente ostentan las grandes empresas sobre los medios de producción cultural, garantizando independencia y libertad en la creación artística, emancipando al creador de las imposiciones comerciales de sus editores o discográficas y, sobre todo, fomentando entre neófitos la experimentación y desarrollo de su creatividad personal.


4. Las guerras GNÚnicas

Pero al contrario de lo que ocurre con los trabajadores del código, los trabajadores artísticos basan su modelo de negocio en la percepción de una retribución económica por cada réplica del objeto original que han creado y logrado distribuir. En este sentido, la GPL no ampara las expectativas de negocio que cualquier publicación genera en su autor. En términos simplistas, la imposible equiparación de ambos modelos estriba en la diferente funcionalidad de cada bien objeto de negocio: en tanto que la creación de nuevo código es producción herramental, la generación de contenidos, aún empleando para ello aquellas mismas herramientas, produce objetos terminados, virtuales o no, cuya eficacia para la transmisión de información de un cerebro a otro, de una sensibilidad a otra, radica estrictamente en su facilidad para ser interpretados desde una realidad concreta, externa y añadida a la percepción del consumidor. En fin, ciencia y arte: ¿un eterno cisma?


5. La revolución ilustrada y el método racional

Para preservar el derecho de acceso, copia, distribución y transformación, que son los vectores de negocio de cualquier producción artística, es preciso, por tanto, mantener un sistema de gestión de derechos basado en el copyright, como la propia GNU hace en sus páginas, sin perjuicio de que el altruismo y la necesidad de cada autor puedan determinar, por libre voluntad, la cesión de cualquier tipo y proporción de esos derechos a otros miembros de la comunidad. Se trata pues de solicitar de la tecnología un marco plural e imparcial que no condicione la distribución de contenidos, ofreciendo un abanico aséptico de posibilidades y dejando en manos de los creadores, cada vez, las decisiones que consideren más oportunas para la defensa de sus intereses.

En cualquier caso, tanto para autores amparados por el copyright como para aquellos que promueven las GPL, la cuestión básica no son éstos u otros cauces de protección legal. El problema persiste, aún, en la esfera tecnológica: una licencia entraña una autorización por parte de alguien que usufructa o es propietario de un bien o una actividad, en régimen de monopolio, para que un determinado agente identificable participe de su uso o rentabilidad bajo determinadas condiciones. En tanto los técnicos no resuelvan la inviabilidad de la copia indiscriminada y, por tanto, el uso fraudulento de cualquier tipo de licencia, estaremos vistiendo a esta hermosa mona virtual con libertarios trajes de falsas garantías, construyendo un comunismo de pega que no es otra cosa que la expresión más encanallada del 'todo vale mientras las masas consuman': la espina dorsal de este nuevo tecno—capitalismo.


6. Industria y demografía

Internet eclosiona. Si hasta ahora, tras las barricadas de un sentido desvirtuado de la libertad —entendida como un edén del acceso gratuito—, algunos promotores de la red se han ocupado de la captación masiva de usuarios para la vida bytal, ya va siendo hora de que se ofrezca a estas legiones de consumidores de internet la opción de crear o disfrutar contenidos diferentes, originales, y sobre todo, la capacidad de acceder a nuevos y potencialmente rentables medios de vida. El reclamo de los promotores virtuales hacia los proveedores de contenidos debe estar basado, como lo está el suyo propio, en su capacidad de negocio en la web.

En occidente, el sector industrial relativo a información, ocio, arte y espectáculos —si es que son, hoy por hoy, cosas distintas— está en permanente y acelerada expansión. Cuando los ingenieros se den cuenta de que sus servicios también serán necesarios en los talleres arte.com, e incluso en los sindicatos información.com, es más, que este tipo de negocio dependerá en modo absoluto de su capacidad e inventiva, igual pergeñan un formato o procedimiento que impida la clonación ilegal de esos contenidos, protegiendo a estas empresas culturales —y a sus propios servicios de consultoría— de la ruina y el abandono.

