Revista poética Almacén

"En la plaza": Aleixandre, bíblico y subversivo

H.B.


Conocer significa (...) penetrar, es decir: intuir; significa también dirigirse a obtener una imagen del mundo, un cierto sentido de la vida, un conocer que, fundado en la emoción, es también una visión del universo y acaso una metafísica. Ramón Xirau
Historia del corazón (1945-1953) es “el libro más inmediatamente humano y más conmovido en la obra toda de Vicente Aleixandre” según el crítico José Olivio Jiménez. Es un libro en donde la mirada del poeta se refleja en la mirada de la Humanidad y se enreda con “el vivir del hombre”. Historia del corazón junto con En un vasto dominio (1962) y Diálogos del conocimiento (1974) forman el periodo que se conoce como poesía antropocéntrica en la que como veremos en el poema “En la plaza”, el hombre se convierte en el centro de atención del universo poético. Este poema, que pertenece a Historia del corazón, es uno de los más representativos de este periodo. El poeta siente una necesidad de solidaridad y de compromiso; es la etapa en la que el poeta calificará a la poesía como “ciencia del conocimiento y de la aceptación”, recordando, en repetidas ocasiones, que poesía es comunicación y evolucionando hacia una estética posmodernista de la concepción temporal y espacial. “Con Historia del corazón —escribe Bousoño en un certero y ya clásico estudio que encabeza las Obras completas de Aleixandre, publicadas por Aguilar en 1968— penetramos, al parecer, en otro orbe distinto, que, no obstante,... no representa un “arrepentimiento” o “conversión” del poeta a otra idea del mundo, sino que significa mas bien el crecimiento por otro sitio de esa misma idea”.


“En la plaza” que era el poema preferido de Aleixandre y que es un trabajo clave, representativo de esta segunda etapa alexandriana, está incluido en la segunda parte de Historias del corazón bajo el subtitulo “La mano extendida”. Es un ejemplo del magisterio poético de uno de los poetas más sobresalientes de la llamada generación del 27. El poema es, sobre todo, un poema solidario. Un poema historicista que refleja el pensamiento filosófico de la época. En el poema nos encontramos con un poeta de acento paternal, de tono casi bíblico, que nos exhorta en esa época a la unidad, a salir a la plaza, a conocer el mundo, a vivir hermanados. “No es bueno que el ser humano esté solo” nos está diciendo parafraseando el pensamiento divino. Y precisamente porque el poeta permaneció en España sin exiliarse con sus compañeros de generación, “En la plaza” es un poema que tiene un acento político y es veladamente subversivo ya que el poeta nos está ofreciendo una proclama suavizada, subterránea y nos está diciendo cuáles son sus ideas políticas. El poeta se deja arrastrar por la muchedumbre y entra a la plaza “rumorosamente”. (Años más tarde Gabriel Celaya nos diría lo mismo pero con otro talante, de una forma más directa: “a la calle, que ya es hora...” y “a solas soy nadie / en la calle valgo”.)


Tiene el poema de Aleixandre un lenguaje fácil, de estilo caudaloso, conversacional y cotidiano. Es un poema en el que el lector se siente libre al recorrer sus versos, algunos de ellos de hasta casi más de 30 sílabas. La estructura del poema, con estrofas partidas, aliteraciones, encabalgamientos, versos largos “cercanos al versículo bíblico”, con imágenes asequibles, populares, nos da idea de movimiento, su caudalosidad fluye como un río a lo largo del poema para desembocar en los exclamativos versos finales. Es, en cierto modo, como un cuento y en el poema se usa el imperfecto “era” en dos ocasiones. Los versos son flexibles, juncos llenos de esperanzas que se comban encauzando el río del poema.


Bousoño ha estudiado en la poesía de Aleixandre dos tipos de sintaxis: una lenta y otra rápida. A esta última pertenece parte del poema “En la plaza”. que, por otra parte, es un poema pensado en blanco y en silencio y escrito en negro y con sonido: un poema descriptivo, “neorrealista” con toques de “cinema veritá”, y argumento novelesco. Si reparamos en el orden sintáctico en el comienzo del poema nos recordará a una parte de los textos que se leen en la liturgia de la misa del rito católico.

