Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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Comentarios I

Amable lectora: hago una excepción en estos días excepcionales, y respondo a sus cuitas en la medida que, creo, tocan puntos importantes del inexistente debate intelectual en este país, y ayudarán a mi niña a entender y entenderme. Les pido, pues, a los lectores amables, que extremen su caritas hasta el punto de releer mi artículo anterior y los comentarios subsiguientes.

Antígona durante el 11-M: comportamientos individuales, responsabilidades políticas

Debo reconocer que me ha costado bastante descubrir en las argumentaciones de la anterior entrega de ESTILO FAMILIAR el punto de contradicción que mi amable lectora interpretó. Pero lo logré: se hallaba en el hecho de que mi mundo encajara a partir de la autoría de Al Qaeda, y que al mismo tiempo me pareciera execrable que la acción de unos criminales y no de otros diera más sentido al mundo, a la realidad, al proyecto del gobierno.

Mi interlocutora interpretó como contradictoria mi postura. Deduzco que ello la llevó a creer que mi posición política obedecía al apriorismo tribal de las dos españas, y que denunciaba la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el mío.

La aparente contradicción fue deliberada, con el objetivo de resaltar la diferencia entre el ámbito de lo privado y de lo público, entre individuo y sociedad, entre ética y política.

Lo mantengo, y paso a explicar el porqué en sus aspectos individuales y sociales: los individuos que componen el gobierno erraron en su razonamiento (en su proceso adaptativo, si se quiere). Vistos unos hechos, formulan una hipótesis explicativa. Yo hice lo mismo, y llegué a la misma hipótesis. A continuación se compara dicha hipótesis con los hechos. Para los individuos que forman el gobierno esa hipótesis es coherente con la trayectoria histórica de la banda terrorista ETA, y por tanto es suficientemente explicativa. Para mí no, puesto que explica parte de los hechos, pero no su conjunto. El lector amable permitirá que no lo detalle: lo ha sido suficientemente en los medios de comunicación nacionales y extranjeros. El siguiente paso es reformular la hipótesis para que los elementos que quedaban sin explicación encajaran. Desconcertado, observo que lo que es evidente para mi (reformular la hipótesis) no lo es para los miembros de mi gobierno que, no sólo mantienen su hipótesis primera sino que llaman “miserables” a quienes se atreven a ponerla en cuestión. Un simple proceso hipotético-deductivo me había convertido, a eso del mediodía del 11-M, en un individuo “miserable”.

El gobierno en cuanto entidad jurídica erró en aquello que le es propio: la acción de gobierno, pues la basó en un análisis erróneo de la realidad, y se extralimitó en sus funciones, por decirlo suavemente. España es un estado de derecho regido por una constitución de la que emanan el resto de las leyes y el ordenamiento jurídico. Por ello, la acción de gobierno y sus manifestaciones tienen límites: El gobierno no puede ni tan siquiera opinar sobre la moralidad o la ética de sus ciudadanos. Sólo sobre la legalidad o ilegalidad de sus actos u omisiones. Ángel Acebes ciudadano puede pensar que soy un miserable por pensar de manera diferente, y yo no podré hacer nada. Ángel Acebes ciudadano puede decir que soy un miserable por decir cosas diferentes a las que él dice, y yo no podré hacer nada. Ángel Acebes ministro no puede decir que soy un miserable por pensar o por decir. Si lo hace, comete un delito contra el derecho de cualquier ciudadano, recogido en la constitución, a pensar o decir lo que considere oportuno, dentro de los límites de la legalidad.

La versión más suave para explicar el comportamiento del gobierno es que actuó conmocionado por la tragedia. Esto explica sus acciones, pero no las justifica. Una entidad jurídica no tiene sentimientos, y por tanto no puede basar sus actuaciones en ellos. Actuar por “convicción moral” es propio de individuos, pero del todo inadecuado en personas jurídicas cuyos actos deben someterse al escrutinio legal para que los afectados puedan defenderse.