7. Cree en lo imposible

No se trata de impedir e ilegalizar la libre distribución de contenidos por la red, incluso gratuita a través de sistemas p2p. Basta con que, en el momento de la transferencia, el objeto transferido 'desaparezca' del hospedaje inicial. La vida terrenal podrá entrar así en internet: compartir será otra vez prestar o regalar, y este falso limbo basado en la copia sin medida o en la falsificación con desparpajo del talento ajeno —que en ningún caso nos llegará a pertenecer— dejará de ejercerse impunemente amparado en un sentido adolescente de la libertad y del anonimato.

En tanto esta nueva tecnología no se desarrolle, internet no será real. Somos hombres en el mercado: la supervivencia de todos depende del intercambio común; la de sólo algunos, del saqueo. Al fin y al cabo, el contrato social de nuestra civilización occidental no es más que la obligación de adquirir y saldar las propias deudas: este pacto acuna la cultura y alimenta nuestra omnipotente economía. Mientras el mercado de las ideas no sea posible, internet no será más que un mentidero más o menos amable, un patio de juegos, una valla publicitaria, en ocasiones biblioteca de dudosa credibilidad o reducto para el deleite de pornógrafos, lo cual no es poco, aunque tampoco sea suficiente.


8. Moral y byte

Estamos asistiendo a un uso moral de la técnica que —indirectamente— fomenta los intereses de la industria impidiendo la libre decisión de crear o consumir determinados contenidos sin ser encarecidos por intermediarios, sean o no de pago, y que no protege en modo alguno un derecho básico de la nueva ciudadanía virtual: el reconocimiento de la propia identidad. Suena a pensamiento único. Además, el fin último de este cambio improbable o imposible de la tecnología es humanizar la red: si me preguntan qué es para mí internet yo digo que es un contenedor público lleno de herramientas variopintas y rumbos casi infinitos en el que puedo expresar mi voluntad y construirme como persona de manera casi autónoma, sin necesidad de ser procesado por ningún filtro o mercadeado por el interés mediático. Detrás de cada hipervínculo hay una persona: internet no es una caja vacía. La supervivencia es, casi siempre, una cuestión económica.

¿Realmente no es posible la 'compilación' de contenidos o su distribución en formatos medianamente seguros?. Yo no lo sé, pero he visto maravillas en la red. La cuestión es una decisión ética en materia de investigación y desarrollo.


9. Arte.net

Hacer arte en la red, o en cualquier otra parte, significa crecer dejando huella de los distintos hombres que vamos siendo. Si alguien está dispuesto a pagar por conocer ese camino personal, bien: igual es posible vivir mantenido por la propia vida. Si no, será preciso vender parte de nuestro tiempo personal en los antiguos mercados para subsistir en la creación, pero aún así, reconocerse cada vez en el propio rastro será, cuando menos, un derecho irrenunciable. En ambos casos, como casi sucede en la vida menos virtual, tenemos derecho a decidir qué hacer con las improntas de nuestro pasado. Cada obra artística es una foto fija del tiempo del autor. Impedir eficientemente la copia no autorizada o su transformación descontrolada es uno de lo nuevos derechos civiles en internet.

Por otra parte, disminuyendo la vocación copista se fomenta la experimentación personal: en lugar de centrar los esfuerzos en kazaa o en las acrobacias del botón derecho —venerando la fácil y gratuita creatividad ajena— es posible que alguien intente iniciar así su propia aventura. La barrera de la supervivencia —el precio— estará determinada por el talento personal, la adecuada promoción en los canales de información y, como hasta ahora, por las tendencias. Google es un escaparate.


10. Coda

Los flamencos dicen que su arte es una forma de vida. No se equivocan. Se trata de eso. Pero si internet sigue planeando por encima de la realidad, sin prestar atención a las múltiples individualidades que la conforman, incluyendo como quimérica su posibilidad de mercado libre para las ideas, seguiremos desperdiciándola como el mayor elemento democratizador de nuestra cultura, al tiempo que como cauce muy preciso de desarrollo y construcción personal.

Es preciso aterrizar internet, hacerla real, meter vida, con toda su miseria y su bondad, en los clústers de las máquinas: hacerla más nosotros. Darle pellejo.


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