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

García de la Concha dice que en el poema hay “una idea fusionadora, una fraternidad humana que se realizará con el amor, fuente congregadora”. Ya desde esta primera estrofa, encontramos la idea fusionadora con los elementos naturales y la idea de comunicación con la humanidad cuando nos dice que es hermoso “sentirse bajo el sol, entre los demás”. El uso de esos cinco participios oficiando de adjetivos que terminan el tercer verso y complementan el cuarto unidos por una coma, sin ninguna conjunción (asíndeton) y el empleo de cuatro adverbios en los versos primero, cuarto, quinto/sexto y decimotercero —sobre todo “rumorosamente” y “calcáreamente”- nos da la tónica del poema, nos pone en un estado de voluptuosa disposición para dejarnos llevar “impelidos” a la gran aventura. Tanta repetición a veces nos suena un poco retórico.


Hemos encontrado a lo largo del poema un mundo dual opuesto y, a la vez, complementario. A los conceptos “totales” y los “unitarios” asociamos las ideas “gran corazón” y “corazón diminuto”; mar y molusco, masa e individuo, “plaza abierta” y “olor de existencia”. Además existen las dualidades inmovilistas y movilistas; impersonales y personales, concretas y abstractas. Hay también un mundo de sensaciones olfativas abstractas en las imágenes “había olor a existencia” y “olor a gran sol descubierto” y una prosopopeya (personificación) en la imagen del viento que “pasaba su mano” sobre las cabezas. Paralela a esta dualidad conceptual hemos encontrado numerosas y muy significativas repeticiones gramaticales —la mayoría de ellas duales- que tienen una función muy especial en crear esa atmósfera rumorosa, fluida, de universo que se mueve, ya sean ideas concretas (masa, espejo o plaza); ya sean líquidas (mar o río); ya sean abstractas (latido, esperanza o fluidez). Este mundo repetitivo se nos presenta ya en el primer verso, lo seguimos encontrando a lo largo del poema y termina en los dos últimos versos con la triple reiteración de una de las palabras claves del poema: corazón, la cual aparece un total de cinco veces en el texto y forma parte del título del libro.

Aparte de las cuatro terminaciones modales en “mente” ya citadas, “hermosamente”, “rumorosamente”, “calcáreamente” y “valientemente”, destacamos, entre otras, las siguientes repeticiones: los sustantivos “plaza”, “agua”, “corazón”, “olor”, “viento”, “mano”, “brazos”, “pies”, “espumas” y “sol”; los adjetivos “diminuto” y “gran”; los verbos (la mayoría en modo reflexivo) “bajar”, “reconocerse”, “desnudarse”, “confiarse”, “perderse”, “buscar” y “entrar”; los adverbios “despacio” y “allí”; la conjunción adversativa “pero”; la imagen “corazón diminutivo” y la expresión dubitativa “no sé si”.


Si reparamos en las repeticiones sustantivas, por ejemplo, nos encontraremos con dos grupos definidos que no sólo se complementan y se apoyan entre sí, sino que tienen como denominador común la idea de movimiento. El primer grupo, al que podríamos denominar corporal y estaría compuesto por las extremidades brazos, manos, pies y, sobre todo, corazón; y el segundo grupo, al que llamaríamos cósmico y comprendería espuma, agua, viento y, principalmente, sol. Ambas categorías están presididas por dos conceptos mayores: sol y corazón; dos mundos (uno concreto y humano, otro abstracto y subordinado a elementos naturales) alrededor de los cuales giran los sustantivos y las ideas que éstos encierran.