Sin duda mi razonamiento parecerá contradictorio a quien crea que el comportamiento individual (la ética) y el comportamiento cívico (la política) son una única esfera de actuación, y que la acción política consiste en trasladar al conjunto de la sociedad los criterios, valores y creencias de los individuos que gobiernan. Dicho más claro: el famoso “gobernar sin complejos” (i.e. sin escrúpulos) del Aznar con mayoría absoluta. Este posicionamiento ideológico proviene del pensamiento “Neocon”, que persigue una clara psicologización y sentimentalización de la vida social. ¿Creen que esto lo digo porque me alegro de oírme? Lean, lean en liberalismo.org el artículo de Alberto Gómez Corona, “Psicología evolucionista: ¿una nueva fundación para la economía y las demás ciencias humanas?”. Desternillante.

No creo que este fuera el caso de mi amable comentarista: más bien el suyo parece un caso de “deformación profesional” que tantas veces padezco yo mismo: ver el mundo únicamente con los instrumentos que nos proporciona nuestra formación académica. En su caso, la psicología; en el mío, la filología y la historia.

Deshago el entuerto, si lo hay, haciendo explícito mi sobreentendido criterio: el proceso individual es razonamiento (adaptación, si se quiere), y por tanto legítimo. La transmisión ese proceso individual como acción de gobierno sobre la sociedad evidencia un germen de autoritarismo en la medida en que pretende imponer su percepción del mundo (individual) negando la posibilidad que los individuos actúen libremente, y como consecuencia se sometan a las consecuencias de sus actos, establecidas en instancia judicial.

Igualdad, clasismo y maldad

La amable lectora que comentó mi artículo anterior no da crédito a mi argumento según el cual ETA hubiera sido consciente que el atentado de Madrid se cebaría en “gente trabajadora, clase media-baja, estudiantes, gitanos, inmigrantes...” Evidentemente no tiene por qué estar de acuerdo conmigo, pero lo mantengo. ¿Qué hay detrás de ese argumento? Habría que preguntarle a un miembro de ETA, aunque creo saber la respuesta, e incluso la retórica atroz y alucinada que la envolvería. ¿Qué hay detrás de mi argumento? Que incluso en el mal hay una lógica, una historia, unas causas y unas consecuencias. Aunque sean el producto de una enfermedad mental.

Todos los muertos son iguales: individuos singulares, cuya pérdida es siempre irreparable (¿Se me olvidó lo obvio? ¿No lo dije? Puede que no con esas palabras, pero empezar de cero una argumentación impide llevarla a sus últimas consecuencias). Pero no todas las muertes “ignifican” lo mismo, en la feliz e involuntaria metáfora de Irene. Me parece tan evidente que me ahorro la glosa. El mismo exgobierno así lo creyó, cuando mantuvo la convicción moral que había sido ETA. Su error psicológico consistió en construir la realidad a partir de un guión previo en el que sólo encajaba uno de los significados posibles, en lugar de modificar su percepción en función de los acontecimientos. Un político es un raro cruce entre un científico y un propagandista: debe intervenir sobre la realidad para modificarla, y ello implica rigor en el análisis y transparencia en la acción.

En cuanto al clasismo, y al adjetivo “clasista”, resulta curioso en qué medida aparece en los últimos tiempos totalmente subvertido. No hace tanto era utilizado por la izquierda para describir la concepción social de la derecha y su voluntad de mantener y reforzar esa estratificación. Ahora se rebota contra la izquierda para descalificar una opción preferente por los individuos más desfavorecidos: por cierto, la misma que la “opción preferente por los pobres” que defiende la Iglesia Católica: ¡cosas veredes...!

El mal existe. Si quiere la amable lectora lo puedo expresar en términos más platónicos, menos gnósticos: la ausencia de bien es un hecho, la acción y la omisión implican una responsabilidad pareja. Creer que el mal es irracional es una grave distorsión de la percepción, no menos que creerlo único: todo ello conlleva indefensión. Que el mal exista no implica que sea incausado. Nada lo es. Renunciar a este principio nos hace retroceder, literalmente, a tiempos prehistóricos en su acepción más vulgarmente escolar: a un tiempo del que no guardamos testimonio humano.

Buscar causas y consecuencias (razones), extraer significados, procesarlos, asumirlos o rechazarlos, es un acto de humanidad, es una conquista social irrenunciable. Me alegro en extremo que la amable lectora coincida en esta premisa, sin la cual el diálogo deviene en sinrazón.

Dejo para el siguiente artículo dos puntos importantes a comentar: “Civilidad, política y dogmatismo” y “Empatía, sentimientos, y educación”. Que sean comprensibles para Irene me obliga a posponerlos.


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