Lo más importante, a nuestro entender en el poema “En la plaza” que tiene un título tan neutral, pero que para algunos españoles esa plaza en singular puede tener connotaciones de Plaza en mayúscula y llevar a continuación un nombre propio que le hace concreta, famosa y, en ocasiones, tristemente, famosa. Aleixandre huye de dar ninguna pista que concretice el poema, y evita hacer ninguna referencia específica de lo que ocurre cómo ocurre y cuándo ocurre. Años más tarde el autor de Poemas de la consumación comentaría con José Luis Cano que el poema arrancó de una manifestación que él presenció y que fue decisiva para la historia de España: el 14 de abril de 1931 cuando los madrileños se dirigían a la Puerta del Sol donde se proclamaría la Segunda Republica. Que el arranque del poema viniera de ese día glorioso para los que lucharon por la Republica hace a este poema, escrito en tiempos muy difíciles donde ocurrían otras manifestaciones en la Plaza de Oriente con la presencia del general Franco, un poema clave, un ejemplo de poesía civil. Un documento de afirmación política en donde por la magia de la palabra el poeta entregaba a un grupo de españoles que esperaban tiempos de libertad, una bandera desplegada, una esperanza, una mano abierta y un puño cerrado.
Vamos a detenernos en dos estrofas del poema que yo considero importantes. La primera dice:

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.

Aparte de encontrarnos en esta estrofa con una de las ideas argumentales del poema: la movilidad de la gran serpiente, cubridora de la tierra, nos encontramos con un admirable ritmo interno y con una musicalidad tan evidente que surge a flor de piel y casi podemos oír. Abre el verso con una conjunción copulativa y un infinitivo sustantivado —“el serpear”- de sonido firme y tajante, siguiendo nueve sonidos aliterativos y sibilantes de eses que nos sugieren duda, vacilación, movimiento y vaivén.

Es muy significativo y sorprendente que ese rumoroso sonido de eses continúa en los dos primeros versos de la estrofa siguiente. Y continúa no por un mero capricho del poeta, sino porque estos versos pertenecen a la idea que él acaba de desarrollar en la estrofa de las eses y que convierte todo el fragmento en un total de doce sonidos sibilantes y sonoros.

La otra estrofa que voy a comentar es la final, que está formada por un versículo:

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Esta estrofa está formada por cuatro figuras principales: una alegoría, una anáfora (polisíndeton), una maravillosa y espectacular gradación compuesta por la repetición de la conjunción y dieciséis veces, y un epifonema. La estrofa es por sí sola un poema dentro del poema: posee vida propia y está compuesta de una introducción que comienza con el suave imperativo (que se repetirá en la conclusión): “Entra”, siguiendo el cuerpo —la idea central- formado por la anáfora y la gradación y llegando a la pre-conclusión con la invitación de que entremos en el torrente y los dos versos exclamativos de cierre en los que el poeta resume lo que acaba de exponer a lo largo del poema. Esta estrofa es también un viaje en el que se parte de un acto existencial y concreto; un ser humano en el momento de entrar en el mar, en el agua madre. En esta entrada del bañista en el agua —desnudo, puro- estamos asistiendo a un acto sexual, a un acto de amor, de entrega absoluta y total. Continúa con una inmersión en el mundo sobrenatural y cósmico, volviendo, en la última estrofa, a una fusión de los dos mundos; a una simbiosis del cuerpo y del alma; la acción existencial de entrar esta vez en la plaza se une al hervor (una abstracción). El hombre —el ser humano— fusionado con sus semejantes y a la vez con el cosmos, con la naturaleza, “donde sólo podrá encontrar su entera o total realización.” La estrofa acaba en dos versos exclamativos, el primero comienza con un vocativo y en ellos, mezclando ocho palabras agudas con una esdrújula, leemos hasta por tres veces la palabra corazón, como si la estrofa estuviera latiendo, viva, como si tuviera su propio corazón. Es un final sinfónico, jubiloso y esperanzador.

Aleixandre nos invita al compromiso, al conocimiento y a la aceptación y nos manda que entremos en la plaza “con pies desnudos”, es decir, despegados de todo lo accesorio, lo terrenal, en la misma actitud machadiana de “ligero de equipaje, casi desnudo...”. Que, desde la luz, alejados de la sombra, entremos a formar parte del mundo que nos rodea y allí nos reconozcamos y seamos un corazón unánime, porque somos seres marcados por nuestra transitoriedad.


________________________________________
Comentarios

Genial todo, me ha servido de gran ayuda, gracias ;)

Comentado por ZaZu el 25 de Mayo de 2004 a las 08:42 PM

Zazu, me alegro que te haya servido de ayuda el trabajo. Si era para algun curso de literatura espero que apruebes :)

Comentado por hb el 27 de Mayo de 2004 a las 04:05 AM